POR LOS DOS
Raith despertó y dio un salto enloquecido al darse cuenta de que estaba recibiendo manotazos. Agarró al hijo de puta por el cuello y le estampó la cabeza contra la pared, rugiendo mientras desenfundaba su puñal con gesto ensayado.
—¡Dioses, Raith, soy yo! ¡Soy yo!
Hasta ese instante Raith no se dio cuenta, a la cambiante luz de la antorcha que había pasillo abajo, de que tenía a su hermano contra la pared y estaba a punto de rajarle el cuello.
El corazón le aporreaba el pecho. Tardó un momento en recordar que estaba en la ciudadela de Thorlby. En el pasillo que daba al dormitorio de Gorm, envuelto en una manta. Justo en el lugar que le correspondía.
—No me despiertes así —dijo con malos modos, abriendo con esfuerzo los dedos de su mano izquierda. Cuando más le dolían era recién levantado.
—¿Que no te despierte? —susurró Rakki—. Ibas a despertar tú a toda Thorlby, con esos gritos que dabas. ¿Estabas soñando otra vez?
—No —gruñó Raith, sentándose con la espalda apoyada en la pared y rascándose las sienes—. Puede. —Sueños llenos de fuego. Humo ascendiendo en columnas, el hedor de la destrucción. Luz demente en los ojos de los guerreros, en los ojos de los perros. Luz demente en la cara de aquella mujer. Su voz, llamando a sus hijos a gritos.
Rakki le ofreció un odre y Raith se lo quitó de las manos y se enjuagó la boca, irritada y llena de cortes por las bofetadas de Gorm, como era habitual. Vertió agua en la palma de su mano y se frotó la cara. Tenía todo el cuerpo frío de sudor.
—Esto no me gusta nada, Raith. Me tienes preocupado.
—¿Tú, preocupado por mí? —La espada de Gorm debía de haberse movido en el forcejeo y Raith la recogió y se abrazó a ella. Si el rey veía que la había dejado en el frío suelo, se llevaría otro bofetón y quizá cosas peores—. Eso sí que es una novedad.
—Qué va. Llevo mucho tiempo preocupado por ti. —Rakki miró nervioso hacia la puerta del dormitorio del rey y bajó la voz a un tono suave y anhelante mientras se inclinaba hacia su hermano—. Podríamos irnos sin más. Podríamos buscar un barco que nos llevara por el Divino y el Denegado, como siempre dices. O al menos, como siempre decías.
Raith movió la cabeza hacia la puerta.
—¿Y crees que nos dejaría marchar y punto? ¿Crees que la madre Scaer se despediría de nosotros con una sonrisa? —Dio un soplido—. Se suponía que tú eras el hermano listo. Era un sueño bonito, pero ya no hay vuelta atrás. ¿Es que has olvidado cómo eran las cosas antes? ¿Lo que era tener hambre, frío y miedo a todas horas?
—¿Tú no tienes miedo a todas horas? —La voz de Rakki era tan débil que hizo bullir la ira de Raith y espantó el terror que habían conjurado los sueños. La ira solucionaba la mayoría de los problemas, al fin y al cabo.
—¡Pues no! —exclamó, y el grito sacudió la espada de Gorm e hizo encogerse a su hermano—. Soy un guerrero, y en esta guerra voy a ganarme un nombre, y también suficientes aros-moneda para que nunca volvamos a pasar hambre. Este es mi sitio. Luché para ganármelo, ¿verdad que sí?
—Sí, luchaste para ganártelo.
—¡Servimos a un rey! —Raith trató de invocar el mismo orgullo que sentía antes—. El guerrero más grande de todo el mar Quebrado. Invicto en duelo y batalla. Ya que te gusta rezar, ¡agradece a la Madre Guerra que estemos en el bando ganador!
Rakki lo miró desde la otra pared del pasillo, sosteniendo a su espalda el escudo de Gorm lleno de marcas de guerra, con los ojos abiertos y brillantes a la luz de la antorcha. Era curioso que pudiera tener una cara tan parecida a la de Raith pero una expresión tan distinta. A veces parecían dos bestias de proa con idéntica talla, amarradas de por vida al mismo barco pero siempre mirando en sentidos opuestos.
—Habrá una matanza —murmuró—. Más que nunca.
—Ya lo supongo —dijo Raith, y se tumbó dando la espalda a su hermano y pasándose la manta por encima, abrazado a la espada de Gorm—. Es una guerra, ¿no?
—Es que no me gusta matar.
Raith intentó hablar como si no tuviera importancia, pero no le salió del todo bien.
—Puedo matar yo por los dos.
Un silencio.
—Eso es lo que me da miedo.