Capítulo 51
L
a campaña de Cozzano era de un tercer partido, lo que significaba que tenía que luchar hasta por el último votante, por cada estado. Había empezado relativamente tarde en julio y realmente no se había puesto en marcha hasta agosto; luego Cozzano había sufrido en las encuestas durante un par de semanas por su sorprendente decisión de escoger a Eleanor Richmond para vicepresidenta.
Desde entonces, Cozzano había aplastado todo lo que se le cruzaba en su camino. Ciudad tras ciudad, se acercaba a los micrófonos, totalmente relajado y seguro de sí mismo, alejando a sus asistentes, pasando de notas y del teleprómpter, y hablaba. Las palabras surgían sin esfuerzo. No hablaba a los periodistas; parecía hablar directamente al pueblo norteamericano. Ataviado con el homburg, parecía una figura de mitad de siglo, como uno de esos hombres que habían derrotado a Hitler y habían dirigido el curso de imperios y alianzas. Comparado con los hijos de puta cabrones y manipuladores que habían estado dirigiendo Estados Unidos durante las últimas décadas, él parecía un recordatorio de la época en que los líderes eran líderes, cuando todavía existían los grandes hombres. Daba la impresión de que se hubiese sentido como en casa en la Conferencia de Yalta, sentado con Roosevelt, Churchill y Stalin. Estuviese reuniéndose con líderes extranjeros o dando propina al portero de un hotel, se conducía con dignidad firme y gracia caballeresca combinadas con una especie de vigor desinhibido y terrenal.
No parecía estar presentándose a nada. Parecía ir por el país siendo él mismo.
Mary Catherine no sabía mucho sobre política presidencial, pero sabía que era importante que hubiesen acabado en Boston para una estancia de una sola noche. Massachusetts nunca lo ganaba nadie que no fuese demócrata; el hecho de que Cozzano estuviese allí significaba que estaba indecisa. Significaba que su padre aspiraba a ganar en los cincuenta estados.
Se alojaron en un impresionante hotel en el paseo marítimo con un enorme arco que se abría como una entrada al puerto de Boston. Evidentemente, lo había escogido Ogle; el arco era un fondo perfecto para las apariciones televisivas y la proximidad del puerto hacía que fuese fácil criticar a los demócratas en asuntos ambientales.
La campaña había alquilado una planta de suites. Mary Catherine y William A. Cozzano compartían una suite de dos dormitorios, lo que era normal. Ella fue directamente desde el aeropuerto y se acomodó mientras su padre realizaba algunas paradas de campaña, incluyendo un paseo por algunas empresas de alta tecnología en Cambridge.
Los Cozzano viajaban con mucho equipaje, lo que resultaba fácil cuando no tenías que cargar con él, y tenías además avión propio. No todo era ropa. Parte era equipo que Mary Catherine había comprado para emplear en la terapia de su padre. A principios de la campaña habían sido elementos simples, como barras de masilla dura que Cozzano apretaba con la mano izquierda para desarrollar fuerza y destreza. A esas alturas de la campaña, a finales de septiembre, él ya había superado con creces la fase de la masilla. Ahora era casi completamente ambidiestro. De hecho, podía firmar su nombre con las dos manos indistintamente. La firma de la mano izquierda parecía similar a la versión anterior a la apoplejía, aunque más grande y suelta. La firma de la mano derecha era totalmente desconocida, aunque ella admitía que parecía más presidencial.
Habían llegado al aeropuerto Logan de Boston tras una serie de apariciones de campaña en Arizona. Mary Catherine había insistido en que ya que iba a ser un vuelo largo papá debería escribirle una carta, y debería hacerlo con la mano izquierda. El se había resistido a la propuesta y había buscado formas de evitarla, pero Mary Catherine había insistido y él se había plegado, expulsando a todos los periodistas y asistentes de su camarote privado y sentándose con la enorme pluma firmemente sujeta en la mano izquierda y un bloc en el regazo, escribiendo la carta con cuidado, en mayúsculas, una a una, como un escolar.
Ella le había dejado solo. Pero al volver, una hora más tarde, le vio tecleando en un portátil.
—¡Papá!
—Cariño —dijo—, me estaba volviendo loco. Creí que se me iba a abrir la cabeza.
—Pero tienes que trabajar el hemisferio derecho.
—Ahórrame la neurojerga —dijo él—. Por favor, aprecia que estoy tecleando. Te estoy tecleando una carta. Y estoy usando ambas manos.
