ALIENTO

Espina se dio manotazos en la espalda para intentar alcanzar la daga de Brand, pero su codo topó con el escudo suelto de Gorm, que acercó más su torso a ella para dejarla sin espacio. Tenía asida su muñeca izquierda con fuerza y la retorció hacia arriba, haciendo que el brazalete élfico se le clavara en la carne, y entonces soltó la enarma de su escudo y agarró la manga derecha de Espina.

—¡Te tengo! —ladró.

—¡No! —Espina se retorció y se echó atrás, como intentando liberarse, y él reaccionó atrayéndola hacia sí—. ¡Te tengo yo!

Espina se abalanzó sobre él, aprovechando la fuerza de Gorm en su contra, y le dio un terrible cabezazo en la mandíbula que le dejó el cuello estirado. Apoyó la rodilla en su costado y chilló mientras liberaba el brazo derecho de su mano.

Sin embargo, él mantuvo su tenaza de hierro alrededor de su muñeca izquierda. Una oportunidad. Solo una. Sacó la daga de Brand de entre sus riñones y la llevó en arco hacia el cuello de Gorm mientras los ojos del rey volvían hacia ella.

Gorm levantó el brazo del escudo para desviar el ataque y la hoja le atravesó la carne de la mano hasta que la guarda con forma de serpientes topó contra su palma. El escudo estaba suelto en sus correas y Espina hizo presión rugiendo, pero Gorm, con un esfuerzo que le hizo temblar el brazo, logró detener la punta justo antes de que le tocara la garganta y la mantuvo allí, derramando saliva rosada entre sus dientes desnudos.

Entonces, incluso con la mano atravesada por el acero, sus enormes dedos se cerraron alrededor del puño derecho de Espina y lo atraparon irremisiblemente.

Ella tensó hasta la última fibra de su cuerpo para hundir la hoja roja en el cuello de Gorm, pero no se puede vencer a un hombre fuerte con fuerza y no existía hombre más fuerte que el Rompeespadas. Su rival cuadró el hombro, profirió un gruñido e hizo retroceder a su temblorosa adversaria hacia el límite del cuadrado, mientras la sangre caliente manaba de su mano perforada y bajaba por la empuñadura de la daga, mojando el puño aplastado de Espina.

Brand soltó un agudo gemido mientras Gorm obligaba a Espina a arrodillarse ante los enardecidos guerreros de Vansterlandia.

El brillo rojo del brazalete élfico se veía a través de la mano de Gorm, resaltando sus huesos en negro mientras él apretaba y apretaba. Espina contuvo un grito y rechinó los dientes cuando el cuchillo se soltó de su mano izquierda, le rebotó en el hombro y se perdió en la hierba, momento en el que Gorm soltó su muñeca y le rodeó el cuello con una manaza inmensa.

Brand intentó dar un paso hacia el cuadrado, pero el padre Yarvi lo tenía sujeto por un brazo y Rulf por el otro, y entre los dos se lo impidieron.

—No —susurró el timonel en su oído.

—¡Sí! —chilló la madre Isriun, mirando encantada hacia abajo.

Espina estaba sin aliento.

Todos sus músculos bien entrenados estaban en tensión, pero Gorm era demasiado fuerte y la retorcía y la retorcía y la retorcía. Su zarpa estaba aplastándole la mano derecha contra la empuñadura de la daga de Brand, haciéndole crujir los huesos. Palpó la hierba con la otra mano en busca de su cuchillo pero no lo encontró, dio un puñetazo a la rodilla de Gorm pero no pudo imprimir la fuerza necesaria, intentó alcanzar su cara pero solo pudo dar débiles arañazos en su barba sangrienta.

—¡Mátala! —gritó la madre Isriun.

Gorm la obligó a bajar hacia el suelo, con un rugido del que goteaba sangre contra la mejilla de Espina. Su pecho intentaba aspirar aire, aunque lo único que obtenía de su garganta era un gemido mortecino.

Estaba sin aliento. Le ardía la cara. Apenas alcanzaba a oír la tempestad de voces por encima del retumbar de la sangre en su cabeza. Trató de liberarse de la mano de Gorm haciendo palanca con las puntas de los dedos y la arañó una y otra vez, pero aquella zarpa estaba forjada en hierro, tallada en madera, era tan implacable como las raíces de los árboles, capaces de resquebrajar hasta la misma roca con el paso de los años.

—¡Mátala! —Aunque Espina veía la cara de la madre Isriun, tensa y triunfal sobre ella, a duras penas oía sus chillidos—. ¡El Alto Rey lo decreta! ¡La Diosa Única lo manda!

Los ojos de Gorm se desviaron un instante hacia su clériga y se le crispó un pómulo. Pareció aflojar su presa, o quizá lo que desfallecía era la fuerza con que Espina se estaba aferrando a la vida, que se le iba, se le iba.

Estaba sin aliento. El mundo se hundía en la oscuridad. No le quedaba ningún truco y la Última Puerta se alzaba ante ella. La Muerte descorrió el cerrojo y la abrió de par en par. Espina se balanceó en el umbral.

Pero Gorm no la empujó al otro lado.

Como a través de un velo sombrío, Espina vio que su entrecejo se arrugaba.

—¡Mátala! —se desgañitó la madre Isriun, con su voz cada vez más fuerte y más salvaje—. ¡La abuela Wexen lo exige! ¡La abuela Wexen lo ordena!

Y el rostro ensangrentado de Gorm volvió a crisparse, desde el ojo hasta la mandíbula. Juntó los labios sobre los dientes y convirtió su gruñido en una línea recta y lisa. Su mano derecha se relajó y Espina inhaló una bocanada sibilante mientras el mundo se derrumbaba y ella caía al suelo sobre un costado.

