27
—Todo esto es maravilloso —dijo Fenchurch unos días más tarde—. Pero necesito saber qué me ha pasado. Mira, entre nosotros existe esa diferencia. Tú perdiste algo y lo volviste a encontrar, y yo encontré algo y lo perdí. Necesito encontrarlo de nuevo.
Tenía que estar fuera todo el día, así que Arthur se preparó para pasarlo haciendo llamadas de teléfono.
Murray Bost era periodista en uno de esos diarios de páginas pequeñas y letras grandes. Sería agradable decirle que no por eso tenía poco mérito, pero lamentablemente no era ése el caso. Daba la casualidad de que era el único periodista que Arthur conocía, así que le llamó de todos modos.
—¡Arthur, mi vieja cuchara de sopa, mi vieja tetera plateada! ¡Qué sorpresa oírte! Alguien me dijo que andabas por el espacio o algo así.
En una conversación, Murray empleaba una clase de lenguaje especial de su propia invención que nadie más que él era capaz de hablar o de entender. Casi nada de lo que decía tenía sentido. Lo poco que significaba algo, estaba tan profundamente oculto que nadie lo había pillado nunca deslizándose en una avalancha de insensateces. Cuando más tarde se descubría el significado de alguna frase, todos los aludidos solían pasar un mal rato.
—¿Cómo? —inquirió Arthur.
—No es más que un rumor, mi viejo colmillo de elefante, mi mesita de juego de tapete verde, sólo un rumor. Quizá no tenga sentido, pero necesito una declaración tuya.
—Sin comentarios, charla de taberna.
—Nos encantaría, mi vieja prótesis, nos encanta. Además, encaja perfectamente con las demás historias de la semana, así que no quedaba otro remedio que lo negaras. Disculpa, se me acaba de caer algo del oído.
Hubo una breve pausa al cabo de la cual Murray Bost Henson volvió a ponerse al teléfono. Por su tono, parecía verdaderamente preocupado.
—Acabo de acordarme —dijo—, de la extraña velada que pasé ayer. De todos modos, viejo, ¿cómo te sientes después de haber cabalgado en el Cometa Halley?
—Yo no he cabalgado en el Cometa Halley —repuso Arthur, conteniendo un suspiro.
—Vale. ¿Cómo te sientes después de no haber cabalgado en el Cometa Halley?
—Muy relajado, Murray.
Hubo una pausa mientras Murray lo anotaba.
—Me parece muy bien, Arthur, nos vale a Ethel, a las gallinas y a mí. Encaja en el carácter misterioso de la semana. La semana misteriosa, pensamos llamarla. Bueno, ¿eh?
—Muy bueno.
—Suena bien. Primero tenemos a ese hombre a quien siempre le llueve.
—¿Cómo?
—Es la más absoluta verdad. Todo está registrado en su pequeño diario negro. Todo cuadra a cada nivel. El Instituto Meteorológico no da una y se está volviendo chota; chistosos hombrecillos vestidos con batas blancas vuelan por todo el mundo con sus reglitas, cajas y cuentagotas. Ese hombre es las rodillas de la abeja, Arthur, los pezones de la avispa. Llegaría a decir que constituye el conjunto de zonas erógenas de todo insecto volador importante del mundo occidental. Le llamo el Dios de la Lluvia. Bonito, ¿eh?
—Creo que lo conozco.
—Eso suena bien. ¿Qué has dicho?
—Me parece que lo conozco. No hace más que quejarse, ¿verdad?
—¡Increíble! ¡Conoces al Dios de la Lluvia!
—Si es que se trata del mismo individuo. Le dije que dejara de lamentarse y fuera a enseñarle el diario a alguien.
Al otro lado del teléfono, Murray Bost Henson hizo una pausa, impresionado.
—Pues te has ganado un pastón. Has hecho un verdadero montón de pasta. Oye, ¿sabes cuánto paga una agencia de viajes a ese tío para que no vaya a Málaga este año? O sea, que se olvide de regar el Sahara y de esas cosas tan aburridas; ese individuo tiene toda una carrera nueva por delante, sólo porque le paguen por no ir a ciertos sitios. Ese hombre se está convirtiendo en un monstruo, Arthur, hasta podríamos hacerle ganar al bingo.
»Oye, nos gustaría hacer un artículo sobre ti, Arthur, el "Hombre que hizo llover al Dios de la Lluvia". Suena bien, ¿eh?
—Es bonito, pero…
—A lo mejor tenemos que hacerte una foto bajo la ducha del jardín, pero saldrá muy bien. ¿Dónde estás?
—Pues, en Islington. Oye, Murray…
—ilslington!
—Sí…
—Bueno, qué me dices del verdadero misterio de la semana, el asunto seriamente chiflado. ¿Sabes algo de esa gente que vuela?
—No.
—Tienes que saber algo. Esa es la auténtica y despampanante locura. Verdaderas albóndigas en su salsa. La gente de por aquí no para de llamar diciendo que hay una pareja que vuela por la noche. Tenemos gente trabajando todas las noches en los laboratorios fotográficos para componer una fotografía genuina. Tienes que haberte enterado.
—No.
—Pero Arthur, ¿dónde has estado? Bueno, punto y a parte, vale, tengo tu declaración. Pero eso fue hace meses. Escucha, eso está ocurriendo todas las noches de esta semana, mi viejo rallador de queso, justo en tu barrio. Esa pareja se echa a volar y se pone a hacer toda clase de cosas en el cielo. Y no me refiero a mirar a través de las paredes ni a pretender ser vigas maestras de puentes. ¿No sabes nada?
—No.
—Arthur, resulta casi inefablemente delicioso charlar contigo, compa, pero tengo que irme. Te mandaré al chico con la cámara y la manguera. Dame la dirección, estoy preparado y escribiendo.
—Oye, Murray, te he llamado para preguntarte una cosa.
—Tengo mucho que hacer.
—Sólo quiero saber algo de los delfines.
—Eso no es noticia. Agua pasada. Olvídalo. Han desaparecido.
—Es importante.
—Mira, nadie hará nada con eso. Una historia no se tiene en pie, ¿sabes?, cuando la única novedad es la continua ausencia del tema del que trate la noticia. En todo caso, no es nuestro campo, inténtalo con los dominicales. A lo mejor hacen algo así: «¿Qué ha pasado con lo que ocurrió a los delfines?», para publicarlo dentro de un par de años, en agosto. Pero ahora, ¿qué puede hacer nadie?: ¿«Los delfines continúan desaparecidos»? ¿«Prosigue la ausencia de los delfines»? ¿«Delfines: más días sin ellos»? Esa historia se muere, Arthur. Yace en el suelo agita sus piececitos en el aire y ya se dirige hacia la gran espina dorada del cielo, mi vicio murciélago frugívoro.
—Murray, no me interesa si es noticia. Sólo quiero saber cómo puedo ponerme en contacto con ese tipo de California que afirma saber algo al respecto. Pensaba que tú lo sabrías.