VICTORIA

La tierra era una negra incógnita cuando los barcos empezaron a atracar; el cielo, una tela de color azul oscuro rasgada por nubes y punzada por estrellas. En el agua oscura seguían ardiendo los restos desperdigados de la flota de la abuela Wexen.

Las tripulaciones empezaron a desembarcar, a vadear el oleaje entre tropezones y risas con los ojos brillantes de triunfo, a la luz de las cien hogueras encendidas en la playa.

Skara los observaba atenta, ansiosa por saber quién vivía, quién estaba herido, quién había muerto, ardiendo en deseos de meterse corriendo en el mar para averiguarlo antes.

—¡Ahí! —dijo la hermana Owd, señalando.

Skara vio la bestia de proa del Perro Negro y a su tripulación, que ya remontaba la playa de guijarros. Sintió un alivio arrollador al ver la cara sonriente de Jenner el Azul y, entonces, el guerrero que lo acompañaba se quitó un yelmo dorado y Raith le dedicó una amplia sonrisa. Skara corrió playa abajo para darles la bienvenida, lo hubiera considerado apropiado o no la madre Kyre.

—¡Victoria, mi reina! —exclamó Jenner, y Skara lo abrazó, le agarró las orejas y le hizo bajar la cabeza para poder darle un beso en la rala coronilla.

—¡Sabía que no me decepcionarías!

Un ruborizado Jenner señaló a un lado con la cabeza.

—Dadle las gracias a este de aquí. Ha matado a un capitán en combate singular. Nunca he visto a nadie luchar con tanto valor.

Los ojos de Raith relucían salvajes y, antes de darse cuenta, Skara estaba dándole también un abrazo, llenándose la nariz con su olor agridulce, que de algún modo era todo menos desagradable. Él la levantó en volandas con relajada fuerza y le dio vueltas como si estuviera hecha de paja mientras los dos reían, ebrios de victoria.

—Os traemos un botín —dijo Raith, y volcó una bolsa de lona llena de tintineantes aros-moneda en la arena.

La hermana Owd se acuclilló para hurgar entre el oro y la plata, formando hoyuelos en sus mejillas redondas al sonreír.

—Esto no vendrá nada mal a la tesorería de Trovenlandia, mi reina.

Skara apoyó una mano en el hombro de su clériga.

—Ahora Trovenlandia tiene tesorería.

Con aquello podía empezar a alimentar a su pueblo, quizá hasta iniciar la reconstrucción de lo que había incendiado Yilling el Radiante, y ser una reina en lugar de una chica con un título hecho de humo. Miró a Raith enarcando una ceja.

—Debo confesar que no esperaba mucho de ti cuando te sentaste por primera vez a mi lado.

—Yo tampoco lo creía —dijo él.

Jenner lo cogió y le revolvió el pelo blanco.

—¿Cómo ibais a creerlo? ¡Este cabrón no tiene pinta de que se pueda esperar algo de él!

—Mira quién habla, abuelo —dijo Raith, sacudiéndose de encima la mano de Jenner el Azul.

—Los dos habéis demostrado ser grandes luchadores. —Skara eligió dos aros de oro y entregó uno a Jenner, pensando en lo orgulloso que habría estado su abuelo si la viera entregando regalos a sus guerreros—. Y amigos leales. —Asió la gruesa muñeca de Raith, le puso el otro y, protegida por la oscuridad, dejó que sus dedos resbalaran por el dorso de su mano. Él giró la palma hacia arriba y el pulgar de Skara la acarició hacia un lado y hacia el otro.

Alzó la mirada y vio sus ojos fijos en ella. Como si no hubiera nada más que mirar en el mundo. Sin duda la madre Kyre no lo habría tildado de apropiado. Nadie lo habría hecho. Quizá por eso la emoción de hacerlo dejaba a Skara sin aliento.

—¡El acero ha sido nuestra respuesta!

El bramido hizo que Skara retirara la mano de golpe. Se volvió hacia el rey Uthil, que subía por la playa dando grandes zancadas, con el padre Yarvi sonriente a su hombro. Por todas partes los hombres alzaron sus espadas, sus hachas y sus lanzas en saludo, y los filos mellados por la batalla reflejaron la luz de las hogueras y ardieron con todos los colores de la llama, dando la impresión de que el Rey de Hierro y sus acompañantes cruzaban un mar de fuego.

