CAVANDO
A Raith le dolía la espalda, tenía el pecho cargado y sus dos manos, una rota mucho tiempo atrás y la otra quemada hacía poco, le escocían cada una a su manera mientras trabajaba. Ya había sacado fango como para diez tumbas y seguía sin encontrar ni rastro de Rakki, pero siguió cavando.
Siempre le había inquietado lo que podría hacer su hermano sin él, pero nunca había pensado qué haría él sin su hermano. Quizá en el fondo nunca hubiera sido el hermano fuerte.
Pala arriba, pala abajo, los tranquilos golpes de la plancha en el suelo y el constante amontonar de tierra a los dos lados. Le evitaba tener que pensar.
—¿Qué, buscando tesoros?
Había una mujer alta al borde de la zanja con la Madre Sol a su espalda, los brazos en jarras y el oro y la plata reluciendo en la mitad sin afeitar de su cabeza. La última persona con la que había esperado encontrarse allí fuera. Pero así son las esperanzas.
—Buscando el cuerpo de mi hermano.
—¿Y de qué vale eso ahora?
—Para mí sí que vale. —Tiró una palada de arena a sus botas, pero Espina Bathu no era de las que se rendían por un poco de suciedad.
—No lo encontrarás en la vida. Y si lo hicieras, ¿para qué?
—Para levantarle una pira como debe ser, quemarlo como debe ser y enterrarlo como debe ser.
—La reina Skara estaba pensando en enterrar a Yilling el Radiante como debe ser. Dice que hay que ser generoso con tus enemigos.
—¿Y?
—He doblado su espada por la mitad y la he enterrado. Su cadáver lo he descuartizado y lo he dejado para los cuervos. Me parece más generosidad de la que merece.
Raith tragó saliva.
—Procuro no pensar en lo que merecen los hombres.
—A los muertos ya no se les puede ayudar, chico. —Espina se cerró una fosa nasal con un dedo y expulsó moco a la excavación de Raith por la otra—. Lo único que puedes hacer es cobrarte su precio de los vivos. Por la mañana zarpo hacia Casa Skeken, a cobrarle el precio de mi marido al Alto Rey.
—¿Cuál será ese precio?
—¡Su cabeza, para empezar! —le rugió, salpicando saliva de sus labios torcidos.
Siendo sinceros, su ira le daba un poco de miedo. Siendo sinceros, lo emocionaba mucho.
Le recordó a su propia ira. Le recordó tiempos más sencillos, en los que sabía quién era. En los que sabía quiénes eran sus enemigos y no quería hacer otra cosa que matarlos.
—He pensado que a lo mejor quieres venirte conmigo —dijo Espina.
—Creía que no te caía muy bien.
—Pienso que eres un pequeño cabrón sanguinario. —Empujó una piedra con la punta del pie y la hizo rodar a la zanja—. Justo la clase de hombre que busco.
Raith se lamió los labios, sintiendo que el viejo fuego empezaba a revivir en él, como si Espina fuese la chispa del pedernal y él la yesca dispuesta.
Espina tenía razón. Rakki estaba muerto y no le ayudaría por mucho que cavara.
Clavó la pala con fuerza en la tierra.
—Voy contigo.
Skara estaba cambiada. O quizá había ido cambiando poco a poco y él no se había dado cuenta hasta aquel momento.
Había renunciado a la armadura y se parecía menos al gran mural de Ashenleer que se alzaba tras ella. Pero seguía llevando la larga daga en el cinturón, y el aro con la piedra roja que Bail el Constructor llevó una vez a la batalla. Conservaba la espada que le había forjado Rin, aunque, arrodillado junto a ella y sosteniéndola, había algún chico de los que habían huido de sus granjas quemadas en lugar de Raith.
