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En el vuelo de vuelta a casa iba una mujer en el asiento de al lado que los miraba de modo bastante extraño.

Hablaban en voz baja, para ellos.

—Todavía tengo que saberlo —dijo Fenchurch—, y tengo la firme impresión que tú sabes algo que no me dices.

Arthur suspiró y sacó un trozo de papel.

—¿Tienes un lápiz? —preguntó. Fenchurch rebuscó y encontró uno.

—¿Qué estás haciendo, cariño? —le preguntó al ver que llevaba veinte minutos con el ceño fruncido, comiéndose el lapicero, escribiendo en el papel, tachando cosas, volviendo a escribir, tachando cosas de nuevo, garabateando otra vez, comiéndose más el lápiz y refunfuñando con impaciencia.

—Intento acordarme de una dirección que me dieron una vez.

—Tu vida sería muchísimo más sencilla si te compraras una agenda —le sugirió ella.

Finalmente, le pasó el papel. —Cuídalo —le dijo.

Ella lo miró. Entre todos los trazos y tachaduras leyó las palabras «Sierra de Quentulus Quazgar. Sevorbeupstry. Planeta de Prellumtarn. Sol-Zarss. Sector Galáctico QQ7 Activa j Gamma».

—¿Qué es esto?

—Al parecer —contestó Arthur—, el Mensaje Final de Dios a Su Creación.

—Eso está un poco mejor —opinó Fenchurch—. ¿Cómo vamos hasta allí?

—¿De verdad…?

—Sí —repuso Fenchurch en tono firme—, de verdad quiero saberlo. Arthur miró por la ventanilla de plástico al cielo abierto.

—Discúlpenme —dijo de pronto la mujer que los había estado mirando de modo bastante extraño—, espero que no me consideren impertinente. Me aburro tanto en estos vuelos largos, que resulta agradable hablar con alguien. Me llamo Enid Kapelsen y soy de Boston. Díganme, ¿vuelan ustedes mucho?