UN SOLO VOTO
Había un patio abandonado en el centro de la casa que Skara había tomado para sí en la ciudad. Estaba invadido por los hierbajos y estrangulado de hiedra, pero en algún momento alguien debió de cuidarlo, porque seguían abriéndose flores tardías en aromática avalancha junto a la pared soleada.
Aunque las hojas ya caían y el año empezaba a refrescar, a Skara le gustaba sentarse en el banco de piedra salpicada de liquen que había en el patio. Le recordaba al jardín vallado de detrás del Bosque, donde la madre Kyre le había enseñado los nombres de las hierbas. Solo que allí no había hierbas. Y la madre Kyre estaba muerta.
—La atmósfera de Casa Skeken es…
—Venenosa —terminó la frase la madre Owd.
Como de costumbre, su clériga elegía la palabra acertada. Los ciudadanos estaban impregnados de rencillas y miedo. Los restos de la alianza estaban tirándose mordiscos al cuello. Había guerreros del abuelo Yarvi por todas partes, con la paloma del Padre Paz en las gonelas pero las herramientas de la Madre Guerra siempre cerca de sus dedos inquietos.
—Es el momento de zarpar hacia Trovenlandia —dijo Skara—. Tenemos mucho que hacer allí.
—Ya están disponiendo los barcos, mi reina —dijo Jenner el Azul—. Tenía pensado ofrecer un remo a Raith…
Skara levantó la mirada de golpe.
—¿Lo ha pedido?
—No es de los que piden. Pero he oído que no le fue muy bien con Espina Bathu, y tampoco es que pueda llevar ya la espada de Gorm…
—Raith tomó su decisión —lo interrumpió Skara, aunque con la voz quebrada—. No puede venir con nosotros.
Jenner parpadeó.
—Pero… luchó por vos en los estrechos. Me salvó la vida en el cabo de Bail. Le dije que siempre tendríamos un sitio para él…
—No deberías habérselo dicho. No me corresponde a mí cumplir tus promesas.
Le hizo daño ver lo dolido que pareció al oírlo.
—Por supuesto, mi reina —farfulló, y se metió en la casa con paso envarado, dejando sola a Skara con su clériga.
Llegó una ráfaga de aire frío que levantó las hojas entre las viejas piedras. Un pájaro piaba desde algún lugar de la hiedra seca. La madre Owd carraspeó.
—Mi reina, debo preguntároslo. ¿Vuestra sangre llega con regularidad?
De pronto el corazón de Skara le saltó a la garganta, su rostro ardió y su mirada se precipitó al suelo.
—¿Mi reina?
—No.
—¿Y… sería posible que… por eso os mostréis reacia a que el portaespadas del rey Gorm ocupe uno de vuestros remos?
Quizá Jenner el Azul se hubiera quedado perplejo, pero a todas luces la madre Owd había adivinado la verdad. El problema de tener una consejera inteligente era que descubría tus mentiras con la misma facilidad que las de tus enemigos.
—Se llama Raith —susurró Skara—. Puedes llamarlo por su nombre, al menos.
—Aquel Que Germina La Simiente os ha bendecido —dijo con suavidad la clériga.
—Maldecido. —Aunque Skara sabía que no había nadie más que ella a quien culpar—. Cuando dudas si sobrevivirás al mañana, dedicas pocos pensamientos al pasado mañana.
—No se puede tomar siempre la opción más sensata, mi reina. ¿Qué queréis hacer?
Skara dejó caer la cabeza en las manos.
—Que los dioses me ayuden, no tengo ni idea.
La madre Owd se arrodilló delante de ella.
—Podríais tener el niño. Quizá hasta podríamos mantenerlo en secreto. Pero existen riesgos. Riesgos para vos y para vuestra posición.
Skara la miró a los ojos.
—¿O?
—O podemos hacer que regrese vuestra sangre. Hay maneras.
Skara notó la lengua pegajosa al hablar.
