Capítulo 41
M
ary Catherine se escapó de la recepción hacia medianoche y se escabulló a su cuarto. Una vez dentro, metió un clip doblado en el ojo de la cerradura de la vieja puerta y la bloqueó, una habilidad que había adquirido a los ocho años tras mucha práctica. Ahora que la mayor parte de los técnicos y los terapeutas se habían ido, volvía a tener su cuarto tal como se suponía que debía ser, con su única cama y la colcha hecha a mano por encima, las fotos de familia, su pequeño aparato de televisión al pie de la cama. Se quitó los zapatos y se acostó cual larga era sobre la vieja colcha. Por primera vez se dio cuenta de que estaba completamente agotada.
Los dígitos rojos del reloj de la mesilla de noche pasaron a las 12:00. Una andanada de fuegos artificiales se disparó por todo el pueblo, despidiendo el Cuatro de Julio.
—Que Dios me perdone por esto —dijo Mary Catherine, agarrando el control remoto que estaba sobre la mesilla de noche—, pero tengo que ver cómo salió por la tele.
Era la noticia del día en la CNN. Y quedaba genial. Mary Catherine siempre había sabido, vagamente, que las cosas tenían un aspecto diferente en la tele que en la realidad. Pero no lo comprendía tan bien como para predecir cómo aparecería algo en la pequeña pantalla.
Era evidente que Ogle tenía talento. El mitin había sido más que impresionante en persona. Pero en televisión, no veías los detalles aburridos y cutres que lo bordeaban. Sólo veías lo bueno. Mostraron a los paracaidistas con el humo. Mostraron gran parte de la carrera de Cozzano a lo largo del campo de juego, e incluso un pequeño detalle de los petardos. La lluvia de confeti quedó increíble.
Y ella estaba increíble. Casi no se reconocía, pero igualmente se avergonzó. ¿Podría ser que estuviese destinada a vestir ese tipo de ropa?
La información de la CNN no duró mucho. Cubrieron todos los puntos importantes del mitin, emitiendo todos los planos que Ogle les había entregado en bandeja de plata, y luego añadieron algunos planos del picnic, incluyendo metraje genial de Cozzano lanzando el Salve María.
La CNN pasó a otros temas. Mary Catherine volvió a tomar el mando y vagó por arriba y abajo del espectro electromagnético, entreviendo programas de pesca, la red de teletienda, el canal del tiempo y Star Trek antes de localizar finalmente la C-SPAN, que reproducía por completo el discurso de papá. Por primera vez tuvo la oportunidad de oír lo que había dicho mientras ella miraba a su alrededor y charlaba con los chiquillos.
—Como a un kilómetro de aquí hay una fábrica que levantó mi padre, en gran parte con su propio dinero y con el sudor de su frente, durante los años cuarenta. El ejército no le dejaba luchar, su madre ya había perdido un hijo ante un torpedo alemán, pero estaba decidido a entrar en la guerra de una forma u otra.
No era cierto. No la construyó con su propio dinero. Los Meyer consiguieron la mayor parte del dinero.
En televisión, papá siguió hablando.
—La fábrica producía un nuevo producto conocido como nailon, que era un sustituto barato de la seda... el ingrediente principal de los paracaídas. Cuando se lanzó la invasión del día D, mi padre no pudo estar allí. Pero los paracaídas fabricados aquí mismo en Tuscola iban unidos a las espaldas de todos los paracaidistas que ese día fatídico cayeron sobre Francia.
El no fabricaba los paracaídas. Sólo la fibra de nailon. El ejército comprada nailon a muchos fabricantes.
—Después del día de la victoria, una hermosa mañana de primavera un joven se presentó en la fábrica de mi padre, pidiendo ver al señor Cozzano. Bien, en muchos sitios, las recepcionistas y los encargados de relaciones públicas le hubiesen echado, pero en la empresa de mi padre siempre podías ir directamente a lo más alto. Así que poco después el hombre entró en la oficina de John Cozzano. Y cuando finalmente se encontró cara a cara con mi padre, ese joven fornido quedó sumido en la emoción y durante unos momentos no pudo hablar. Y le explicó que era uno de los primeros paracaidistas en lanzarse durante la invasión del día D. Cien hombres de su unidad se habían lanzado y cien de ellos habían llegado sanos y salvos al suelo, y tomaron su objetivo sólo con pérdidas mínimas de vidas. Bien, parece ser que los paracaidistas habían visto la etiqueta COZZANO impresa en sus paracaídas, habían decidido que les gustaba ese nombre y habían empezado a llamarse la banda Cozzano. Ése se convirtió en su grito de guerra al saltar de un avión. Y en ese punto, mi padre, que jamás lloró en mi presencia durante toda su vida, bien, empezó a llorar, porque aquello significaba más para él que todo el dinero o todo lo demás que hubiese podido obtener de la fábrica...
La tele quedó negra. Mary Catherine estaba sentada en la cama, sosteniendo el mando, apuntando a la pantalla como si fuese una pistola. Estaba inmóvil.
