Epilogo

Uno de los mayores benefactores de todas las formas de vida era un hombre que no podía concentrarse en el trabajo que tenía entre manos.

¿Brillante? Desde luego.

¿Uno de los principales ingenieros genéticos de su generación y de cualquier otra, incluido un montón de los que él mismo había diseñado?

Sin duda alguna.

El problema consistía en que tenía demasiado interés en cosas a las que no debería prestar atención, al menos ahora mismo no, tal como le diría mucha gente.

Asimismo, y en parte debido a ello, era de disposición bastante irritable.

De modo que cuando amenazaron su mundo unos terribles invasores procedentes de un planeta lejano, que aún se encontraban a mucha distancia pero que viajaban de prisa, él, Blart Versenwald III (no se llamaba así, lo que no tiene mucha importancia, pero sí mucho interés porque…, bueno, ése era su nombre y ya diremos más adelante por qué resulta interesante), fue encerrado bajo vigilancia por los dirigentes de su raza con instrucciones para diseñar una especie de superguerreros fanáticos que resistieran y venciesen a los terribles invasores, ordenándole que lo hiciera pronto y aconsejándole: «¡Concéntrate!»

Así que se sentó frente a la ventana, contempló el césped veraniego y se dedicó a diseñar con afán; pero inevitablemente había cosas que le distraían un poco, y cuando los invasores entraron prácticamente en órbita alrededor de su mundo, había inventado una nueva especie de supermosca que, sin ayuda, podía entrar volando por la apertura de una ventana entreabierta, con un interruptor para los niños. Los festejos de tan notable descubrimiento parecían destinados a una breve vida, debido a la inminencia de la catástrofe: las naves extranjeras aterrrizando. Pero sorprendentemente, los temidos invasores que, como la mayoría de las razas guerreras, sólo andaban revueltos porque no podían arreglar los asuntos domésticos, quedaron asombrados por los extraordinarios descubrimientos de Versenwald, se unieron a las celebraciones y se les convenció para que firmasen una amplia serie de convenios comerciales y un programa de intercambio cultural. Y, en asombrosa contradicción con la norma habitual en el desarrollo de tales asuntos, todo el mundo interesado vivió feliz a partir de entonces.

Esta historia tenía una moraleja, pero de momento se le ha escapado al cronista.

FIN