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CUANDO Logan entró en la habitación, Rush estaba inclinado sobre su mujer, que yacía en la cama vestida, como en los anteriores tránsitos, con una bata de hospital.
—Será la última vez, cariño —le dijo mientras le acariciaba la mejilla.
Ella alzó la vista y sonrió brevemente, luego miró a Logan. Este se acercó a la cama, le cogió la mano y le dio un leve apretón, pero fue incapaz de leer la expresión de su rostro. ¿Aprensión? ¿Resignación? Y esa vez el contacto con su mano no le transmitió nada.
Se apartó hacia un lado mientras Rush examinaba los instrumentos y preparaba un sedante. Transcurrieron cinco, diez minutos..., el médico encendió el incienso, insertó una aguja hipodérmica y luego otra en la vía intravenosa, sacó el amuleto y la vela y realizó la hipnosis. Por fin cogió la grabadora digital y se situó a la cabecera de la cama.
—¿Con quién hablo? —preguntó.
La única respuesta fue la trabajosa respiración de Jennifer.
—¿Con quién hablo? —repitió.
No hubo contestación.
—Esto es extraño —dijo Rush—. Nunca había tenido problemas con el proceso de inducción.
Comprobó de nuevo los instrumentos, levantó con delicadeza uno de los párpados de su mujer y examinó el ojo con un oftalmoscopio.
—Aumentaré el Propofol, la sedaré más profundamente y subiré un punto la estimulación cortical.
Logan aguardó sin decir nada mientras Rush se afanaba de un lado a otro de la cama y repetía el ritual de la hipnosis. Esa vez la respiración de Jennifer se tornó más rápida y superficial.
—Relaja la mente —le dijo Rush a su esposa en tono tranquilo y arrullador—. Deja que vuele libre. Deja que tu conciencia se desprenda del cuerpo y conviértelo en una cáscara vacía.
«Una cáscara vacía.» Sin saber por qué, Logan se alarmó de repente. El instinto le hizo dar un paso adelante, como si se dispusiera a interrumpir la sesión, pero logró controlarse a tiempo.
Rush volvió a poner en marcha la grabadora.
—¿Con quién hablo?
No hubo respuesta.
Rush se acercó un poco más.
—¿Con quién hablo?
—Con... el portavoz de Horus.
—¿Sabes quién soy?
—Eres el profanador. El que no cree.
—Cuéntame más acerca de lo que lleva el faraón o el sumo sacerdote en esa pintura de la pared.
—No es un sacerdote... Solo es para... el hijo de Ra.
«El hijo de Ra.» El faraón. Logan frunció el entrecejo. Ese apelativo solo había sido de uso común a partir de la Cuarta o Quinta Dinastía, cientos de años después del reinado de Narmer. ¿Se trataba acaso de una prueba más de la teoría con la que Tina Romero había especulado? ¿Que a la muerte de Narmer siguió un período de amnesia colectiva en todo lo relacionado con los rituales y la religión?
Rush acercó la grabadora a los labios de Jennifer.
—Dijiste que era «lo que da la vida a los muertos y muerte a los vivos». ¿A qué te referías?
—Es... el gran secreto... El regalo de Ra... No debe ser... contaminado por... el contacto del infiel.
La respiración de Jennifer se hacía más leve y entrecortada por momentos.
—Abrevia tanto como puedas —le susurró Logan a Rush.
—¿Qué hay más allá de la tercera puerta? —preguntó Rush.
El rostro de Jennifer se tensó.
—Una muerte fulminante. El que ose cruzarla... verá sus miembros esparcidos por los confines del mundo. Hallará... la locura y la muerte...
«La maldición de Narmer», se dijo Logan.
Entonces vio con espanto que Jennifer, que seguía bajo el efecto de los sedantes, se incorporaba lentamente hasta quedar sentada en la cama. Fue un movimiento extraño, antinatural, como si una fuerza invisible hubiera tirado de ella.
De repente abrió los ojos, y eran unos ojos ciegos y sin vida.
—¡Muerte y locura! —gritó con una voz terrorífica.
Acto seguido cerró los ojos y cayó de espaldas en la cama. Los instrumentos empezaron a pitar y a parpadear.
—¿Qué ocurre? —quiso saber Logan.
Rush no contestó. Comprobó los aparatos y después examinó a su esposa. Al cabo de un momento se irguió.
