LA SANGRE DE BAIL

Skara no había pasado más miedo ni cuando se enfrentó a Yilling el Radiante.

No había podido dormir ni un solo momento, su mente daba vueltas sin cesar a qué diría y cómo lo haría, sopesando las lecciones de la madre Kyre, recordando el ejemplo de su abuelo, musitando oraciones en la oscuridad a Aquella Que Pronunció La Primera Palabra.

No había desayunado ni una sola migaja, sus tripas dando vueltas sin cesar en una inagotable agitación nerviosa. Notaba que tenía el culo a punto de ceder y no paraba de preguntarse qué pasaría si dejaba escapar un enorme y sonoro pedo en tan elevada compañía.

Tenía los nudillos blancos de la fuerza con que agarraba los brazos de su silla, como si estuviera a la deriva en mares tormentosos. En la penumbra del Salón de los Dioses nadaban rostros enfurecidos, y Skara se esforzó en estudiarlos como le había enseñado a hacer la madre Kyre. En leerlos, en descubrir las dudas, las esperanzas y los secretos que ocultaban, en hallar cuanto pudiera utilizarse.

Cerró los ojos, repitiéndose una y otra vez las palabras de su abuelo: «Tú siempre has sido valiente, Skara. Siempre valiente. Siempre valiente».

Aquel joven vansterlandés, Raith, no le ofrecía demasiada confianza. Era arrebatador, eso desde luego. Arrebatador como un hacha apoyada en el cuello, con su cara blanquecina y endurecida como la plata esculpida, su frente arrugada de rabia, el cabello muy corto y las cejas surcadas de cicatrices e incluso las pestañas completamente blancas, como si le hubieran exprimido del cuerpo todo el sentimiento y dejado solo desprecio.

Era como si procedieran de mundos diferentes. Raith parecía duro y salvaje como un perro de pelea, tranquilo y desdeñoso en tan mortífera compañía como un lobo al frente de su propia manada. Aquella sonrisa burlona habría encajado como un guante entre los Compañeros de Yilling el Radiante, y Skara tragó una saliva amarga y trató de fingir que no lo tenía a su lado.

—La muerte nos espera a todos. —La voz chirriante del rey Uthil llegó a Skara resonando como si la pronunciara desde la boca de un pozo y ella estuviera ahogándose al fondo—. El guerrero sabio se inclina por la espada. Ataca al corazón, confunde y sorprende a su enemigo. El acero es la respuesta, siempre. Debemos atacar.

Desde el lado gettlandés del salón se elevó el predecible golpeteo de aprobación y, desde el lado vansterlandés, los predecibles reniegos contrariados.

—El guerrero sabio no se arroja a los brazos de la Muerte. Se inclina por el escudo. —Gorm posó una mano afectuosa en el gran escudo negro que portaba el hermano gemelo de Raith—. Atrae al enemigo a su propio terreno, y entonces lo aplasta en sus propios términos.

El rey Uthil soltó un bufido.

—¿Y de qué te ha servido nunca inclinarte por el escudo? En este mismo salón te desafié a un duelo y de este mismo salón te escabulliste como un perro apaleado.

La hermana Owd apoyó los codos en la mesa. Su semblante recordó a Skara los melocotones que antes crecían fuera de las murallas del cabo de Bail: era suave y redonda, tenía manchitas rosadas y estaba cubierta de pelusilla.

—Mis reyes, esto no lleva a ninguna parte…

Pero Grom-gil-Gorm impuso su voz del mismo modo que el trueno se impone al canto de un pájaro.

—La última vez que se enfrentaron gettlandeses y vansterlandeses, tu famosa espada se echó de menos en el cuadrado, Rey de Hierro. Enviaste a una mujer a luchar en tu lugar y la derroté, pero elegí dejarla vivir…

—Podemos repetirlo cuando te dé la gana, zurullo con patas —masculló Espina Bathu.

Skara observó que Raith había aferrado el brazo de su silla. Tenía la mano grande, pálida y con los gruesos nudillos cubiertos de cicatrices. Una mano cuya forma innata era un puño. Skara le cogió la muñeca y se apresuró a levantarse antes que él.