—¿Y conllevan riesgos?
—Algunos. —La madre Owd le devolvió la mirada sin expresión—. Pero los considero menores.
Skara se palpó la tripa. No la notaba distinta. No tenía más ganas de vomitar que las normales. No había señales de que allí creciera nada. Cuando imaginó que iba a desaparecer, solo tuvo una sensación de alivio y una brizna de enfermiza culpabilidad por no sentir nada más.
Pero estaba cogiendo práctica en almacenar los remordimientos.
—Quiero que desaparezca —susurró.
La madre Owd le cogió las manos con ternura.
—Cuando volvamos a Trovenlandia, haré los preparativos. No le deis ni una vuelta más. Ya cargáis con bastante peso. Dejadme que este lo lleve yo.
Skara tuvo que tragarse las lágrimas. Se había enfrentado al desafío, a la ira, incluso a la muerte con los ojos secos, pero una pizca de amabilidad le daba ganas de llorar.
—Gracias —susurró.
—¡Qué escena tan emotiva!
La madre Owd se levantó deprisa y dio media vuelta mientras el abuelo Yarvi salía a su pequeño jardín.
Llevaba la misma túnica sin adornos de siempre. La misma espada rayada. Aún caminaba con el mismo báculo de metal élfico que antes, pero enviaba un mensaje muy distinto desde que había matado a Yilling el Radiante con él. Sin embargo, al cuello llevaba la cadena que había pertenecido a la abuela Wexen, ya con su propio revoltijo siseante de papeles enhebrados en los eslabones. Y le había cambiado la cara. En sus ojos había un brillo amargo que Skara no había visto antes. Quizá se había puesto una máscara implacable al mudarse a la Torre de la Clerecía. O quizá, al dejar de necesitarla, había dejado que cayera una máscara de suavidad.
Demasiado a menudo, tras derribar algo odioso, en lugar de hacerlo trizas y empezar de cero, la gente se apresuraba a ocupar su lugar.
—Hasta la piedrecita maltrecha que tengo por corazón se alegra de ver tanta intimidad entre gobernante y clériga. —Yarvi les dedicó una sonrisa que no tenía la menor calidez—. Sois una mujer que inspira lealtad, reina Skara.
—No tiene ninguna magia. —Se levantó, alisó con meticulosidad la parte delantera del vestido e hizo lo mismo con su rostro para no revelar nada, como le había enseñado a hacer la madre Kyre. Tenía la sensación de que necesitaría todas las lecciones de la madre Kyre y más durante los siguientes minutos—. Procuro tratar a la gente como me gustaría ser tratada. Los poderosos no pueden ser solo despiadados, abuelo Yarvi. También deben ser generosos. Deben atesorar algo de compasión.
El Primero Entre Clérigos sonrió como ante la inocencia de un niño.
—Unos sentimientos encantadores, mi reina. Tengo entendido que partiréis pronto hacia Trovenlandia. Necesito hablar antes con vos.
—¿Para desearnos buena suertedeclima, muy honorable abuelo Yarvi? —La madre Owd se cruzó de brazos mientras hablaba—. ¿O por asuntos de estado?
—Por asuntos que deben tratarse en privado —respondió él—. Dejadnos.
La clériga lanzó de soslayo una mirada interrogativa, pero Skara respondió con un leve asentimiento de cabeza. Algunas cosas había que afrontarlas en solitario.
—Estaré aquí cerca —dijo la madre Owd mientras cruzaba la puerta—, por si me necesitáis para lo que sea.
—¡No hará falta! —Los ojos claros del Primero Entre Clérigos se posaron en Skara, fríos como la nieve recién caída. Tenía la mirada de quien sabe que ha ganado la partida incluso antes de jugarla—. ¿Cómo envenenasteis a Grom-gil-Gorm?
Skara levantó las cejas.