—¡La Madre Guerra ha estado con nosotros!

Grom-gil-Gorm llegó erguido en toda su altura desde la penumbra de las dunas, con una herida reciente que añadir a las cicatrices del rostro y la barba enmarañada con grumos de sangre. Rakki caminaba a un lado del rey con su enorme escudo, que también lucía nuevas marcas, y Soryorn al otro cargando una brazada de espadas que habían pertenecido a sus enemigos. La madre Scaer lo seguía sin dejar de mover los labios, canturreando su agradecimiento a la Madre de Cuervos.

Los dos grandes reyes, los dos afamados guerreros, los dos viejos enemigos, se reunieron y se miraron a los ojos sobre un fuego bajo. Las risas y los vítores se fueron desvaneciendo a lo largo de la bulliciosa playa, y Aquella Que Canta El Viento entonó una melodía fúnebre y arrancó brillantes chispas que bajaron sobre los guijarros hacia el mar.

Entonces el Rompeespadas infló su poderoso pecho, en el que destelló la cadena hecha con los pomos de sus enemigos caídos, y habló con voz de trueno.

—He mirado hacia el mar y he visto un barco que se deslizaba por el agua raudo como una gaviota gris, espantando a los barcos del Alto Rey como estorninos. Hierro en el mástil, en las manos de sus guerreros. Hierro en los ojos de su despiadado capitán. Hierro en la masacre que ha desatado sobre las aguas. Cadáveres para saciar incluso el hambre de la Madre Mar.

Un férreo murmullo se extendió entre los guerreros, orgullosos de su fuerza y de la fuerza de sus líderes. Orgullosos de las canciones que legarían a sus hijos, más valiosos para ellos que el oro. Uthil dejó que se ensancharan sus ojos enloquecidos, dejó que su espada resbalara hasta reposar con la punta entre los guijarros de la playa. Su voz llegó estridente como el chirrido de la piedra de afilar.

—He mirado hacia la tierra y he visto reunirse una hueste. Negro era el estandarte que el viento azotaba sobre sus cabezas, negra era la furia que ha caído sobre sus enemigos. Hacia el mar empujaba a los hombres del Alto Rey. Un trueno de acero partía sus yelmos y hendía sus escudos, y roja era la marea que ha anegado su derrota. Cadáveres para saciar incluso el hambre de la Madre Guerra.

Los dos reyes se estrecharon la mano sobre la hoguera y estalló un poderoso vítor, un estruendo metálico cuando los hombres golpearon sus armas dentadas contra sus escudos abollados, cuando aporrearon los hombros cubiertos de malla de sus camaradas, y Skara aplaudió y rio con ellos.

Jenner el Azul alzó las cejas.

—Unas estrofas aceptables, para ser improvisadas.

—¡Sin duda los escaldos podrán pulirlas más tarde!

Skara había conocido la sensación de una gran victoria, y era merecedora de canciones. Habían expulsado al Alto Rey de la tierra de sus antepasados y, por primera vez desde que huyera del Bosque en llamas, notó el corazón satisfecho.

Pero entonces recordó aquella sonrisa fofa, salpicada de la sangre de su abuelo, y tuvo un escalofrío.

—¿Yilling el Brillante estaba entre los muertos? —preguntó levantando la voz.

Grom-gil-Gorm volvió sus ojos oscuros hacia ella.

—No he visto ni rastro de ese perro adorador de la Muerte, ni tampoco de sus Compañeros. Lo que hemos masacrado en la playa era una escoria mal armada y mal dirigida.

—Padre Yarvi. —Un niño pasó junto a Skara y tiró del abrigo del clérigo—. Ha llegado una paloma.

Por algún motivo, sintió el peso de la fría preocupación en el estómago mientras el padre Yarvi apoyaba su báculo de metal élfico en el interior del codo y giraba el trocito de papel hacia la luz del fuego.

—¿Procedente de dónde?

—Costa abajo, más allá de Yaletoft.

—Tenía a hombres vigilando el agua y…

Dejó la frase en el aire mientras sus ojos recorrían las letras garabateadas.

—¿Tienes noticias? —preguntó el rey Uthil.

Yarvi tragó saliva mientras una ráfaga repentina agitaba el papel en sus dedos.