—¡Debemos encontrar un terreno intermedio! —gritó. Fue más bien un chillido desesperado, en realidad. Tragó saliva de nuevo mientras todas las miradas se volvían hacia ella, hostiles como una hilera de lanzas en ristre—. Sin duda el guerrero sabio emplea juntos el escudo y la espada, cada uno en su momento adecuado.

Parecía un argumento difícil de discutir, pero el cónclave halló la forma.

—La estrategia deben planearla quienes aportan los barcos —dijo el rey Uthil, contundente como un garrote de abedul.

—Vos solo aportáis una tripulación a nuestra alianza —dijo el rey Gorm, acariciando su cadena.

—Es de las buenas —señaló Jenner—, pero no intentaré convenceros de que es más de una.

La hermana Owd volvió a intentarlo.

—Las normas formales de un cónclave, establecidas por Ashenleer en la noche de los tiempos, otorgan la misma voz a todos los miembros de una alianza, sin importar los… sin importar… —Encontró los ojos de su antigua maestra, la madre Scaer, que estaba mirándola con la mayor frialdad imaginable, y su voz fue víctima de una muerte lenta en la inmensidad del Salón de los Dioses.

A Skara le costó trabajo dominar el tono.

—Habría traído más barcos si mi abuelo viviera.

—Pero está muerto —replicó Uthil, sin molestarse en suavizar la frase.

Gorm frunció el ceño a su rival.

—Y nos había vendido a la abuela Wexen.

—¿Qué elección le dejasteis? —ladró Skara, sorprendiendo con su ira a todo el mundo, la primera ella misma—. ¡Los aliados que debían acudir en su ayuda estaban sentados regañando por quién se sentaba dónde mientras él moría solo!

Si las palabras eran armas, aquellas habían dado en el blanco. Se apoderó del silencio que le brindaron, se inclinó hacia delante y plantó los puños en la mesa, por pequeños que fuesen, como había visto hacer a su abuelo.

—¡Yilling el Radiante está ocupado arrasando Trovenlandia! Destruye toda resistencia que encuentra. Allana el camino para el gran ejército del Alto Rey. ¡Se cree invencible! —Permitió que el desprecio de Yilling escociera en el irritable orgullo congregado en el salón, antes de añadir en voz más baja—: Pero ha dejado atrás sus barcos.

Los ojos grises del rey Uthil se entornaron.

—El barco de un guerrero es su arma más efectiva, su medio de avituallamiento, su ruta de escape.

—Su hogar y su corazón. —Gorm se pasó los dedos con esmero por la barba—. ¿Dónde están esos barcos de Yilling el Radiante?

Skara se lamió los labios.

—En el puerto del cabo de Bail.

—¡Pues vaya! —Los brazaletes élficos repiquetearon en la muñeca tatuada de la madre Scaer cuando gesticuló para dar por zanjado el tema—. A salvo tras las grandes cadenas.

—La fortaleza del cabo de Bail es de construcción élfica —dijo el padre Yarvi—. Inexpugnable.

—¡No! —El eco de la voz de Skara regresó desde la cúpula como una palmada—. Yo nací allí y conozco sus puntos débiles.

Uthil se revolvió, molesto, pero Laithlin le puso una mano con delicadeza en el dorso del puño cerrado.

—Déjala hablar —musitó, inclinándose hacia él.

El ceño del rey se relajó un ápice al mirar a su esposa, y Skara se preguntó si en verdad sería un hombre de hierro o solo de carne como los demás, atrapado en la jaula de hierro de su propio renombre.

—Hablad, princesa —dijo, mientras giraba la mano para coger la de Laithlin y se reclinaba.

Skara irguió el cuello, empujó sus palabras hasta el último rincón de la estancia, llenó el salón con sus esperanzas y deseos para contagiarlos a todo el que la oyera, como le había enseñado la madre Kyre.

—Las murallas élficas no pueden traspasarse, pero algunas partes quedaron destruidas con la Ruptura de la Diosa, y fueron hombres quienes cerraron los huecos. La Madre Mar embate sin descanso sus cimientos. Para apuntalarlos, mi abuelo construyó dos contrafuertes junto a los acantilados del torreón sudoccidental. Tan gigantescos que casi se tocan. Un hombre ágil podría escalar entre ellos y tender una cuerda para que lo sigan otros.

