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Cuando entré en el Jay’s Bar, me encontré al Rata con los codos hincados en la barra y el entrecejo fruncido leyendo una larguísima novela de Henry James, más gruesa que un listín telefónico.

—¿Es interesante?

El Rata alzó la mirada del libro y sacudió la cabeza en señal negativa.

—Pero ya llevo leído un buen trozo, no creas. Desde el otro día, cuando estuve hablando contigo. ¿Te suena lo de: «Prefiero una falsedad espléndida a una pobre realidad»?

—No.

—Roger Vadim. Un director de cine francés. También hay otra: «Una inteligencia brillante es aquella capaz de conjugar a un tiempo, de modo satisfactorio, las funciones de dos conceptos que se contraponen el uno al otro».

—¿Y quién dijo eso?

—No me acuerdo. ¿Crees que es cierto?

—Es mentira.

—¿Por qué?

—Supón que te despiertas a las tres de la madrugada con hambre. Abres la nevera, pero dentro no hay nada. ¿Qué tendrías que hacer?

Tras reflexionar unos instantes, el Rata se echó a reír a carcajadas. Llamé a Jay, le pedí una cerveza y patatas fritas, saqué el paquete de discos y se lo entregué al Rata.

—¿Y esto qué es?

—Un regalo de cumpleaños.

—Pero si es el mes que viene.

—Es que entonces yo ya no estaré.

Con el envoltorio en la mano, el Rata se quedó pensativo.

—¡Vaya! Cuando te vayas, te voy a echar de menos.

Tras decir eso, abrió el paquete, sacó los discos y se los quedó mirando.

—Beethoven, Concierto para piano n.º 3. Glenn Gould, Leonard Bernstein. ¡Hum! No lo he escuchado nunca. ¿Y tú?

—Tampoco.

—Bueno, gracias. Si te soy sincero, estoy muy contento.