—El ejército del Alto Rey ha cruzado los estrechos hacia el oeste —murmuró—. Diez mil de sus guerreros han hollado terreno trovenlandés y ya están marchando.

—¿Qué? —dijo Raith, con la boca todavía sonriente pero la frente arrugada de confusión.

No muy lejos, los hombres todavía danzaban con pasos torpes a la música de una flauta, riendo, bebiendo y celebrando, pero en torno a los dos reyes los rostros se habían vuelto graves de repente.

—¿Estás seguro? —La voz de Skara tenía el tono suplicante de un preso indultado que descubría que iba a morir por algún otro delito.

—Lo estoy. —Y Yarvi arrugó el papel y lo arrojó a las llamas.

La madre Scaer dio una risotada seca y desprovista de alegría.

—¡Todo esto era un señuelo! Una floritura en los dedos de la abuela Wexen para apartar nuestros ojos mientras descargaba el auténtico golpe con la otra mano.

—Un truco —dijo Jenner el Azul casi sin voz.

—¿Ha sacrificado a todos esos hombres? —preguntó Skara—. ¿Como carnada?

—Por el bien mayor, mi reina —susurró la hermana Owd. Playa abajo, algunos fuegos se apagaron chisporroteando cuando una fría ola ascendió por la grava.

—Se ha librado de sus barcos peor calafateados, de sus guerreros más débiles. Hombres a los que ya no tendrá que armar, alimentar ni preocuparse por ellos. —El rey Uthil asintió con aprobación—. Hay que admirar su crueldad.

—Creía que nos había sonreído la Madre Guerra. —Gorm frunció el ceño al cielo nocturno—. Parece que su favor ha recaído en otros.

A medida que corría la noticia, la música se detuvo y, con ella, las celebraciones. La madre Scaer miraba a Yarvi con furia.

—Creías que sorprenderías a la abuela Wexen, pero ha sido ella quien te ha burlado a ti y a todos nosotros contigo. ¡Necio arrogante!

—¡No he oído que nos iluminaras con tu sabiduría! —replicó brusco el padre Yarvi, con sombras negras en los huecos iracundos de su cara.

—¡Basta! —suplicó Skara, interponiéndose entre ellos—. ¡Debemos estar unidos, ahora más que nunca!

Pero ya había estallado un murmullo que pronto se convirtió en clamor, como el que había oído al otro lado de su puerta la noche en que los guerreros del Alto Rey llegaron a Yaletoft.

—¿Diez mil hombres? ¡Eso bien puede ser el triple de los que hemos combatido aquí!

—¡El doble de los que tenemos nosotros!

—¡Y podrían llegar más por los estrechos!

—No hay duda de que el Alto Rey ha encontrado más barcos.

—Debemos atacar ya —espetó el rey Uthil.

—Debemos retirarnos —gruñó Gorm—, atraerlos a nuestro terreno.

—Basta —croó Skara, pero no se encontraba capaz de llenar los pulmones como debía. El corazón le palpitaba en los oídos.

Algo se agitó en el cielo negro y Skara se sobresaltó. Raith la cogió por el brazo y la colocó a su espalda mientras desenfundaba una daga.

Un ave llegó aleteando en la noche y se posó en el hombro de la madre Scaer. Un cuervo, que plegó las alas y la miró sin parpadear con ojos amarillentos.

—¡Yilling el Radiante ha venido! —chilló.

Y de pronto Skara volvía a hallarse en la oscuridad, con la demente luz de los fuegos al otro lado de las ventanas mientras una mano blanca se acercaba para tocarle la cara. Notó que se le revolvían las tripas y le temblaban las rodillas, y tuvo que aferrar el brazo de Raith para no caerse.

La madre Scaer desenrolló en silencio el papel de la pata de su cuervo. Leyó en silencio la escritura y su rostro pétreo se petrificó aún más. Skara sintió en silencio cómo el miedo se aposentaba más en ella, igual que una nevada, igual que una roca enorme que la dejara sin aliento, solo con el cosquilleo ácido al fondo de la garganta.

Recordó lo que solía decir su abuelo. «La sensación de la victoria es agradable, pero siempre fugaz».

Su voz salió tenue en la noche.

—¿Qué ocurre?

—Más noticias aciagas —dijo la madre Scaer—. Sé dónde ha estado Yilling el Radiante.