Birdlip, 16 de diciembre, 1944
Comentario sobre la consideración interna

Toda la consideración interna es debida a la presencia en nosotros mismos de «Yoes» que consideran internamente. Un lado de la observación de sí consiste en observar esos «Yoes». Si se contenta con observar la consideración interna sin tratar de observar en su persona los «Yoes» que gustan sobre todo de hacer cuentas, no será capaz de separarse de ellos. Como es sabido, tenemos en nosotros gran cantidad de «Yoes» que intentan hacer todo el daño posible, de hecho, destruir nuestra vida. Tratan de destruir nuestra felicidad en todas las formas posibles. Se necesita bastante tiempo para darse cuenta de ello, porque durante mucho tiempo no percibimos el hecho de que los diferentes «Yoes» se hacen cargo de nosotros en distintos momentos. En virtud sobre todo de la acción de los topes nos parece que nuestro «Yo» es continuo. Solo por el desarrollo del sabor interior llegamos a percibir la presencia de los «Yoes» desagradables o peligrosos que obran en nosotros.

Ahora hablaré brevemente sobre los curiosos «Yoes» que pertenecen a la consideración interna. Una serie de «Yoes» podrían denominarse los «Yoes» que tienen escrúpulos concienzudos acerca de las cosas carentes de importancia. Cabe pensar en esos «Yoes» como si fueran «Yoes» muy pequeños, muy mezquinos pertenecientes a la parte mecánica del Centro Intelectual cuyo único fin es el de causarnos dificultades y desconcertarnos. No son los mismos «Yoes» que los supersticiosos que nos hacen andar por la derecha o por la izquierda, etc. Pertenecen al grupo de «Yoes» que suscitan en nosotros opiniones empecinadas o nos dicen continuamente que es inútil hacer una cosa, etc. Por el contrario son «Yoes» que en realidad nos pueden causar mucho daño. No tienen nada que ver con la Conciencia real, que nunca nos hace considerar nada internamente. Esos «Yoes» que producen los escrúpulos concienzudos acerca de cosas carentes de importancia, muy a menudo dominan a la gente y la agotan, le extraen mucha energía y, en verdad, la esclavizan. Son causa de gran parte de la consideración interna que tiene que ver más bien con uno mismo que con las otras personas. Cabe decir que esos «Yoes» pertenecen a la consideración interna porque tienen el mismo sabor emocional. Estar a merced de esos «Yoes» es estar en una muy mala situación. Ahora bien, es inútil argüir con ellos. Lo primero que es preciso hacer es observarlos; luego intentar separarse de ellos. Solo se lo puede lograr si uno se coloca tras los mejores «Yoes». Si se los sustenta mediante la identificación, no habrá posibilidad ni de observarlos ni de separarse de ellos. En el Trabajo se suele decir que debemos empeñarnos en que las cosas importantes sean importantes y las cosas carentes de importancia carezcan de importancia. Todo lo que nos mantiene despiertos es importante y todo lo que nos impulsa al sueño carece de importancia en relación con el Trabajo. Conviene reflexionar sobre el significado de ello porque se empieza a discernir sobre qué cosa se ha de trabajar. Hay mil y un otros factores que carecen de importancia y que nos mantienen dormidos. Pero los «Yoes» que suscitan escrúpulos concienzudos acerca de las cosas carentes de importancia son uno de esos factores. Suelen estar conectados con ideas ritualistas o a veces tienen otro origen. Pero en la observación de sí no tratamos de analizar —es decir, hallar las causas y orígenes de los diferentes «Yoes» en nosotros— sino que solo buscamos tener conciencia de ellos.

Recordemos otra vez el punto de vista general sobre la consideración interna. En una oportunidad G. dijo a O. refiriéndose a una persona de quien O. tenía buena opinión: «Sí, es muy agradable, pero es débil porque siempre está considerándose internamente». ¿Qué quiere decir esto? ¿Cuál es la consideración interna que nos debilita según el sentido que le dio G.? En el Trabajo la consideración interna se divide ante todo en dos aspectos principales que son en realidad los dos lados de una misma cosa. El primer aspecto es el sentimiento de no ser tratado como es debido, de que no se recibe la debida consideración o no se es comprendido. Esto puede convertirse en una especie de compasión de sí crónica, en una resignación patética. El otro aspecto es el de echar culpas a las otras personas. Es preciso comprender que esto no es la misma cosa que tener exigencias. El echar culpas a las otras personas surge del sentimiento de que nuestros derechos son menoscabados. El resultado psicológico es el sentimiento de que la gente nos debe algo. Que otras personas están en deuda con nosotros. Esto produce un estado interior muy malo desde el cual es imposible que se desarrolle la individualidad. A ello se debe que en la Oración de Dios se dice tanto de un modo condensado sobre este particular. Mientras sintamos que los otros nos deben algo nos será imposible iniciar el cambio de ser o alcanzar una nueva comprensión. La enseñanza del Trabajo nos penetra en los oídos año tras año y nada sucede. En primer lugar, si usted invariablemente hace y cuida sus cuentas interiores, si siempre siente que tiene un saldo acreedor y los otros un saldo deudor en relación con usted, es un muy mal negociante, hablando esotéricamente. No irá a ninguna parte. Todas las cuentas interiores deben ser saldadas. La Oración de Dios dice literalmente: «Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Ahora bien, si no se puede perdonar lo que uno cree son las deudas de los otros, las propias deudas no serán perdonadas mediante la acción del Trabajo. Esto significa que la relación que mantienen con el Trabajo no será correcta, será una mala relación.

