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Yo miento a veces.
La última ocasión fue el año pasado.
Mentir es algo realmente odioso. No exagero al decir que la mentira y el silencio son los dos mayores pecados, pecados enormes, de la sociedad humana actual. De hecho, mentimos a menudo, callamos con frecuencia.
Sin embargo, si habláramos sin cesar y, además, fuésemos siempre sinceros, es posible que acabara perdiéndose el valor de la verdad.
* * *
En otoño del año pasado, una noche, mi novia y yo estábamos desnudos, arrebujados en la cama. Teníamos un hambre voraz.
—¿No hay nada para comer? —le pregunté.
—Voy a ver.
Desnuda, se levantó de la cama, abrió la nevera, encontró pan seco y, con lechuga y salchicha, preparó unos sencillos sándwiches y los trajo a la cama, junto con café instantáneo. Aunque sólo estábamos en octubre, la noche era fría y, cuando ella volvió de la cocina, estaba tan helada como una lata de salmón en conserva.
—No había mostaza.
—Con esto basta.
Envueltos en el edredón mordisqueamos los sándwiches mientras veíamos una película antigua por televisión.
Era El puente sobre el río Kwai.
Al final, cuando vuelan el puente, ella protestó un poco.
—¿Por qué se habrá tomado tan a pecho la construcción del puente? —me lo preguntó señalando a Alec Guinness, petrificado por el estupor.
—Para preservar su dignidad.
—Mmm…
Con la boca llena de pan, se quedó reflexionando sobre la dignidad humana. No era ninguna novedad, pero yo no tenía la menor idea de qué bullía en el interior de su cabeza.
—¿Me quieres?
—Claro.
—¿Quieres casarte conmigo?
—¿Ahora? ¿Enseguida?
—Algún día… Más adelante.
—Claro que quiero casarme contigo.
—Pero hasta ahora, que te lo he preguntado, nunca me has dicho ni una palabra al respecto.
—Me había olvidado de decírtelo.
—¿Cuántos hijos quieres tener?
—Tres.
—¿Niños o niñas?
—Dos niñas y un niño.
Después de tragarse el pan que tenía en la boca con un sorbo de café, se me quedó mirando fijamente.
—¡EMBUSTERO! —exclamó.
Pero se equivocaba. Sólo había mentido una vez.