5

 

EL jeep que pusieron a su disposición era un vehículo típico para todo terreno, funcional y articulado. A cubierto del ruido del motor y fuera de la vista del conductor, Bron intentó la comunicación sin palabras.
—¿Puedes leerme, Jaycee?
La acción no era más que pensar las palabras y permitir a los músculos de la garganta ejecutar sus movimientos de costumbre, sin la aspiración necesaria para producir un sonido.
—Alto y claro, Bron.
—¿Qué había en el libro, que le convenció de que yo era Haltera?
—Creo que porque es una vieja versión autorizada de Tierra, muy rara en el mundo de la dependencia. Sólo un intelectual como Haltera puede esperarse que la entienda.
—Un pájaro extraño este Haltera.
—Pero brillante. Es un maestro del Sincretismo, probablemente uno de los mejores que viven en la actualidad.
—¿Qué es un sincretista?
—Uno que trabaja a través de los canales de la especialización científica, más que a lo largo de ellos. Para cualificarse para la licenciatura, se necesitan al menos diez títulos honoríficos en temas no relacionados, y la probada habilidad de pensar libremente a través de las líneas de varias disciplinas, tanto como con ellas.
El jeep se ladeaba suavemente. Bron contuvo un instante de vértigo al darse cuenta de la inesperada altura que habían alcanzado; miró hacia abajo, hacia el vasto edificio.
—¿Qué es eso, Jaycee?
—El Seminario de Ashur. Bueno, mejor diríamos el Seminario de la Sagrada Reliquia de Ashur. Ahí es donde los Destructores esperarían encontrarte.
El jeep quemó su descenso a través del fresco aire de la mañana y corrió luego hacia la entrada principal, protegida con grandes portales. Bron Ander Haltera obedeció al instinto clave de la síntesis —que le prohibía advertir la presencia del conductor— y ascendió por la gran escalinata del Seminario. Mientras lo hacía, sintió la extensión del personaje sintético cerrándose sobre él, y cayó en la telaraña de las costumbres y reacciones de esa otra persona. De nuevo, la bestia que estaba dentro de él clamó por su libertad.
No había nadie esperándole. El vestíbulo desembocaba en un pasillo y más allá en una puerta. Detrás de esto encontró un amplio hall que recibía la luz del sol, que entraba a través de ventanas con cristaleras de colores. De repente se detuvo, hechizado por el espacio y la unidad del edificio. Las grandes columnas, que se elevaban para sostener el bello techo, estaban cubiertas de figuras y estatuas esculpidas, representando escenas que no tenían sentido para él. Las paredes, también complejas y adornadas con un rico simbolismo, llamaron su atención.
La síntesis llevó sus pies a través del piso bajando por el pasillo central, entre bloques de piedras colocados en forma de asientos. Al final, un dios desnudo colocado entre blancas hornacinas en la pared. Detrás del dios había un escudo con el disco del sol como símbolo de Ashur, y en el centro del escudo, clavada en forma de cruz, colgaba la sagrada reliquia —una réplica de un cuadrúpedo pequeño y marrón, cubierto de pelo—; alrededor del escudo había signos hipnóticos en colores brillantes, que deletreaban una única palabra: FELIZ.
—¿Es este lugar alguna especie de iglesia, Jaycee?
—Una especie. Pero no del estilo de las que se encuentran en Tierra, ni tampoco es esa religión en la que piensas, aunque ellos sostienen que su dios es el mismo.
Bron se volvió y estudió más detenidamente las figuras en las columnas cercanas a él. Escuchó el suspiro de Jaycee cuando los detalles fueron más claros.
—Acércate más, Bron. Eso es interesante.
—¿Qué es esto? ¿Un monumento al marqués de Sade?
—No. Una expresión de fe. La mortificación del cuerpo para la edificación del alma. En el Seminario, el cultivo de la mente y el alma es lo que predomina. El cuerpo es como un recipiente de expiación por la debilidad de los otros dos.
—Jaycee, esto es una locura.
—Es su forma de vida. Las columnas se supone que reflejan los doscientos cincuenta y seis modos clásicos de penitencia contra la debilidad.
—Después de algunas de estas penitencias, no quedará nada que se pueda debilitar.
—Subvocaliza, Bron. Viene alguien.
Bron examinó el pasillo con cuidado, pero no había nadie a la vista. Su mirada cayó sobre la sagrada reliquia, cuya parte inferior era brillante y retorcida, y miró con asombro la filosofía distorsionada retratada por las figuras. El acto disparó algo en la hipnosíntesis, y contra su voluntad consciente se arrodilló con las manos entrecruzadas en una actitud de rezo y súplica.
—¿Ander Haltera? —los pasos se acercaron por detrás.
—El mismo.
Bron se levantó y se volvió para enfrentarse con el que le preguntaba.
—¿Cuál es su nombre familiar?
—Bron.
El preceptor era delgado, gris, ascético y no muy hospitalario.
—Le esperábamos ayer, Bron Ander Haltera. ¿Cuál es su respuesta?