—¿Por qué iba a hacerlo? Me convenía mucho más a este lado de la Última Puerta. Quien más provecho sacó de su muerte fuisteis vos.
—No estoy detrás de todas las maquinaciones. Pero reconozco que el dado me ha sido favorable.
—Un hombre afortunado es más peligroso que uno astuto, ¿eh, abuelo Yarvi?
—¡Temblad, pues, si veis a los dos juntos! —Volvió a sonreír, pero tenía un matiz hambriento que le puso de punta todos los pelillos de la espalda—. Es cierto que las cosas han cambiado mucho desde nuestra última negociación, entre los túmulos del cabo de Bail. Ahora son mucho más… sencillas. Ya no es preciso que hablemos de alianzas, concesiones ni votos.
«Solo se puede conquistar los miedos afrontándolos —acostumbraba a decir su abuelo—. Si los rehúyes, te conquistan ellos a ti». Skara intentó erguirse orgullosa, como había hecho él al enfrentarse a su muerte.
—Tanto Uthil como Gorm están al otro lado de la Última Puerta —dijo—. Ahora hay un solo voto, y es el…
—¡Mío! —ladró Yarvi, con los ojos muy abiertos—. No sabéis lo refrescante que es hablar con alguien que sabe ver el fondo del asunto, de modo que no os insultaré dando rodeos. Contraeréis matrimonio con el rey Druin.
Skara estaba preparada para muchas cosas, pero no logró ahogar un respingo al oír aquello.
—El rey Druin tiene tres años.
—Por eso lo encontraréis un marido mucho menos exigente de lo que lo habría sido el Rompeespadas. El mundo ha cambiado, mi reina. Y ahora me da la sensación de que Trovenlandia… —Yarvi levantó la mano contrahecha y le dio vueltas en el aire—. Sirve de bien poco. —De algún modo logró dar un nítido chasquido con aquel muñón de dedo—. De ahora en adelante formará parte de Gettlandia, aunque creo que lo mejor sería que mi madre siguiera llevando la llave de la tesorería.
—¿Y yo? —Skara luchó por mantener firme la voz pese al martilleo de su corazón.
—Mi reina, vos estáis preciosa llevéis lo que llevéis.
El abuelo Yarvi se volvió hacia la puerta.
—No.
Le costó creer lo absolutamente convencida que sonaba. La había inundado una extraña calma. Quizá la misma que sentía Bail el Constructor antes de entrar en combate. No sería una guerrera, pero aquel era su campo de batalla y estaba dispuesta a luchar.
—¿No? —El padre Yarvi se dio la vuelta hacia ella mientras se desvanecía su sonrisa—. He venido a explicaros cómo serán las cosas, no a pediros opinión, pero quizá había sobreestimado vuestra…
—No —repitió ella. Las palabras serían sus armas—. Mi padre murió por Trovenlandia. Mi abuelo murió por Trovenlandia. Yo he renunciado a todo para luchar por Trovenlandia. Mientras viva, no la veré despedazada como una presa en fauces de lobos.
El Primero Entre Clérigos anduvo hacia ella, con el flaco rostro tirante de ira.
—¡No pretendas desafiarme, flacucha vomitona! —bramó, dándose golpes en el pecho con la mano tullida—. ¡No tienes ni idea de lo que he sacrificado, de lo que he sufrido! ¡No llegas ni a imaginar los fuegos en los que me he forjado! No tienes el oro, ni los hombres, ni las espadas…
—Solo media guerra se libra con espadas. —La madre Kyre siempre le había dicho que las sonrisas no cuestan nada, de modo que Skara le dedicó la más dulce que fue capaz mientras sacaba el papelito de detrás de su espalda, doblado entre dos dedos, y se lo tendía al clérigo—. Un regalo para vos, abuelo Yarvi —dijo—. De Yilling el Radiante.