Ahora en el hotel, encendió el portátil de papá y abrió el archivo llamado «Carta a MC».
Qqueer1iddaa Mary Ccaattheerine
3Como letpuedes racomprobar, I1a3 terapia avanza bien. Debo agradecerte
loos gndrandases avaatnaeceans qutee hchoe rpaeapalizado desde que te uniste a la
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hapayas padado teeuementa, eastlosoy sumafrilosendo de ties involuntarios en los dedos de la
mapano izpaquiehabrda, plaero con tu ovesupejarvisión, no dudo que este
pebsqucaeño prscrobabblema 2edesaparecerá tarde o temprano y
abluegola po3eldré volverá mis viejos modos zurdos. Espero que esta carta sea
Ibrro asuficientcaremente talarga para recibir al menos un bien.
Afexxxctuosamente
TU PADPARPAE
Pasó un rato repasándola. La carta estaba compuesta por once líneas. Las primeras palabras de cada línea estaban deformadas, pero normalmente podía deducir el sentido del contexto. Por ejemplo, la palabra campaña al comienzo de la línea 4 aparecía como catemrapafaña. Estaba contaminada por varias letras adicionales. Mary Catherine abrió una ventana nueva en la pantalla del ordenador y extrajo las letras adicionales: deletreaban terafa.
Terafa no significaba nada. Si lo decías rápido, casi sonaba como terapia. Mientras Mary Catherine tecleaba en la nueva ventana se dio cuenta de que todas las letras estaban en el lado izquierdo del teclado.[13]
La carta adolecía de tics involuntarios en los dedos de la mano izquierda. Mientras tecleaba, papá debió de darse cuenta de que los dedos de la izquierda daban a letras indebidas y había sido incapaz de controlarlo.
Era interesante que los tics sólo se produjesen al comienzo de cada línea. Mary Catherine repasó la carta línea a línea, extrayendo las letras de la mano izquierda y dejando sólo las que tenían sentido. La carta que su padre había querido escribir decía:
Querida Mary Catherine
Como puedes comprobar, la terapia avanza bien. Debo agradecerte los grandes avances que he realizado desde que te uniste a la campaña. Ha sido una alegría constante tenerte conmigo. Como probablemente te hayas dado cuenta, estoy sufriendo tics involuntarios en los dedos de la mano izquierda, pero con tu supervisión no dudo que este pequeño problema desaparecerá tarde o temprano y luego podré volver a mis viejos modos zurdos. Espero que esta carta sea lo suficientemente larga para recibir al menos un bien.
Afectuosamente
TÚ PADRE
La carta escrita por los «tics involuntarios» de la mano izquierda de William A. Cozzano decía lo siguiente:
QER1DA CATE
3 LETRA 13
ONDAS ATACAN TECHO PAPA
TERAFA AVAZA
PAPA TEME A LOS MALO
PAPA HABLA OVEJA
BSCA SCRABB2E
ABLA3EL
BRRA CARTA
XXX
PAPA
Alguien llamó a la puerta de la suite. Mary Catherine dio un salto.
Debía de ser un miembro de la campaña, o el servicio secreto le habría interceptado. A menos que fuese Floyd Wayne Vishniak, claro. Pero el famoso asesino de Pentagon Plaza haría mucho más ruido.
Fue hasta la puerta y usó la mirilla. Luego la abrió.
—Hola, Zeldo —dijo—. Pensé que estabas con papá.
Hizo un gesto de exasperación.
—Visitar firmas de alta tecnología —dijo— no es mi idea de una actividad interesante.
—¿Te apetece pasar?
Parecía inseguro. Quizás algo pensativo.
—Tengo que coger un avión —dijo. Hizo un gesto hacia la ventana de la suite—. Cogeré un taxi acuático hasta Logan y volaré de vuelta a la Costa Oeste.
—Entonces, ¿ya has terminado con la campaña?
—Por ahora —dijo—. Me han llamado. Tu padre ha estado perfectamente durante el último par de semanas, así que no tiene sentido que yo siga acompañándole... en California tenemos otros pacientes con los que trabajar. —Zeldo metió la mano en su bolsa y sacó un sobre grande, de centímetro y medio de grueso—. He reunido algunos datos relevantes para tu terapia —dijo— y pensé que te gustaría tenerlos impresos.
—Gracias —dijo ella, cogiendo el sobre.
