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La batalla en torno a la estrella Xaxis llegaba a su punto culminante. Las fulminantes fuerzas que lanzaba la enorme nave plateada ya habían destruido y reducido a átomos a centenares de naves de Zlrzla, feroces y llenas de armas terribles.

También había desaparecido parte de la luna, desintegrada por los mismos cañones de energía llameante que a su paso desgarraba hasta el propio tejido del espacio.

Pese a las terribles armas que poseían, las naves de Zlrzla que quedaban, irremediablemente superadas por el poder devastador de la nave xaxisianal huían a refugiarse tras la luna, cada vez más desintegrada, cuando la enorme nave perseguidora anunció súbitamente que necesitaba unas vacaciones y abandonó el campo de batalla.

Durante un momento redoblaron el miedo y la consternación, pero la nave había desaparecido.

Con sus formidables poderes, surcó vastas extensiones del espacio de formas irracionales con rapidez, sin esfuerzo y, sobre todo, en silencio.

Hundido en su grasiento y maloliente camastro, acondicionado en una escotilla de mantenimiento, Ford Prefect dormía entre las toallas soñando con sus antiguas obsesiones. En un momento soñó con Nueva York.

En su sueño era muy de noche, y paseaba por el East Side junto al río, que estaba tan sumamente contaminado que de sus profundidades surgían espontáneamente nuevas formas de vida, pidiendo el derecho al voto y a la seguridad social.

Una de ellas pasó flotando y le saludó con un gesto. Ford le devolvió el saludo.

La criatura avanzó trabajosamente en su dirección y subió a la orilla con esfuerzo.

—Hola —dijo—, acabo de ser creada. En el Universo soy completamente nueva, en todos los aspectos. ¿Puedes darme alguna indicación?

—Pues —dijo Ford, un tanto anonadado—, supongo que puedo decirte dónde hay unos cuantos bares.

—¿Y qué me dices del amor y la felicidad? Noto mucho la falta de esas cosas —observó la criatura, agitando sus tentáculos—. ¿Puedes darme alguna pista?

—Algo parecido a lo que solicitas —repuso Ford—, puedes encontrarlo en la Séptima Avenida.

—Noto por instinto —dijo la criatura en tono urgente—, que necesito ser hermosa. ¿Lo soy?

—Eres bastante directa, ¿verdad?

—Es absurdo andarse con rodeos, ¿lo soy?

La criatura chorreaba por todas partes, sin dejar de chapotear y gimotear. Estaba despertando el interés de un borracho que andaba por allí.

—Para mí, no —contestó Ford que, al cabo de un momento, añadió—. Pero mira, la mayoría de la gente se las arregla. ¿Hay otros como tú ahí abajo?

—Ni idea, tío —respondió la criatura—. Como te he dicho, soy nueva. La vida me resulta completamente ajena. ¿Cómo es?

Eso era algo de lo que Ford podía hablar con conocimiento de causa.

—La vida —sentenció—, es como un pomelo.

—Eh. ¿Y cómo es eso?

—Pues es algo de color amarillo anaranjado con hoyuelos por fuera y húmedo y carnoso por dentro. También tiene pipas. ¡Ah!, y algunas personas toman medio para desayunar.

—¿Hay alguien más por ahí con quien pueda hablar?

—Supongo que sí —le informó Ford—. Pregunta a un policía.

Hundido en su camastro, Ford Prefect se removió y se volvió de otro lado. No era de sus favoritos porque no aparecía Excéntrica Gallumbits, la puta de tres tetas de Eroticón VI, que salía en muchos de sus sueños. Pero al menos era un sueño. Por lo menos dormía.