El hombre al que había estado viendo en la tele no era su padre. Todo lo que había dicho era una invención deliberada. Y papá jamás contaría una mentira. Mel tenía razón.
Recuperó una sensación familiar. Era el temor pegajoso que se había apoderado de ella la noche de la primera apoplejía de su padre. Durante semanas creyó que jamás desaparecería. Luego había empezado a relajar su control sobre su mente y su corazón, y a medida que papá se recuperaba de la operación, había desparecido por completo. Había creído que ella y su familia habían salido del bosque.
Se había equivocado. No era así. Sólo habían atravesado un pequeño claro. Ahora se encontraba en el corazón de un bosque más profundo y vasto de lo que había imaginado.
El ruido de la fiesta se había convertido en un murmullo bajo. Podía oír un nuevo sonido de la habitación adjunta. La vieja habitación de James. Era el sonido de los dedos golpeando un teclado con la velocidad y la potencia de un tambor.
Zeldo estaba sentado frente a su estación de trabajo. Había apagado las luces y había invertido la pantalla para que mostrase letras blancas sobre fondo oscuro. Disponía de un enorme monitor de alta resolución con al menos una docena de ventanas abiertas, cada una llena de largas líneas serpenteantes de texto que Mary Catherine reconoció, vagamente, como código informático.
—Hola —dijo, y él casi se muere del susto—. Lamento haberte sobresaltado.
—No hay problema —dijo Zeldo, respirando hondo y girando la silla para mirarla—. Sólo ha sido el susto. Puedes encender la luz si quieres.
—No hay problema —dijo ella. Buscó una silla giratoria y se sentó.
—Gracias. Estoy en modo apagón —dijo Zeldo—, llevo demasiado tiempo delante de esta maldita máquina y ya no puedo enfocar la vista.
—¿Qué pasa? —dijo ella. Tenía que asumir, por lo que Mel le había dicho, que ahora mismo les estaban escuchando. Es más, el propio Zeldo era, presumiblemente, parte de la Red, aunque parecía un tipo más que agradable. Y en el partido había visto un aspecto de Zeldo que éste no mostraba habitualmente. Tenía claro que a Zeldo, independientemente de los planes diabólicos en los que pudiese estar involucrado, William A. Cozzano le caía sinceramente bien.
—Tenemos un problema de interferencia cuando tu padre se acerca a una estación reemisora de microondas —dijo Zeldo—. Vamos a mantenerle alejado de esas cosas, quizás incluso fabricando algún tipo de sombrero con material aislante electromagnético.
—Pero las unidades móviles de televisión usan microondas, ¿no es así?
—Exacto. Y pasa mucho tiempo cerca de unidades móviles de televisión. Así que como última línea de defensa, estoy instalando algunas protecciones en el software de forma que cuando el chip empiece a recibir señales espurias, tenga la capacidad de darse cuenta de que tiene problemas.
—¿Luego qué?
—Pasará a modo Helen Keller hasta que la interferencia desaparezca.
—¿Qué pasa entonces? ¿Papá entra en coma?
—En absoluto —dijo Zeldo—. El chip seguirá haciendo lo que se supone que debe hacer, compensando la parte dañada de su cerebro. Simplemente ya no será capaz de enviar o recibir datos.
—Esa no es una función muy importante, ¿verdad? —dijo Mary Catherine—. Sólo envías señales a su cerebro cuando estás reparando un fallo en el software. ¿No es así?
Se produjo una larga pausa, y Mary Catherine deseó haber encendido las luces de la habitación. Sospechaba que ahora mismo hubiese podido leer cosas muy interesantes en la cara de Zeldo.
—Como comentamos antes del implante —dijo Zeldo al fin—, los biochips hacen algo más que restaurar sus capacidades normales.
Lo que a Mary Catherine le resultó muy evasivo.
—A los hackers no se os da muy bien jugar a estos juegos, ¿verdad? —dijo ella.
—Sin comentarios —dijo Zeldo—. No pasé media vida aprendiendo lo que sé para poder enredarme en política.
La rápida charla técnica había quedado reemplazada por un tipo de conversación totalmente diferente. Ahora los dos hablaban elípticamente, con largas pausas entre las frases. De pronto Mary Catherine comprendió por qué: los dos sabían que les escuchaban. Los dos tenían cosas que ocultar.
Al principio del día se lo había dicho a Mel: Zeldo estaba en la Red pero no era parte de la Red. Su temor a hablar libremente en una habitación con micrófonos lo confirmaba.
—Es posible que Ogle te haya contado que soy el médico de la campaña —dijo.
—Sí —dijo Zeldo—. Felicidades. Va a ser una agonía.
—Ni de lejos como la residencia, estoy segura —dijo Mary Catherine.
—Debido a... debido a esos molestos fallos y problemas —dijo Zeldo, escogiendo con cuidado las palabras—, se me ha asignado para viajar con la campaña, al menos durante un tiempo. Así que hazme saber si puedo hacer algo para ayudarte.
—Para empezar, podrías decirme qué sucede exactamente cuando se acerca a una estación de reemisión de microondas.
Zeldo respondió sin vacilar. Ahora que se había alejado del tema peligroso, volvía a mostrarse relajado.