Quizá no hubiera hombre más astucioso en el mar Quebrado que él, pero Skara había aprendido a interpretar las expresiones, captó la contracción en la comisura de un ojo y supo que con su último susurro en el campo de batalla ante el cabo de Bail, Yilling le había dicho la verdad.
—Me declaro culpable de ser una flacucha vomitona —dijo mientras Yarvi le arrancaba el papel de los dedos—. Me han dicho que guardo el miedo en el estómago. Pero yo también me he templado estos últimos meses. ¿Reconocéis la letra?
Él levantó la mirada, con la mandíbula apretada.
—Ya suponía que sí. Diría que la madre Kyre mostró gran previsión al enseñarme a leer.
Volvió a contraer el rostro al oírlo.
—No es nada apropiado extender el secreto de las letras fuera de la Clerecía.
—Ah, la madre Kyre podía ser muy poco apropiada si estaba en juego el futuro de Trovenlandia. —Añadió un poco de hierro a la voz. Tenía que demostrar fuerza—. Y yo también puedo.
El padre Yarvi arrugó el papel en un puño que temblaba, pero Skara solo ensanchó la sonrisa.
—Quedaos con ese, por supuesto —dijo—. Yilling el Radiante me entregó un saquito lleno. Hay siete personas en las que confío repartidas por toda Trovenlandia, cada cual con uno como el que tenéis. Nunca sabréis quiénes son. Nunca sabréis dónde están. Pero si yo sufro algún accidente, si una noche tropiezo y caigo por la Última Puerta como el que iba a ser mi marido, se enviarán mensajes, y se repetirá la historia por todas las costas del mar Quebrado… —Se inclinó hacia él y musitó las palabras—. La historia de que el padre Yarvi era el traidor que había en nuestra alianza.
—Nadie la creerá —repuso él, pero había perdido todo el color en la cara.
—Un mensaje acabará llegando al maestro Hunnan y los guerreros de Gettlandia, contándoles que fuisteis vos quien traicionó a su amado rey Uthil.
—No tengo miedo a Hunnan —dijo, pero le temblaba la mano en el báculo.
—Un mensaje acabará llegando a vuestra madre, la Reina Dorada de Gettlandia, contándole que su propio hijo vendió su ciudad al enemigo.
—Mi madre nunca se volvería contra mí —dijo él, pero le titilaban los ojos.
—Un mensaje acabará llegando a Espina Bathu, cuyo marido Brand murió en la incursión que vos tramasteis. —La voz de Skara era fría, lenta e implacable como la marea—. Pero quizá sea más indulgente de lo que parece. Vos la conocéis mucho mejor que yo.
Del mismo modo que un palo se dobla y se dobla hasta que se parte de repente, el abuelo Yarvi dio una especie de respingo y pareció perder de sopetón toda la fuerza en las piernas. Trastabilló hacia atrás, topó con el banco de piedra y cayó con pesadez en él, soltando el báculo élfico de su mano buena para poder sostenerse y dejando que rebotara por el suelo. Se quedó sentado, con los ojos brillantes y muy abiertos, clavados en Skara. Clavados detrás de ella, como si solo pudiera contemplar fantasmas que estaban mucho más allá.
—Creía… que podría manejar a Yilling el Radiante —susurró—. Creía que podía darle pequeños secretos como cebo y clavarle el anzuelo con una gran mentira. Pero fue él quien me enganchó a mí en los estrechos. —Cayó una lágrima de uno de sus ojos anegados y dejó una franja en su mejilla laxa.
»La alianza se tambaleaba. La determinación del rey Uthil se esfumaba. Mi madre empezaba a ver provecho en la paz. No podía confiar en Gorm y Scaer. —Hizo un puño retorcido de su mano izquierda—. Pero había pronunciado un juramento. Un juramento-sol y un juramento-luna de vengarme de los asesinos de mi padre. No podía haber paz. —Parpadeó como alelado, con la cara blanquecina ya inundada de lágrimas, y Skara reparó, quizá por primera vez, en lo joven que era. Solo unos años mayor que ella.