—Ashur fue destruida por el ataque, y yo casi con ella.
—¿Permite que lo trivial de los tiempos se anteponga a su deber?
—¿Trivial? ¡Maldito sea...! —Bron contrarrestó lo sumiso de la síntesis.
—¡Calma, Bron!
—Bron Haltera, al haber adquirido la licenciatura, tiene el privilegio de elegir su propia penitencia por su ausencia. ¿Qué ofrece?
—¿Qué le digo Jaycee? La síntesis no me da nada... —formaba las palabras más rápidamente subvocalmente que si las hubiera tenido que decir.
—Evítale. Esto no estaba programado. Voy a ponerme en contacto con Ander.
—Ashur está medio destruida —dijo Bron en voz alta—. Los Destructores están al control. Fuera de estas paredes nadie tiene derecho a moverse, y ni siquiera a vivir. ¿Y todavía exige una penitencia de alguien detenido por tales acontecimientos?
—Bron Ander Haltera... —la cara del preceptor era grave, y sus ojos mostraban una profundidad irracional—. Me decepciona. Ésa no es la reacción que uno espera de un Haltera. Venga, haga su ofrecimiento... o le impondré uno yo mismo.
—La camisa, Bron.
—La camisa —dijo Bron.
Los ojos del preceptor se abrieron como platos y su mandíbula cayó:
—¡Perdóneme! No quise ser irrespetuoso con un Haltera. No hay necesidad...
La síntesis surgió de Bron con ira:
—¿Está usted dudando de mi decisión, preceptor?
—Desde luego que no... —los ojos del preceptor reflejaban agonía y vergüenza—. Es que... el acto no justifica tal nivel de penitencia. Debo preguntarle de nuevo: ¿está seguro de que está preparado para aceptar la camisa?
—¡Feliz!
La palabra brotó espontáneamente de la síntesis; el preceptor se encogió de hombros con resignación.
—¡Muy bien! Le llevaré a su celda. La camisa le será entregada allí.
Bron siguió al preceptor por el pasillo hacia una pequeña puerta y luego a través de una serie de corredores, cada uno similar en fealdad, líneas severas que no permitían ninguna concesión a la necesidad humana de contraste. Las ocasionales puertas eran oscuras, cuadradas y gruesas, con ventanillas pequeñas, muy altas y cerradas.
—Jaycee, esto parece una prisión, no un seminario.
—En Onaris hay poca diferencia entre ellas. La educación es inseparable de la religión, y es la religión de la penitencia austera y disciplinada. La única cosa que el sistema tiene a su favor es que produce algunos buenos escolares. Retorcidos, pero brillantes.
—¡Puedo imaginarlo! ¿Y qué demonios es la camisa?
—No sé. Fue idea de Ander. Le pareció que era apropiada para la falta. Está obteniendo placer de ello, me parece.
El preceptor llegó a una puerta y se detuvo. La cerradura respondió a sus dedos, y la puerta se abrió. Bron, aunque acostumbrado a una vida entera de incomodidades útiles, se quedó petrificado. La celda a la que se le invitó a entrar era una caja cuadrada de piedra. El único intento de amueblarla era un banco solitario de piedra blanca, del tamaño de un ataúd, que tendría que servir de mesa, silla y cama. No había nada más.
Un ojo de luz solitario miraba desde el techo. La apertura estaba rodeada por un mensaje dorado: FELIZ. El preceptor observaba su cara, pero Bron se las arregló para permanecer impávido.
—En unos minutos, Bron Haltera, le enviaré la camisa; le sugiero que se la ponga inmediatamente, para no llegar tarde a su primera tutoría como director.
—Entonces... ¿la penitencia no esperará hasta el servicio de noche?
—No. Usted ha ganado más respeto que eso. Creo que su absolución será más perfecta si el trabajo de la camisa está bastante más avanzado en el momento que tenga por testigo a la asamblea.
Bajo la influencia de la síntesis, Bron inclinó la cabeza y esperó hasta que el preceptor se marchara.
—Ese hombre no es sólo un sádico, Jaycee, sino que también está loco. No se interesó en nada de lo que le dije sobre la destrucción de Ashur. Su mundo empieza y termina en el círculo pequeño y cerrado de los ritos del Seminario. ¿Cuánto tiempo debo permanecer aquí?
—No mucho, supongo. Los Destructores siempre saben dónde buscar a la gente que quieren. Estudian mucho su blanco antes de atacar.
—¿Soy yo el único que buscan?
—Creemos eso. De otra forma, se llevarían carne de esclavos. Es obvio que están colonizando en algún sitio. La carne humana es mucho más barata y más versátil que la maquinaria en un mundo subdesarrollado.
—Un tema interesante. Las naves de esclavos no eran desconocidas en los tiempos de la colonización del espacio por Tierra.
Bron se calló al escuchar el golpe en la puerta que dio el estudiante que traía la camisa. El estudiante sacó la prenda de su envoltorio, dejándola en el banco. Al pasar e inclinarse, sus ojos mostraban una mirada de admiración y simpatía.