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En la vida, todos hemos tenido una época en la que queríamos parecer fríos e imperturbables.
Poco antes de acabar el bachillerato decidí no expresar más que la mitad de mis pensamientos. He olvidado la razón, pero llevé esta idea a la práctica durante varios años. Y, un buen día, descubrí que me había convertido en una persona que sólo era capaz de contar la mitad de lo que estaba pensando.
No sé qué relación tendrá esto con la frialdad. Pero si a un refrigerador viejo que necesita constantemente que lo descongelen se lo puede llamar frío, a mí también.
De modo que estoy escribiendo estas líneas mientras, a fuerza de cerveza y de tabaco, le doy puntapiés a mi conciencia, que está a punto de sumirse en un sueño profundo en el poso del tiempo. Tomo una ducha caliente tras otra, me afeito dos veces al día, escucho sin parar discos viejos. Ahora, a mis espaldas, están cantando los viejos Peter, Paul & Mary.
—No pienses más. ¿Acaso no pasó ya?