Brand no podía creer que Gorm hubiera dejado caer a Espina y tuvo que obligarse a dejar de mirarla para posar sus ojos en la clériga. Los gritos ávidos de los guerreros vansterlandeses empezaron a disiparse, la multitud quedó en silencio y todo el sonido desapareció para dejar solo un vacío estupefacto.

—Soy el Rompeespadas. —Grom-gil-Gorm se llevó la palma de la mano derecha al pecho con un movimiento calmo—. ¿Qué clase de locura te ha llevado a pensar que puedes hablarme en ese tono?

Isriun señaló con un dedo a Espina, tendida boca abajo y tosiendo vómito sobre la hierba.

—¡Mátala!

—No.

—La abuela Wexen ordena…

—¡Me he hartado de las órdenes de la abuela Wexen! —bramó Gorm, con los ojos desorbitados en su cara manchada de sangre—. ¡Me he hartado de la arrogancia del Alto Rey! Pero sobre todo, madre Isriun… —Mostró los dientes en un rictus espantoso mientras se sacaba de la mano la daga de Brand que tenía clavada—. Me he hartado de tu voz. Tus constantes balidos me hacen rechinar el alma.

La cara de la clériga había adoptado una palidez enfermiza. Trató de recular, pero el brazo tatuado de Scaer serpenteó alrededor de sus hombros y la retuvo con firmeza.

—¿Quebrantarías tus juramentos hacia ellos? —murmuró Isriun, sorprendida.

—¿Quebrantar mis juramentos? —Gorm agitó el brazo para soltar el escudo y lo dejó caer al suelo—. Es menos honorable cumplirlos. Yo los destruyo. Yo escupo en ellos. Yo me cago en ellos. —Se acercó a ella y bajó la cabeza para mirarla a los ojos, con la daga brillando roja en su mano—. ¿El Alto Rey decreta, dices? ¿La abuela Wexen ordena, dices? ¡Renuncio a ese viejo macho cabrío y a esa vieja puerca! ¡Los desafío!

El fino cuello de Isriun tembló al tragar saliva.

—Si me matas, habrá guerra.

—Guerra habrá, eso no lo dudes. La Madre de Cuervos despliega sus alas, niña. —Grom-gil-Gorm alzó poco a poco la daga que había forjado Rin, arrastrando con su punta brillante la mirada de Isriun—. ¡Sus plumas son espadas! ¿Oyes cómo se las atusa? —Y en su rostro se extendió una sonrisa—. Pero no necesito matarte. —Tiró el cuchillo, que rebotó sobre la hierba y terminó junto a Espina, que intentaba controlar las arcadas con la frente pegada al suelo—. Al fin y al cabo, madre Scaer, ¿por qué matar lo que se puede vender?

La anterior clériga de Gorm, de nuevo en ejercicio, sonrió con la frialdad del mar en invierno.

—Llevaos a esta serpiente y ponedle una argolla al cuello.

—¡Lo pagarás! —chilló Isriun, con terror en los ojos—. ¡Pagarás por esto!

Pero los guerreros vansterlandeses ya estaban arrastrándola pendiente arriba.

El Rompeespadas dio media vuelta y Brand vio que seguía goteando sangre de los dedos laxos de su mano herida.

—¿Vuestra oferta de alianza sigue en pie, Laithlin?

—¿Qué no podrían lograr juntas Vansterlandia y Gettlandia? —dijo la Reina Dorada a viva voz.

—Entonces, la acepto. —Y un suspiro aturdido recorrió el cuadrado, como si de pronto todos los hombres liberaran el aliento que habían estado conteniendo.

Brand se soltó de la mano relajada de Rulf y corrió.

—Espina.

Parecía el eco de una palabra pronunciada muy lejos, llegando a través de un túnel oscuro. La voz de Brand. Dioses, cómo se alegraba de oírla.

—¿Estás bien? —Manos fuertes en su hombro, tirando de ella hacia arriba.

—Me he dejado dominar por el orgullo —gañó con la garganta irritada y la boca dolorida. Intentó ponerse de rodillas, tan débil y mareada que habría caído de nuevo si Brand no la estuviera sosteniendo.

—Pero estás viva.

—Supongo —susurró ella, algo sorprendida cuando el rostro de Brand empezó a emerger poco a poco de la brillante niebla. Dioses, cómo se alegraba de verlo.

—Espera. —Brand se pasó un brazo de Espina por los hombros y ella dio un quejido mientras la ponía de pie despacio. No podría haber dado ni un solo paso ella sola, pero él era fuerte. No la dejaría caer—. ¿Hace falta que te lleve en brazos?

—No creas que no me tienta. —Contrajo el rostro al mirar hacia los guerreros de Gettlandia, reunidos en la cima que tenían enfrente—. Pero será mejor que ande. ¿Por qué no me ha matado?

—La madre Isriun le ha hecho cambiar de opinión.

Espina miró atrás mientras subían a trompicones la cuesta hacia el campamento. Grom-gil-Gorm estaba de pie en el centro del cuadrado, ensangrentado pero invicto. La madre Scaer ya estaba trabajando en su brazo del escudo herido con aguja e hilo. Su mano de la espada estrechaba la de la reina Laithlin, sellando la alianza entre Vansterlandia y Gettlandia. Nunca dos enemigos tan enconados habían pasado a ser amigos. De momento, al menos.

Junto a ellos, cruzado de brazos, Yarvi sonreía.

A pesar de todas las plegarias a la Madre Guerra, daba la impresión de que aquel día pertenecía al Padre Paz.