»De modo que dije a Yilling el Radiante que atacara Thorlby —susurró—. Provoqué una afrenta de la que no podía haber vuelta atrás. Le dije cuándo y cómo. No pretendía que muriera Brand. Los dioses saben que no era mi intención, pero… —Tragó, y se le hizo un nudo en la garganta, y se encorvó y agachó la cabeza como si el peso de sus actos lo aplastara—. Cien decisiones tomadas, y en cada una el bien mayor, el mal menor. Mil pasos dados y todos ellos necesarios. —Miró el bastón élfico en el suelo y torció el gesto, asqueado—. ¿Cómo han podido guiarme hasta aquí?
Skara no sintió odio por él, sino solo pena. Ella misma estaba hasta el cuello de remordimientos, por lo que sabía que no podía castigarlo más de lo que él lo haría a sí mismo. No podía castigarlo en absoluto. Lo necesitaba demasiado.
Se arrodilló frente a él, con un tintineo de la cadena de pomos contra su pecho, y cogió su cara surcada de lágrimas con las dos manos. Ahora debía mostrar su compasión. Su generosidad. Su piedad.
—Escúchame. —Y le sacudió la cabeza para que sus ojos nublados encontraran los de ella—. No hay nada perdido. Nada destruido. Lo entiendo. Conozco el peso del poder y no te juzgo. Pero debemos estar juntos en esto.
—¿Cómo un esclavo encadenado a su ama? —farfulló él.
—Como dos aliados con obligaciones mutuas. —Le apartó las lágrimas con las yemas de los pulgares. Era el momento de mostrar su astucia y cerrar un acuerdo del que hasta la mismísima Reina Dorada habría estado orgullosa—. Seré reina de Trovenlandia no solo de nombre, sino de hecho. No hincaré la rodilla ante nadie y tendré el pleno apoyo de la Clerecía. Tomaré mis propias decisiones para mi propio pueblo. Elegiré a mi propio marido cuando lo considere oportuno. Los estrechos pertenecen en la misma medida a Trovenlandia que a Yutmarca. La mitad de las tasas que está cobrando tu madre a los barcos que cruzan irá a mi tesorería.
—Es imposible que la…
Skara volvió a sacudirle la cabeza, esta vez con fuerza.
—La palabra adecuada puede cercenar cualquier soga de imposibles, ya lo sabes. Trovenlandia ha sufrido lo peor de tu guerra. Necesito oro para reconstruir lo que incendió Yilling el Radiante. Plata para comprar mis propios guerreros y mis propios aliados. Y tú serás Abuelo de la Clerecía y tus secretos estarán tan a salvo en mis manos como en las tuyas. —Se agachó, recogió su báculo del suelo y se lo tendió—. Eres clérigo, pero has hecho el trabajo de la Madre Guerra. Ya ha habido bastante sangre. Alguien tiene que hacer el trabajo del Padre Paz.
Yarvi dobló los dedos en torno al metal élfico, con una mueca despectiva en los labios.
—Y así danzaremos hacia tu brillante futuro cogidos de la mano, y entre los dos mantendremos el equilibrio del mar Quebrado.
—También podríamos destruirnos mutuamente, pero ¿para qué? Si la abuela Wexen me ha enseñado una lección, es que eres un enemigo peligrosísimo. Preferiría con mucho ser amiga tuya. —Skara se levantó y miró hacia abajo—. Podrías necesitar una amiga. Sé que a mí me hará falta uno.
Los ojos claros del Primero Entre Clérigos estaban secos de nuevo.
—Tampoco puede decirse que tenga mucha elección, ¿verdad?
—No sabes lo refrescante que es hablar con alguien que sabe ver el fondo del asunto. —Se quitó las últimas hojas que le quedaban en el vestido, pensando en lo orgulloso que habría estado su abuelo—. Hay un solo voto, abuelo Yarvi. Y es el mío.