Presentía que pasaba algo. Algo en el tono de voz de Zeldo, sus frases cuidadosas y vagas, le recordó la conversación en el dormitorio de James el Cuatro de Julio.
—Bien, mantén el contacto —dijo ella.
El pareció totalmente encantado con la oferta.
—Gracias —dijo—. Lo haré. Respeto mucho tus actividades y a ti también. Apenas puedo decir cuánto —añadió, mirando por encima del hombro—. Dile a tu padre que me matricularé en algunas asignaturas de humanidades, como me sugirió. Adiós. —Luego se dio la vuelta, lenta y contundentemente, como si se estuviese obligando a hacerlo, y fue hasta los ascensores.
El sobre estaba lleno de páginas sacadas de una impresora láser. Casi todo eran gráficas y tablas que detallaban nuevos desarrollos en el cerebro de William A. Cozzano. Había una carta de presentación, que decía:
Estimada Mary Catherine,
Quema esta carta y haz desaparecer las cenizas cuando hayas terminado. Tu suite tiene una chimenea que servirá bien.
Primero, algunas afirmaciones generales.
La política es una mierda. El dinero es una mierda. Me convertí en científico porque quería estudiar cosas que no fuesen una mierda. Me impliqué con el Instituto Radhakrishnan porque me encantaba la ¡idea de formar parte de un proyecto que estaba en la frontera de todo, donde la neurología, la electrónica, la teoría de la información y la filosofía convergían.
Luego descubrí que no puedes escapar de la política, el poder y el dinero incluso en la última frontera. Estaba a punto de renunciar cuando regresaste a Tuscola y exigiste ser la médico de la campaña. Salvador no se sintió muy contento, pero no tuvo más elección que permitírtelo.
Yo sabía lo que pretendías incluso antes de que empezases: aplicarías a tu padre terapias diseñadas para crear nuevas conexiones en su cerebro que se saltasen los biochips. Me ofrecí voluntario para quedarme y seguiros a ti y a tu padre durante la campaña porque sabía que en caso contrario Salvador hubiese puesto a otro en mi lugar, y esa persona hubiese acabado descubriendo tu plan y se lo habría comunicado a los malos.
Durante los últimos tres meses, he estado siguiendo tu trabajo, siguiendo a través del biochip los desarrollos en el cerebro de tu padre. No he dicho nada porque no quería darles ninguna pista, así que lo diré ahora: vas por buen camino. Sigue así. En otros cuatro meses (para el día de la toma de posesión) podrá funcionar sin el biochip, no perfectamente, pero sí bastante bien.
He incluido el esquema de un pequeño dispositivo que puedes montar empleando piezas de RadioShack. Emitirá ruido en la banda de microondas a corta distancia (<30 metros). El ruido hará que los biochips de tu padre pasen a modo Helen Keller. Podría resultarte útil.
Hazme saber si te puedo ayudar en algo más. Te tengo cariño y espero, quizá neciamente, que algún día, si nuestros caminos vuelvan a encontrarse, me permitas que te lleve a cenar o algo así.
PETE ZELDOVICH ZELDO
Mary Catherine fue hasta el balcón de la suite. La vista del puerto era impresionante. Justo al norte podía ver los rascacielos del distrito financiero de Boston resaltados contra el brillante cielo azul del otoño de Nueva Inglaterra. El aeropuerto de Logan estaba a unos pocos kilómetros, al otro lado del puerto, y más allá podía ver el Atlántico extendiéndose hasta tal distancia que la curvatura de la Tierra parecía casi visible.
El taxi acuático al aeropuerto estaba justo saliendo del embarcadero del hotel. Zeldo estaba de pie en la parte posterior, destacando con su camisa hawaiana entre trajes oscuros. Tenía las piernas firmemente plantadas para compensar los movimientos del pequeño bote, y la miraba directamente.
Le saludó. Él alzó el puño sobre la cabeza en gesto de solidaridad, ganándose las miradas de los hombres trajeados. Luego se volvió.
Mary Catherine regresó a la suite, quemó la carta de Zeldo en la chimenea y borró los archivos del ordenador de su padre.
El esquema para el transmisor de microondas de Zeldo estaba enterrado en medio del montón de gráficas. Lo había dibujado a mano con un bolígrafo en una hoja de papel de carta del hotel. Era una red de inescrutables jeroglíficos electrónicos: zigzags, hélices, líneas paralelas apiladas, cada uno cuidadosamente especificado con el número de pieza de RadioShack. Mary Catherine plegó la hoja y la guardó en la cartera.