—Sufre una crisis epiléptica.
—¿Eso es todo?
—Bien... antes hay otros síntomas. Desorientación. Un torrente de recuerdos y sensaciones.
—Cuando esos recuerdos y sensaciones entran en su mente, ¿sabe que son sólo alucinaciones del chip?
La pregunta hizo que Zeldo callase durante un buen rato.
—No deberías rechinar los dientes. Es malo para el esmalte —dijo Mary Catherine, después de que pasasen al menos sesenta segundos.
—Se trata de una pregunta profunda —dijo Zeldo—. Nos mete en honduras filosóficas: si todo lo que pensamos y sentimos no es más que un patrón de señales en el cerebro, entonces ¿hay una realidad objetiva? Si las señales en el cerebro de Argos resulta que incluyen transmisiones de radio, ¿significa eso que para él la realidad es diferente?
Mary Catherine por una vez contuvo la lengua y no preguntó por qué Zeldo se refería a su padre con el nombre de Argos. Definitivamente era un desliz, un retazo de algo que a Mary Catherine todavía no se le había permitido ver. Si se ponía inquisitiva, Zeldo volvería a cerrar la boca.
Se le ocurrió otra posibilidad aún más interesante: quizás Zeldo hubiese cometido el desliz deliberadamente.
—Y si es así —siguió diciendo Zeldo—, ¿quiénes somos nosotros para decir que una forma de realidad es mejor que otra?
—Bien, si digo cosas que simplemente no son ciertas, y aparentemente las creo, yo diría que eso es un problema —dijo Mary Catherine.
—La memoria es un asunto curioso —dijo Zeldo—. Para empezar, ninguno de nuestros recuerdos es exacto. Así que si él tiene una memoria que funciona de forma algo diferente a la nuestra, y por lo demás se muestra sano y feliz, ¿es eso mejor que quedarse afásico en una silla de ruedas? ¿Quién lo sabe?
—Supongo que debe decidir por sí mismo —dijo Mary Catherine.
Estaba claro que tendría que localizar el sobre de GODS. Los hechos del día la habían convencido más allá de toda duda de que Mel tenía razón: había una Red, y algo tramaba. Mary Catherine regresó a su cuarto, se quitó el disfraz de hija, se puso una bata y bajó. Los proveedores estaban ocupados en la cocina, limpiando los restos de la fiesta, y todos los invitados se habían ido a casa excepto algunos compañeros de Vietnam de Cozzano, que estaban sentados alrededor de una mesa de café en el salón tomando una copas y recordando la guerra, riendo y llorando alternativamente.
Mary Catherine los evitó y salió al porche trasero. Había una fila de bolsas negras de plástico formando contra la pared, esperando ser recogidas. Abrió una de las bolsas, rebuscó entre algunos papeles y encontró el sobre de brillantes colores, todavía intacto excepto el sello roto. La etiqueta de envío era una desconcertante panoplia de números, palabras código y códigos de barras; los murmullos inescrutables de la Red. Mary Catherine plegó el sobre, se lo metió en la bata, cerró la bolsa y se retiró por ese día.
Floyd Wayne Vishniak
R.R. 6 Box 895
Davenport, Iowa
Aaron Green
Ogle Data Research
Pentagon Towers
Arlington, Virginia
Estimado señor Green:
Para empezar, he deducido a qué están jugando. Cuando estuvo aquí, me soltó toda esa mierda sobre trabajar para Ogle Data Research. Como si fuese usted un científico preparando su tesis. Pero ya he deducido lo que hace realmente: trabaja para William A. Cozzano. Él le paga para trabajar en su campaña.
¿Cómo me di cuenta? Simplemente prestando atención a lo que enseñan por la pantallita de televisión de mi muñeca. Siempre muestran a Cozzano, pero los demás candidatos no salen tan a menudo.
Bien, esta tarde vi a Cozzano anunciar que se presentaría a presidente. No lo vi en el reloj. Fui a Dale's, un bar, y lo vi en la gran pantalla de televisión acompañado de otros tipos. Y puedo decirle para su información que todos los presentes opinaron que resultaba verdaderamente impresionante.
Yo también lo consideré impresionante. Pero ahora son las dos de la madrugada y no puedo dormir. Porque estoy pensando en algunas de las cosas que dijo Cozzano y me inquietan.
Cuando mantuvo el debate en Decatur, Illinois, habló de la fábrica de paracaídas de su padre y lo importante que era para los hombres que en el día D se encontraban en las escotillas de los aviones. Pero hoy, contó toda una historia sobre un montón de paracaidistas y cómo uno de ellos fue a darle personalmente las gracias a su padre. Se trata de una extraña discrepancia, ¿no cree?
Mi opinión: algo se estropeó en la cabeza de Cozzano cuando tuvo esos problemas. Y ahora, o tiene problemas de memoria o no sabe distinguir la verdad de la fantasía. Así que no espere que vote por él.
Estoy seguro de que pronto tendrán más noticias mías.
Sinceramente,
FLOYD WAYNE VISHNIAK