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La novela del Rata tenía dos puntos notables. Uno era que no había ninguna escena de sexo; otro, que no se moría nadie. Y es que para que la gente muera y haga el amor no hace falta hacer nada. Las cosas son como son.

* * *

—¿Crees que estaba equivocada? —le pregunta la mujer al Rata.

Éste toma un trago de cerveza y menea la cabeza despacio.

—Hablando claro, todos estamos equivocados.

—¿Por qué lo dices?

—¡Uf! —gime el Rata y se pasa la lengua por los labios. No tiene respuesta.

—Nadé tanto para llegar a la isla que casi se me cayeron los brazos. Fue tan duro que pensaba que me moría. Además, me perseguía la idea de que quizás yo me había equivocado y de que tú tenías razón. ¿Cómo era posible que, mientras yo estaba sufriendo tanto, tú estuvieras allá, sin hacer nada, flotando en el mar?

Tras decir esto, la mujer suelta una risita y permanece unos instantes cubriéndose con las manos el rabillo de ambos ojos con melancolía. El Rata, incómodo, busca frenéticamente, sin objeto alguno, en sus bolsillos. Por primera vez en tres años tiene unas ganas incontenibles de fumarse un cigarrillo.

—¿Deseaste mi muerte?

—Un poco.

—¿Sólo un poco?

—… Ya no me acuerdo.

Enmudecen durante unos instantes. El Rata tiene la impresión de que debe añadir algo.

—¿Sabes? La vida es injusta con el hombre desde su nacimiento.

—¿Quién dijo eso?

—John F. Kennedy.