—Parece haber sufrido algún tipo de ataque —explicó—. No puedo decir más sin examinarla a fondo, pero ahora descansa plácidamente. Seguiré administrándole Propofol durante unos minutos más y después la despertaré.
Logan torció el gesto. Aquella sesión había ido mucho más allá de lo que consideraba tolerable.
—Esta vez ha sido la última, ¿verdad?
—Sí. No volveré a pedírselo... ni aunque Stone me lo exija.
—Me alegra oír eso, porque, después de lo que acabo de ver, tengo que decirte que someterla a estos trances es inadmisible. Y más considerando su pasado.
Rush se lo quedó mirando.
—¿A qué pasado te refieres?
—Al que descubrí en esos archivos del Centro que me diste. A su historial psicológico.
Rush seguía con la mirada clavada en él y sus facciones se endurecieron. Al ver que guardaba silencio, Logan continuó.
—Me refiero a su diagnóstico de trastorno esquizoafectivo.
—Te refieres a un diagnóstico de hace veinte años —contestó Rush a la defensiva—. Y encima a un diagnóstico equivocado. Jen no sufría un trastorno esquizoafectivo..., no fue más que un ataque de nervios de adolescente.
Logan no replicó.
—Como mucho se trató de una alteración del estado de ánimo —insistió Rush—. Intrascendente, pasajera, desapareció cuando llegó a la edad adulta.
—Aun así, ¿cómo has podido hacerla pasar por esto? ¿Cómo has podido traumatizarla de esta manera?
Rush frunció el entrecejo y se dispuso a replicar, pero se contuvo y respiró hondo.
—Era importante para Stone y era importante para mí. Pensé que sería una buena oportunidad para profundizar en las investigaciones del Centro y aplicar nuestros conocimientos en ese campo. Y, como ya te dije, creía que sería beneficioso para Jen. No esperaba que le resultara tan difícil. De haberlo sabido... Bueno, ya te he dicho que no volverá a ocurrir.
Se produjo un breve silencio. Ambos se alejaron de la cama pero sin apartar la mirada de la figura inmóvil de Jennifer.
—He estado pensando en lo que dijiste —comentó Rush en voz baja—. En que por haber estado tanto tiempo clínicamente muerta, por haber tenido una experiencia cercana a la muerte tan prolongada, pudiera haber perdido su... su alma o como quieras llamarlo.
—Eso no fue lo que dije —replicó Logan.
—Es lo que diste a entender, que Jen era como una especie de cáscara vacía y que si el espíritu de Narmer seguía intacto en este lugar podía..., bueno, digamos que podía apoderarse temporalmente de ella.
—Desde que hablamos he seguido investigando por mi cuenta. En teoría, lo que dices es posible, pero no en este caso.
—Me alegra saberlo, pero ¿cómo puedes estar seguro?
Logan seguía mirando a Jennifer.
—Por dos razones. Para empezar, puede darse el caso de que la fuerza vital de alguien que lleva tiempo muerto se apodere de un cuerpo cuya alma ha quedado dañada por alguna razón; sin embargo, un contacto tan íntimo no es nada frecuente. He estudiado los antecedentes. Son contados y están escasamente documentados. No obstante, todos coinciden en lo mismo: un espíritu no puede tomar posesión del cuerpo de alguien del sexo opuesto.
—Entonces no puede tratarse de Narmer —dijo Rush con evidente alivio.
—No si lo que estoy sugiriendo es el caso que tenemos entre manos.
Rush asintió lentamente.
—Dijiste que tenías dos razones.
—La otra ya la había mencionado. Recuerda que el propósito principal de enterrar a un faraón era facilitar su tránsito al otro mundo. Sin momia, la esencia espiritual, el ka, no tendría un lugar adonde ir y permanecería eternamente inquieta en la tumba. Sin embargo, con un cuerpo físico, como el que Narmer tiene en la tumba, su ka podría hacer el tránsito al otro mundo con su ba, que es la parte del alma más móvil y apta para viajar. Todo lo que hemos visto en esta tumba sirvió para preparar a Narmer, para que el viaje al otro mundo se realizara con éxito.
—Y el que hayamos encontrado su momia intacta —siguió razonando Rush— significa que su ka ya no está aquí.
—Así es.
—Entonces, si no se trata de Narmer, ¿con quién nos hemos estado comunicando? —se preguntó Rush.
Logan no contestó.