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Arthur Dent estaba enfadado porque el ruido del tiroteo le despertaba continuamente.

Con cuidado de no despertar a Fenchurch, que seguía durmiendo a pierna suelta, salió de la escotilla de mantenimiento que habían convertido en una especie de dormitorio, bajó por la escala de acceso y empezó a vagar de mal humor por los pasillos.

Eran claustrofóbicos y estaban mal iluminados. La red del alumbrado emitía un zumbido molesto.

Pero eso no era.

Se detuvo y se echó atrás mientras un taladro pasaba volando a su lado por el oscuro pasillo con un chirrido desagradable, golpeando de cuando en cuando contra las paredes como una abeja despistada.

Eso tampoco era.

Trepó por un escotillón y se encontró en un pasillo más ancho. Al fondo se elevaba un humo acre, de modo que caminó en dirección contraria.

Llegó a un monitor de observación empotrado en la pared tras una placa de plástico duro pero muy arañado.

—¿Quieres bajarlo, por favor? —pidió a Ford Prefect.

El natural de Betelgeuse estaba en cuclillas frente al monitor en medio de un montón de cintas y aparatos de vídeo que había cogido de un escaparate de Tottenham Court Road previo lanzamiento de un ladrillo de reducidas dimensiones, así como de un desagradable amasijo de latas de cerveza vacías.

—¡Chsss! —siseó Ford, mirando con frenética atención la pantalla. Estaba viendo Los siete magníficos.

—Sólo un poco —insistió Arthur.

—¡No! —gritó Ford—. ¡Ahora viene lo bueno! ¡Escucha, por fin he logrado resolverlo todo, niveles de voltaje, línea de conversión, todo, y ahora viene lo bueno!

Suspirando y con dolor de cabeza, Arthur se sentó a su lado y vio la parte buena. Escuchó tan plácidamente como pudo los gritos e interjecciones de Ford.

—Ford —dijo al fin, cuando terminó la película y Ford estaba buscando Casablanca entre un montón de cintas—, ¿qué te parece si…?

—Esta es la fenómena —repuso Ford—. Por ella es por la que he vuelto. ¿Te das cuenta de que nunca la he visto entera? Siempre me he perdido el final. Volví a ver la mitad la noche antes de la llegada de los vogones. Cuando demolieron la Tierra pensé que nunca volvería a verla. Oye, a propósito, ¿qué paso con todo eso?

—La vida —explicó Arthur, cogiendo una cerveza de un paquete de seis.

—Ya estamos otra vez con lo mismo. Pensé que sería algo así. Prefiero esto —indicó cuando el bar de Rick salió en la pantalla—. ¿Qué te parece si qué?

—¿Qué?

—Habías empezado a decir: «¿Qué te parece si…?»

—¿Qué te parece si te pones tan grosero con lo de la Tierra, que tu.., ; bueno, olvídalo, vamos a ver la película.

—Exactamente —apostilló Ford.