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El hondo bramido del océano.

Las olas que rompen en playas más lejanas de lo que puede pensarse. El mudo fragor de las profundidades.

Y en medio de todo ello, voces que llaman, que sin embargo no son voces, sino vibraciones, balbuceos, los sonidos semiarticulados del pensamiento.

Saludos, oleadas de saludos, sumiéndose en lo inarticulado, palabras quebrándose juntas.

Un estallido de pena en las playas de la Tierra.

Olas de alegría en.., ¿dónde? Un mundo indescriptiblemente encontrado, inefablemente hallado, inenarrablemente húmedo, una canción de agua.

Una fuga de voces ahora, que reclaman explicaciones de una catástrofe inevitable, un mundo que se destruirá, una ola de desamparo, un espasmo de desesperación, una caída mortal, y de nuevo se quiebran las palabras.

Y luego el impulso de esperanza, el hallazgo de una Tierra oscura en las implicaciones de la espiral del tiempo, las dimensiones sumergidas, el tirón de paralelos, el hondo tirón, la peonza de la voluntad, su vaina y su fisura, el vuelo. Una Tierra nueva que se sustituye, sin delfines.

Y entonces, una voz muy clara.

—Esta pecera os la entregó la Campaña para salvar a los Humanos. Os decimos adiós.

Y el sonido de unos cuerpos largos y pesados, perfectamente grises, que se precipitan a un abismo desconocido y sin fondo, con risitas quedas.