Una reina sin lugar a dudas, y con sabios consejeros a su lado. Jenner el Azul no había renunciado a la postura encorvada del saqueador, pero se había recortado el pelo ralo y la barba, y les había añadido una piel bien trabajada y una cadena de oro. Owd había perdido peso y ganado dignidad desde sus tiempos como aprendiz de la madre Scaer, y miró a Raith con un gesto censor en su rostro aguzado mientras entraba reticente en la sala de audiencias, con su yelmo robado bajo el brazo.
Skara lo miró altiva, con la barbilla alzada y los hombros hacia atrás, de forma que su cuello parecía tener leguas de longitud. Parecía bastante cómoda en la gran silla de Bail, y tan arrogante como pudiera haberlo sido nunca Laithlin. ¿De verdad era la misma chica cuyo lecho había compartido unas pocas noches antes? ¿Cuyos dedos habían recorrido las cicatrices de su espalda? ¿Cuyos susurros le habían hecho cosquillas en la oreja? Viéndola, le parecía un sueño. Quizá lo fuese.
Esbozó una inclinación. Se sintió un poco tonto, pero ¿qué iba a hacer?
—Hum, esto… He pensado…
—«Mi reina» sería el tratamiento adecuado —dijo la madre Owd, y Skara no hizo ningún ademán de corregirla.
Raith hizo una mueca.
—Mi reina… Me han ofrecido un puesto en la tripulación de Espina Bathu. Para encabezar el ataque a Casa Skeken.
—¿Y estás pensando en aceptarlo? —preguntó Jenner, con las pobladas cejas levantadas.
Raith forzó a sus ojos a encontrar los de Skara. Como si estuvieran los dos solos allí, hombre y mujer en lugar de asesino y reina.
—Si podéis dispensarme.
Quizá hubiera el más leve atisbo de dolor en sus facciones. Quizá solo quisiera verlo. En cualquier caso, el tono de Skara se mantuvo liso como el cristal.
—Eres súbdito de Vansterlandia. No me has hecho juramento alguno. Eres libre de marchar.
—Tengo que hacerlo —dijo Raith—. Por mi hermano.
Sintió un auténtico dolor en el pecho de tanto desear que respondiera: «No, quédate, te necesito, te amo».
Pero Skara se limitó a asentir.
—Entonces, te agradezco tu leal servicio. —Raith no pudo evitar que se le contrajera un pómulo. Leales servicios, eso era todo lo que le había prestado. Como un perro cualquiera—. Se te echará mucho de menos.
Buscó en su rostro el menor signo de que de verdad lo añoraría, pero solo encontró una máscara. Miró hacia atrás y vio esperando a un mensajero del príncipe de Kalyiv, con un sombrero de piel aferrado en sus manos ansiosas, impaciente por que le llegara el turno.
La madre Owd ya le fruncía el ceño en todo su esplendor.
—¿Alguna otra cosa? —dijo. Sin duda había adivinado al menos parte de lo ocurrido y se moría de ganas de verlo marchar. Raith no podía reprochárselo.
Se volvió con los hombros caídos. Se sentía como si se hubiera engañado por completo a sí mismo. Hubo un tiempo en que su único incentivo era la oportunidad de aporrear las cabezas de otros. Skara le había mostrado un atisbo de algo mejor, y acababa de trocarlo por una venganza que ni siquiera anhelaba.
Jenner el Azul le dio alcance en la puerta.
—Haz lo que tengas que hacer. Aquí siempre tendrás un sitio.
Raith no estaba tan convencido.
—Dime, abuelo, ¿haber cometido maldades… te vuelve un hombre malvado?
Jenner parpadeó.
—Ojalá tuviera las respuestas, muchacho. Lo único que sé es que el ayer no puede cambiarse. Solo puedes confiar en hacerlo mejor mañana.
—Sí, supongo que sí.
Raith quiso dar al viejo saqueador un abrazo de despedida, pero aquella cadena de oro lo hacía demasiado majestuoso. De modo que se conformó con una sonrisa incómoda mientras se miraba las botas, sucias de cavar, y se fue por donde había venido.