—Un loco ágil —murmuró Gorm.

—Aunque lograran entrar unos pocos —dijo Uthil—, Yilling el Radiante es un caudillo muy curtido. No sería tan idiota de dejar sin guardia los grades portones…

—Existe otro acceso, un portillo escondido por el que solo cabe un hombre a la vez, pero por el que vuestros demás guerreros podrían entrar en la fortaleza. —La voz de Skara se quebró con la aplastante necesidad de convencerlos, pero Jenner el Azul estaba a su lado y resultó ser mejor diplomático que lo que parecía.

—Yo no sabré gran cosa —dijo—, pero el mar Quebrado sí que lo conozco, y el cabo de Bail es su cerradura y la llave que lo abre. La fortaleza domina los estrechos de Casa Skeken. Por eso la abuela Wexen está tan empeñada en tomarla. Mientras siga en manos de Yilling el Radiante, puede atacar donde quiera, pero si pudiéramos arrebatársela… —Y se volvió hacia Skara, guiñándole un ojo.

—Nos cobraríamos una victoria digna de canciones —exclamó ella—, y amenazaríamos la misma silla del Alto Rey.

Se alzó un murmullo mientras los hombres sopesaban las posibilidades. Skara había atraído su interés, pero los dos reyes eran bueyes de gran temperamento, casi imposibles de uncir para un propósito común.

—¿Y si han movido los barcos? —preguntó Uthil—. ¿Y si no recordáis con exactitud los puntos débiles del cabo de Bail? ¿Y si Yilling los conoce y ha apostado guardias en ellos?

—Entonces la muerte nos espera a todos, rey Uthil. —Skara no ganaría batallas mostrándose dócil, al menos no contra adversarios como aquellos—. Antes os he oído decir que debemos atacar al corazón. El corazón de Yilling es su orgullo. Sus barcos.

—Es arriesgado —dijo Gorm entre dientes—. Hay tantas cosas que podrían salir mal…

—Para derrotar a un enemigo más poderoso debéis arriesgaros. —Skara dio un puñetazo en la mesa—. Antes os he oído decir que debemos enfrentarnos al enemigo en nuestro propio terreno. ¿Qué mejor terreno podríamos desear que la fortaleza más impenetrable de todo el mar Quebrado?

—No es mi terreno —refunfuñó Gorm.

—¡Pero es el mío! —A Skara se le volvió a quebrar la voz, pero se obligó a seguir adelante—. ¿O habéis olvidado que la sangre del mismísimo Bail corre por mis venas?

Skara percibió sus vacilaciones. Su odio mutuo, su miedo al Alto Rey, su necesidad de aparentar valor sin medida, su anhelo de gloria, todo ello equilibrado en el filo de una espada. Casi los tenía en el bolsillo, pero en cualquier momento, como palomas que regresan a las jaulas que conocen, podían recaer en su bien labrada rivalidad y con ello echar a perder la ocasión.

«Donde falla la razón —le había dicho una vez la madre Kyre— puede triunfar la locura».

—¡Quizá necesitéis verla!

Bajó un brazo y arrancó la daga del cinturón de Raith, que intentó impedirlo a la desesperada pero llegó tarde. Skara apretó la brillante punta contra el pulpejo de su otra mano y se rajó la palma hasta el nacimiento del dedo meñique.

Había esperado que cayeran unas pocas gotas delicadas y carmesíes, pero saltaba a la vista que Raith mantenía bien afilada su arma. La sangre salpicó en la mesa, alcanzó el pecho de Jenner el Azul y manchó la cara redonda de la hermana Owd. El salón entero se quedó sin aliento y la más sorprendida de todos era Skara, pero ya no quedaba retirada posible, solo una carga enloquecida hacia delante.

