TANTOS CLÉRIGOS
—Madre Scaer, es todo un placer.
Una sola mirada a la clériga de Gorm bastó a Skara para darse cuenta de que su visita no iba a suponer un placer para nadie. Siempre había sido una mujer de filos y ángulos, pero traía el rostro afilado como un cincel y predispuesto al mismo sentido del humor que este.
—Lamento el estado de mis aposentos, pero hemos tenido que empezar casi de cero.
Habían recogido muebles de todas partes, los cortinajes eran estandartes de batalla capturados y Jenner el Azul se negaba a revelar de dónde había sacado el colchón de plumas de ganso. Pero eran las habitaciones en las que había nacido Skara, con los tres ventanales abovedados que daban al patio de su propia fortaleza. No pensaba irse a ninguna parte.
—¿Te apetece un poco de vino? —Giró la cabeza para hacer una señal a su esclava, pero la madre Scaer la detuvo.
—No he venido a tomar vino, mi reina. He venido a hablar de vuestro voto a favor del padre Yarvi.
—Mi voto es a favor de los intereses de Trovenlandia.
—¿Y se beneficiará Trovenlandia de una segunda Ruptura de la Diosa? —La voz de Scaer dejaba traslucir su furia—. ¿Y si el padre Yarvi no puede controlar esta magia? O peor, ¿y si puede? ¿Creéis que renunciará a ella?
—¿Beneficiaría más a Trovenlandia dejar suelto al ejército del Alto Rey en sus tierras? —Skara notó que subía el tono, intentó tranquilizarse y fracasó—. ¿Permitir que Yilling el Radiante incendie lo poco que queda sin quemar?
Los ojos de la madre Scaer habían quedado reducidos a mortíferas rendijas.
—No queréis hacer esto, mi reina.
—Parece que todos menos yo saben lo que quiero hacer. —Skara enarcó una ceja—. ¿Alguna reina ha estado jamás bendecida con el consejo de tantos clérigos?
—En eso al menos puedo aligerar vuestra carga —respondió Scaer—. Si pretendéis apoyar los desvaríos del padre Yarvi, deberé vigilarlo de cerca. Mi rey ha de tener un clérigo a su lado mientras tanto. —Estiró un brazo largo y tatuado y señaló con su retorcido dedo índice—: Se acabó el recreo, hermana Owd. Vuelve a tu puesto a cuidar de mis cuervos.
La cara redonda de Owd se descompuso, y a Skara le costó trabajo impedir que la suya hiciera lo mismo. Hasta entonces no se había dado cuenta de lo mucho que había pasado a depender de su clériga. De lo mucho que había pasado a confiar en ella. De lo bien que le caía.
—No tengo intención de renunciar a ella.
—¿No tenéis intención? —repitió burlona Scaer—. Es mi aprendiz, prestada, no regalada, y por si sois demasiado necia para haberos dado cuenta, mi reina, me lo ha estado contando todo. Con quién habláis y qué decís. Todas vuestras peticiones y deseos. Hasta el tamaño de cada cagarruta matutina, ya puestos. Tengo entendido que, al igual que quien las produce, son un poco… escuálidas.
Owd se miraba los pies, afligida y con la cara más sonrojada que nunca. Skara debería haber sido consciente de ello. Quizá lo era, pero de todos modos le hizo daño oírlo. Se quedó un momento sin habla. Pero solo un momento. Entonces pensó en cómo habría respondido su abuelo de haber recibido un trato tan despectivo en su propia tierra, en su propia fortaleza, en sus propios aposentos.
Mientras la hermana Owd daba el primer paso reacio hacia la puerta, Skara sacó un brazo para detenerla.
—¡Me has entendido mal! No tengo intención de renunciar a ella porque esta misma mañana me ha prestado juramento como la sucesora de la madre Kyre. La madre Owd es la nueva clériga de Trovenlandia y su único lugar está junto a mí.
Se alegró al ver cómo se abría paso la sorpresa en la expresión de la madre Scaer al oírlo. La única que parecía más sorprendida era la propia Owd.
Pasó la mirada de su antigua ama a la nueva y de vuelta, con los ojos como platos. Pero era demasiado lista como para seguir desequilibrada mucho tiempo.
—Es cierto. —Owd echó hacia atrás los hombros y extendió el cuello, en una postura que la madre Kyre habría aprobado sin reparos—. He jurado servir a la reina Skara como su clériga. Iba a decírtelo…
—Pero nos has estropeado la sorpresa —terminó Skara, con una sonrisa dulce. Las sonrisas no costaban nada, al fin y al cabo.
—Ah, pero esto tendrá un precio —dijo la madre Scaer, asintiendo despacio con la cabeza—. Eso os lo aseguro.
A Skara se le acabó la paciencia.
—Despiértame cuando sea hora de pagarlo. Y ahora, ¿te vas de mis aposentos o tendré que ordenar a Raith que te tire por la ventana?
La clériga de Gorm soltó un último siseo contrariado y abandonó la estancia, dando un portazo al salir.
—En fin. —Skara tomó una bocanada entrecortada de aire y se puso una mano en el pecho, intentando calmar el martilleo de su corazón—. Ha sido tonificante.
—Mi reina —susurró la hermana Owd, mirando avergonzada el suelo—, sé que no merezco vuestro perdón…
—Ni lo tendrás. —Skara le apoyó una mano tranquilizadora en el hombro—. Porque no has hecho nada malo. Siempre he sabido que eras leal, pero también que tus lealtades estaban divididas. La madre Scaer era tu maestra. Ahora me has elegido a mí, y te estoy agradecida por ello. Muy agradecida. —Y Skara le dio un apretón en el hombro y se acercó a ella—. Pero tus lealtades no pueden seguir divididas.
La hermana Owd la miró a los ojos y se secó un poco de humedad de las pestañas.
—Pronuncio un juramento-sol y un juramento-luna, mi reina. Seré una clériga leal a vos y a Trovenlandia. Cuidaré más de vuestro cuerpo que del mío. Cuidaré más de vuestros intereses que de los míos. No revelaré a nadie vuestros secretos y no tendré ningún secreto para vos. Soy vuestra. Lo juro.
—Gracias, madre Owd. —Skara la soltó con una última palmadita—. Los dioses saben que nunca he estado tan necesitada de buen consejo.