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Los dos camiones siguientes no iban conducidos por dioses de la lluvia, pero hicieron exactamente lo mismo.
La figura prosiguió la penosa marcha, más bien chapoteando, hasta que la cuesta apareció de nuevo y el traicionero charco de agua quedó atrás.
Al cabo de un rato, la lluvia empezó a amainar y la luna hizo una breve aparición desde detrás de las nubes.
Pasó un Renault, y su conductor hizo complicadas y frenéticas señales a la figura que andaba trabajosamente, para indicarle que en circunstancias normales le habría encantado llevarla en su coche, pero que ahora no podía porque no iba en esa dirección, cualquiera que fuese, y que estaba seguro de que lo entendería. Terminó haciéndole una seña con los pulgares en alto, alegremente, como para comunicarle que esperaba que se encontrara estupendamente por tener frío y estar casi totalmente empapada, y que le recogería la próxima vez que la viera.
La figura prosiguió la penosa marcha. Pasó un Fiat e hizo exactamente lo mismo que el Renault.
En dirección contraria pasó un Maxi y guiñó los faros a la figura, que avanzaba lentamente, aunque no quedó claro si el centelleo significaba «Hola», o «Lamento que vayamos en dirección contraria», o «Mira, hay alguien en la lluvia ¡qué broma!». Una franja verde en la parte superior del parabrisas indicaba que, cualquiera que fuese el mensaje, venía de parte de Steve y Carola.
La tormenta había cesado definitivamente, y los escasos truenos resonaban en las colinas más lejanas, como alguien que dije «Y una cosa más…», veinte minutos después de haber reconocido que había perdido el hilo de su argumentación.
El aire estaba más despejado ahora y la noche era más fría. El sonido viajaba bastante bien. La perdida figura, tiritando desesperadamente, llegó a una encrucijada, donde una carretera lateral torcía a la izquierda. Frente al desvío había un poste de señalización al que se acercó a toda prisa para estudiarlo con febril curiosidad, apartándose bruscamente cuando otro coche pasó de pronto.
Y otro.
Y el primero pasó de largo con absoluta indiferencia; el segundo hizo centellear los faros tontamente. Apareció un Ford Cortina y frenó.
Tambaleándose por la sorpresa, la figura se apretujó la bolsa contra el pecho y se apresuró hacia el coche, pero en el último momento el Cortina giró sus ruedas sobre la carretera húmeda y salió pitando con aire bastante divertido.
La figura aflojó el paso hasta detenerse y allí quedó, desalentada y perdida. Dio la casualidad de que al día siguiente el conductor del Cortina fue al hospital a que le extirparan el apéndice, sólo que debido a una confusión más bien divertida el cirujano le amputó la pierna por error, y antes de que se preparara de nuevo la apendisecectomía, la apendicitis se complicó, convirtiéndose en un divertido caso grave de peritonitis y, en cierto modo, se hizo justicia.
La figura prosiguió su penosa marcha. Un Saab se detuvo a su lado.
La ventanilla bajó y una voz dijo en tono cordial: —¿Viene de lejos?
La figura se volvió hacia el coche. Se detuvo y asió el picaporte.
La figura, el coche y la manecilla de la puerta se encontraban todos en un planeta llamado Tierra, en un mundo que la Guía del autostopista galáctico explicaba en un artículo con sólo dos palabras: «Esencialmente inofensivo.»
La persona que escribió el artículo se llamaba Ford Prefect y en aquel preciso momento se encontraba en un mundo no tan inofensivo, sentado en un bar nada inofensivo, y armando bronca imprudentemente.