EL EJEMPLO DE GUDRUN
Era una hermosa mañana de finales de verano, y la Madre Sol hacía brillar la lluvia de la noche anterior como joyas en la hierba.
—Este es nuestro punto más débil —dijo Raith.
No hacía falta ser un gran guerrero para darse cuenta. La Ruptura de la Diosa había cercenado la esquina nororiental de la fortaleza como un cuchillo gigante, y los reyes de un pasado remoto habían levantado una torre para taponar el hueco. Era una construcción basta y desatendida, ya sin techo y con las vigas atestadas de pájaros y cubiertas de cagarrutas, junto a una porción de muralla construida por el hombre que se combaba hacia fuera, apuntalada con baluartes casi derruidos.
—La Torre de Gudrun —musitó Skara.
—¿Por qué se llama así? —preguntó la madre Owd.
Skara se había irritado mucho cuando la madre Kyre se empeñó en explicarle la historia pero, como pasaba con la mayoría de las lecciones de la clériga, había terminado recordándola bien.
—La princesa Gudrun era nieta de un rey de Trovenlandia.
—Mal empezamos —refunfuñó la madre Owd. Solía estar de mal humor por las mañanas—. Pero conozco a alguna de esas que luego resultó bien.
—Esta no. Se enamoró de un mozo de cuadra.
—Qué imprudente.
—Supongo que el amor cae donde cae.
La madre Owd levantó una ceja.
—Por lo general se ve caer de lejos y da tiempo a apartarse.
—Pues Gudrun no lo hizo. En aquellos tiempos Trovenlandia tenía tres reyes, y su abuelo la había prometido a uno de los otros dos. La princesa intentó fugarse, así que el rey ahorcó a su amante de esa torre y la encerró a ella en lo alto hasta que aprendiera cuál era su deber.
La madre Owd se rascó el moño suelto en que tenía enrollado el pelo.
—Me está costando adivinar de dónde vendrá el final feliz.
—No vendrá. Gudrun se arrojó desde las almenas y murió en el foso.
—Esperemos no acabar todos siguiendo su ejemplo —dijo Raith.
—¿Suicidándonos por amor?
—Muriendo en el foso.
Raith llevaba varios días de un talante lúgubre hasta para él, y aunque bastaba con la perspectiva de diez mil enemigos armados para explicar la acritud de cualquiera, Skara se preguntó si su acuerdo con Gorm tendría algo que ver. Tampoco era que a ella le hiciera mucha ilusión, pero ya no tenía remedio. Soltó un suspiro de cansancio. Había cosas más importantes de las que preocuparse que los sentimientos de nadie, incluidos los propios.
El sonido de cascos atrajo su mirada y vio a unos jinetes saliendo de la fortaleza. Una columna de doscientos caballos o más al galope, levantando la tierra al rebasar veloces a los hombres que seguían ahondando el foso y cruzar el terreno enfangado de los campamentos de Gorm y Uthil.
Jenner el Azul subía por la suave pendiente hacia ellos y Skara lo llamó.
—¿Quién quiere perderse lo que viene?
—Espina Bathu —dijo Jenner, volviéndose hacia los jinetes—. Pero solo porque Yilling el Radiante tarda demasiado en llegar para su gusto. Se lleva a doscientos de los hombres más sanguinarios de Gettlandia para hacerle todo el daño que sea capaz.
—Eso puede ser mucho daño —dijo Skara en voz baja, observando cómo los últimos jinetes abandonaban la larga sombra del cabo de Bail, cruzaban el pueblo desierto y se alejaban hacia el norte.
—En todo caso, no tenemos forraje para los caballos, mi reina. —Jenner se detuvo junto a ellos, con los brazos en jarras—. Ni demasiado para los hombres. Yilling el Radiante quemó la mayoría de nuestras granjas en treinta leguas a la redonda y saqueó casi todas las que no incendió. Uthil y Gorm calculan que solo podemos mantener a un millar de hombres. Los que tienen familias que cuidar y cosechas que recoger zarparán en barcos hacia Thorlby y más al norte.
Skara parpadeó, sorprendida.
—Nos superarán en diez contra uno.