—¿Y bien? —Levantó el puño hacia los altos dioses, dejando que la sangre trazara franjas rojas en su brazo y le goteara del codo—. Orgullosos guerreros, ¿desenfundaréis vuestras espadas y derramaréis vuestra sangre junto a la mía? ¿Os entregaréis a la Madre Guerra y os pondréis en manos de vuestra suertedearmas? ¿O preferís merodear aquí, en la sombra, pinchándoos uno al otro con palabras?

Grom-gil-Gorm tiró la silla al suelo cuando se levantó en toda su gran estatura. Hizo una mueca, se le marcaron los músculos de la mandíbula y Skara se encogió, esperando que la aplastara con su ira. Entonces reparó en que se estaba mordiendo la lengua. Lanzó un escupitajo rojo al otro lado de la mesa.

—Los hombres de Vansterlandia zarparán en cinco días —gruñó el Rompeespadas, con la barba empapada en sangre.

El rey Uthil se puso de pie y dejó que la espada que llevaba siempre en brazos resbalara hasta tocar el suelo con la punta. La asió por debajo de la empuñadura y sus nudillos se volvieron blancos al apretar. Se fue acumulando una franja roja que bajó por la acanaladura de la espada y se extendió aceitosa por el suelo en torno al acero.

—Los hombres de Gettlandia zarparán en cuatro —dijo.

Los guerreros de ambos lados aporrearon las mesas, hicieron tintinear sus armas y prorrumpieron en vítores al ver por fin sangre derramada, aunque ni de lejos alcanzara para ganar una batalla y la mayoría perteneciera a una chica de diecisiete años.

Skara volvió a sentarse, mareada de repente, y notó que le quitaban el puñal de las manos. La hermana Owd lo usó para abrir las costuras de su manga y luego rasgó una tira de tela, cogió la muñeca de Skara y empezó a vendarle la mano con destreza.

—Con esto bastará hasta que pueda daros puntos. —Alzó la mirada bajo las cejas—. Por favor, no volváis a hacer eso nunca, princesa.

—No te preocupes… ¡Ah! —Dioses, empezaba a doler mucho—. Creo que he aprendido esa lección.

—¡Es un poco pronto para celebrar nuestra victoria! —dijo el padre Yarvi a viva voz, acallando el estruendo—. Antes tenemos que decidir quién será el que trepe.

—Para las proezas de fuerza y habilidad, mi portaestandarte, Soryorn, no tiene igual. —Gorm pasó la mano por la argolla con granates incrustados del alto esclavo shendo que tenía al lado—. Corrió los remos adelante y atrás tres veces en nuestra travesía desde Vansterlandia, y eso que había tormenta.

—No encontraréis a nadie más veloz ni sigiloso que mi aprendiz Koll —replicó el padre Yarvi—. Como sin duda confirmará cualquiera que lo haya visto buscar huevos en lo alto de los acantilados.

Todos los gettlandeses asintieron con la cabeza. Todos excepto el propio aprendiz, a quien la idea parecía haber revuelto tanto el estómago como notaba Skara el suyo.

—¿Un desafío amistoso, quizá? —propuso la reina Laithlin—. ¿Para decidir quién es el mejor?

Skara distinguió la astucia en sus palabras. Sería una buena distracción para evitar que aquellos carneros de genio vivo se embistieran uno al otro antes de encararse a su enemigo.

La hermana Owd depositó despacio la mano vendada de Skara en la mesa.

—Como aliada de pleno derecho —declaró—, según dictan la ley antigua e innumerables precedentes, Trovenlandia también debería estar representada en tal desafío. —En esa ocasión evitó la mirada gélida de la madre Scaer y se reclinó contra el respaldo, satisfecha de su contribución.

Skara no estaba tan contenta. No tenía hombres fuertes ni sigilosos, solo a Jenner el Azul.

El saqueador alzó sus pobladas cejas al ver que Skara lo miraba y farfulló:

—Yo ya encuentro complicada una escalera.

—Yo treparé por vos —dijo Raith. Skara no lo había visto sonreír hasta entonces, y fue como si se encendiera una llama en aquel rostro frío, que hizo brillar sus ojos de valentía y picardía y lo volvió más arrebatador que nunca—. Tiene que ser mejor que hablar, ¿verdad?