Permítanme que les haga esta pregunta: «¿Cómo llegaremos a entender nuestra nadidad si estamos llenos de cuentas interiores, llenos de la idea de que todo y todos nos deben?». ¿Cómo podrán vencer la acción de la vida sobre ustedes? ¿Cómo podrán romper su constante identificación con los eventos de la vida si creen que la vida está en deuda con ustedes? ¿Cómo podrán escapar de la cárcel si no se sienten libres como para poder irse y antes que nada quieren que el carcelero les pague lo que les debe y desean que todos aquéllos que han herido sus sentimientos sean debidamente castigados? Intenten ver por medio de la observación de sí y durante mucho tiempo donde los tienen y los mantienen presos por hacer cuentas interiores. Cuando la observación de sí se convierte en una cosa verdadera, cuando se empieza a ver a qué se asemeja uno y lo que se ha hecho, si se puede soportar ese desarrollo de la conciencia sin autojustificación, se empezará a ver la disminución de las cuentas interiores. Uno se sentirá libre y con esta liberación sentirá un ensanchamiento de sí mismo, un cambio en el sentimiento de sí. De hecho, quizá se burle de sí mismo. La consideración interna de cualquier clase que sea es muy difícil de observar. Solo el sentido del Trabajo le presta el suficiente valor para que pueda observarla. En la vida, gran parte de las conversaciones comunes consisten en echar culpas sobre los otros. Es imposible observarse a sí mismo si se está solo en la vida y en los valores de la vida. Los valores de la vida no desarrollan ese sabor interior de que habla tanto el Trabajo, y que puede conducir a la Conciencia real en la que no hay consideración interna. Les aconsejo que observen claramente una sola forma de consideración interna de modo que puedan reconocerla cuando aparezca otra vez. El sabor significa el sabor emocional. Ahora bien, en nosotros todo está interrelacionado por medio de las asociaciones. Una serie de asociaciones es emocional. Si se reconoce el sabor emocional de un «Yo» en uno, se tendrá la capacidad de reconocer los otros «Yoes» que tienen el mismo sabor emocional —no en un día, no en una semana, sino muy gradualmente—. Si se empieza a aborrecer ese sabor emocional, cabe la posibilidad de liberarse de aquellos «Yoes» que vivían en nuestra casa, que se habían hecho cargo de nosotros, que comían nuestro alimento y gastaban nuestro dinero y se pasaban el tiempo amargándonos la vida. Por cierto, nos preguntaremos por qué estuvimos haciendo esto durante tanto tiempo y por qué nadie nos había aconsejado antes no hacerlo.

De lo que acabo de decir deducirán que ante todo es necesario darse cuenta de que lo que se observa no es uno mismo. Para concluir citaré otra vez las palabras de G. sobre este particular:

«Para empezar la observación de sí y el estudio de sí es necesario dividirse a sí mismo. Por cierto un hombre debe comprender ante todo que se compone de dos hombres.».

Mientras un hombre se siga tomando a sí mismo como una sola persona nunca se moverá de donde está. El trabajo sobre sí se inicia en cuanto empiece a sentir los hombres en sí mismo. Uno es pasivo y lo único que puede hacer es registrar u observar lo que le está sucediendo. El otro, aquél que se llama a sí mismo «Yo», es activo, habla de sí mismo en primera persona, y en realidad es tan solo una persona inventada, irreal. Llamemos a esa persona el hombre A.

Cuando un hombre comprende su impotencia frente a A, su actitud hacia sí mismo y hacia A deja de ser indiferente o despreocupada. La Observación de Sí se convierte en observación de A. Un hombre comprende que no es A, que A no es nada sino la máscara que lleva, la parte que desempeña inconscientemente y que por desdicha no puede dejar de desempeñar, una parte que lo gobierna y le hace hacer y decir cosas estúpidas, miles de cosas que nunca haría ni diría. Si es sincero consigo mismo, siente que está en el poder de A y al mismo tiempo siente que no es A. Empieza a temer a A, empieza a sentir que es su enemigo. No importa qué le gustaría hacer, todo es cambiado e interceptado por A. A es su enemigo. Los deseos, las simpatías, los pensamientos, las opiniones de A, o se oponen a sus propias vistas, sentimientos y estados de ánimo, o no tienen nada de común con ellos. Y al mismo tiempo es su amo. Él es el esclavo, carece de voluntad propia.

Carece de medios para expresar sus deseos porque todo lo que le gustaría hacer o decir sería hecho para él por A. En este nivel de la observación de sí un hombre debe comprender que todo su propósito es liberarse de A. Y ya que de hecho no puede liberarse de A porque es él mismo, por lo tanto debe dominar a A y hacerle hacer, no lo que el A de un momento dado quiere hacer, sino lo que él mismo quiere hacer. Siendo el amo, A debe pasar a ser el sirviente. La primera etapa del trabajo sobre sí consiste en separarse mentalmente de A. Es preciso recordar que toda la atención debe concentrarse en A, porque el hombre es incapaz de explicar qué es él mismo en realidad. Pero puede explicar a A ante él mismo, y con esto ha de empezar, recordando al mismo tiempo que él no es A.

Comentarios psicológicos sobre las enseñanzas de Gurdjieff y Uspenskii Libro 2
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