—Cuantos más sean, mayor nuestra gloria —murmuró Raith—, o eso dicen…
—Los que se queden serán guerreros escogidos. —Como de costumbre, Jenner intentaba trazar un rumbo optimista—. Y sobran para defender las murallas hasta que regrese el padre Yarvi. Cuatrocientos vansterlandeses, cuatrocientos gettlandeses, cien herreros, cocineros y sirvientes y cien de los nuestros.
—¿Tantos hombres tenemos dispuestos a quedarse?
—Hay cinco veces esa cantidad dispuestos a morir por vos, mi reina, y entre ellos puedo elegir a cien que matarán a unos cuantos guerreros del Alto Rey mientras tanto.
—Estoy conmovida —dijo Skara—, de verdad. Pero tú no deberías estar entre ellos. Ya has hecho mucho más de lo que…
Jenner el Azul la interrumpió con un resoplido.
—Yo me quedo y no se hable más. He prometido a mi tripulación una recompensa de aúpa cuando derrotéis al Alto Rey. Si no cumplo, quedaré como un idiota. Pero vos sí que deberíais marcharos.
Le tocó resoplar a ella.
—¿Cómo puedo esperar que otros arriesguen sus vidas sin hacerlo yo?
—Mi reina —dijo la madre Owd—, vuestra sangre es más valiosa para Trovenlandia que el…
—Soy una reina en mi propia fortaleza. La única persona que puede darme órdenes es el Alto Rey, y dado que estoy en rebelión abierta contra él, mala suerte. Me quedo y punto.
—Entonces yo me quedo también. —La madre Owd suspiró—. El lugar de una sanadora está entre los heridos. El lugar de una clériga está junto a su reina.
A Skara la inundó una oleada de gratitud que casi le empañó los ojos. Ni por asomo eran los consejeros que habría escogido, pero ahora no los cambiaría por ningunos otros.
—Quizá los dioses se hayan llevado a mi abuelo. —Skara rodeó los hombros de la madre Owd con un brazo y los de Jenner el Azul con el otro, y los atrajo hacia sí—. Pero me han enviado dos columnas en las que apoyarme.
La madre Owd frunció el ceño.
—Soy un poco bajita para ser columna.
—Aun así, me sostienes de maravilla. Venga, va. —Skara los empujó hacia la fortaleza—. Elegidme los cien guerreros que más fuerte patearán a Yilling el Radiante en las pelotas.
—Los escogeremos, mi reina —dijo Jenner con una sonrisa—. Y buscaremos las botas más duras que haya.
Skara se quedó de pie en el césped con Raith. Los pájaros siguieron piando. Las voces de los peones flotaron hacia ellos desde el foso. La brisa jugueteó con la hierba. Skara no miró de reojo. Pero le gustaba saber que lo tenía allí, a su hombro.
—Puedes marcharte —dijo—, si quieres.
—Dije que moriría por vos. No hablaba por hablar.
Al girarse vio que Raith había recuperado algo de su antiguo aire fanfarrón, de aquella actitud atrevida, peligrosa y que no se disculpaba por nada, y sonrió.
—Todavía no hace falta. Sigo necesitando a alguien con quien amenazar a las visitas.
—Eso también puedo hacerlo. —Él también sonrió. Aquella sonrisa dura y hambrienta con la que enseñaba los dientes. Durante el tiempo suficiente para que no fuera casualidad. Durante el tiempo suficiente para provocarle ese nerviosismo cálido que le cosquilleaba en la piel.
Una parte de ella habría querido imitar el ejemplo de Gudrun, enviar a la mierda lo apropiado y rodar entre el heno con su mozo de cuadra, aunque fuese solo para saber lo que se sentía.
Pero a otra parte mucho más grande de ella le parecía una idea ridícula. Skara no era una mujer romántica. No podía permitirse serlo. Era una reina, y estaba comprometida con Grom-gil-Gorm, el Rompeespadas. Un país entero confiaba en ella. A fin de cuentas, por mucho que hubiera protestado y despotricado, por mucho que se hubiera rebelado contra la madre Kyre, al final siempre había acabado cumpliendo con su deber.
De modo que, en vez de abrazarse a Raith como una náufraga a un madero y besarlo como si guardara el secreto de la vida entre sus labios, tragó saliva y miró ceñuda la Torre de Gudrun.
—Significa mucho —dijo— que quieras luchar por mí.
—Tampoco tanto. —Una nube pasajera había tapado el sol y las joyas de la hierba se convirtieron en agua fría—. Todo buen asesino necesita a alguien por quien matar.