20
EL hallazgo del esqueleto
tuvo otros efectos aparte de elevar la moral de los investigadores
y el nivel de emoción imperante en la estación: fue la causa de que
Porter Stone se personase allí. Tras llegar poco después del
anochecer, al abrigo de la oscuridad, convocó una reunión general a
la mañana siguiente. Todas las labores, incluso las de inmersión,
se detendrían durante treinta minutos para que Stone pudiera
dirigirse a los miembros de la expedición.
La convocatoria iba a celebrarse en la sala
más espaciosa de la estación: el taller mecánico del sector Verde.
Logan entró puntualmente a las diez y miró en derredor con
curiosidad. Tres de las paredes estaban ocupadas por enormes
estanterías del suelo al techo con todo tipo de recambios, piezas y
herramientas imaginables. También había varias motos de agua en
distintos estadios de montaje y reparación y unos cuantos bancos de
trabajo con numerosos motores y equipos de buceo. En un rincón
descansaban lo que parecían los restos de un generador quemado. Su
carcasa ennegrecida ofrecía un feo aspecto bajo las brillantes
luces de trabajo.
Logan desvió la mirada y contempló a los
allí reunidos a la espera de Stone. Era un público de lo más
diverso: científicos con bata blanca, técnicos, buzos, operarios,
cocineros, electricistas, mecánicos, ingenieros, historiadores,
arqueólogos y pilotos; unas ciento cincuenta personas reunidas por
el deseo de un solo hombre, un hombre con una visión diáfana de lo
que quería y con una voluntad de hierro para conseguirlo.
Justo en ese momento Stone entró en el
taller, y la gente prorrumpió en un aplauso espontáneo. El magnate
avanzó entre la multitud estrechando manos e intercambiando saludos
con los que le salían al paso. Había cambiado su indumentaria árabe
por un traje de hilo, pero si hubiera llevado una cazadora de cuero
y un sombrero de ala ancha no habría tenido más aspecto de
aventurero. Algo en su piel curtida por el sol y la intemperie y en
cómo su cuerpo alto y esbelto se movía con una gracia casi animal
encarnaba la esencia del verdadero explorador.
Cuando llegó al fondo de la sala, se volvió
hacia el grupo y, con una gran sonrisa, alzó las manos. Poco a poco
se hizo un silencio inquieto. Stone, todavía sonriendo para dar
dramatismo al momento, recorrió a los reunidos con la mirada. Y
entonces por fin se aclaró la garganta y empezó a hablar.
—Viví mi primera experiencia como cazador de
tesoros cuando tenía once años. En la ciudad de Colorado en la que
crecí, una leyenda local hablaba de una tribu de indios que había
vivido en unos campos de las afueras de la ciudad. Chicos de mi
edad, universitarios y hasta arqueólogos profesionales habían
visitado esos campos una y otra vez: habían excavado agujeros,
abierto zanjas y barrido la zona con detectores de metal y no
habían hallado nada de nada. Yo estaba entre ellos. Debí de
recorrer aquellos campos docenas de veces, con la mirada clavada en
el suelo, buscando.
»Y entonces, un día, levanté la vista del
suelo y miré: realmente miré el lugar por primera vez. Más allá de
los campos, el terreno caía suavemente hacia el Río Grande, que se
hallaba a menos de dos kilómetros de distancia. A lo largo del río
había bosquecillos de álamos y la hierba era densa y
abundante.
»Con mi joven imaginación viajé doscientos
años atrás. Vi una tribu de indios acampada en la ribera. Tenían
agua para beber y cocinar, pescado abundante, pasto para los
caballos, y sombra y cobijo bajo los árboles. Luego miré los campos
secos y desolados donde me encontraba y me pregunté por qué los
indios habrían instalado en ellos su campamento cuando tenían un
lugar mucho mejor solo un poco más lejos.
»Así pues, caminé hasta el río, empecé a
curiosear a lo largo de la orilla y a los diez minutos encontré
esto.
Porter metió la mano en el bolsillo, sacó
algo y lo levantó para que todos pudieran verlo. Logan observó que
era una punta de flecha de obsidiana perfectamente tallada: una
preciosidad.
—Volví a ese lugar muchas veces —continuó
Stone—. Hallé más puntas de flecha, además de pipas de barro,
morteros de piedra e infinidad de otros objetos, pero nada nunca me
ha emocionado tanto como el hallazgo de esta primera punta de
flecha. Desde entonces me acompaña allá adonde voy.
Se la guardó en el bolsillo y recorrió con
la mirada a los reunidos antes seguir hablando.
—No fue solo la emoción del descubrimiento.
No fue solo el hecho de hallar algo bello y valioso. Fue el uso de
mi intelecto, mi capacidad para pensar fuera de las normas
establecidas, para desentrañar los misterios del pasado. Todos los
que habían estado allí antes que yo habían aceptado como buenas las
historias acerca del lugar de acampada de los indios. Yo mismo
empecé en ese lugar, pero entonces aprendí una lección importante.
Una lección que no he olvidado.
Empezó a caminar con las manos en los
bolsillos.
—Una excavación arqueológica es como una
historia de misterio, amigos míos. Al pasado le gusta guardar
secretos, no quiere entregárnoslos. Así pues, mi papel es el de
detective. Y cualquier detective sabe que la mejor manera de
resolver un misterio es reunir tanto material, tantas pruebas y
tanto trabajo de investigación como sea posible.
Porter se detuvo bruscamente y se pasó los
dedos por su pelo blanco.
—Como saben, he hecho esto muchas otras
veces..., y los resultados hablan por sí solos. Lo hago de nuevo
aquí y ahora. No he escatimado en gastos de investigación ni en
equipos ni en talento. Todos los que están aquí son los mejores en
sus respectivas especialidades. Yo he cumplido con mi parte. Ahora,
con el descubrimiento de este esqueleto, que casi sin duda
pertenece a un miembro de la guardia personal del faraón Narmer,
nos encontramos de nuevo a las puertas del éxito. Estoy convencido
de que el hallazgo de la tumba es cuestión de días, de escasos
días, y entonces conoceremos algunos de esos secretos que el pasado
intenta tan tenazmente ocultarnos.
Contempló a los reunidos en silencio.
—Como he dicho, he cumplido mi parte. Ahora,
especialmente ahora que estamos tan cerca, es el momento de que
ustedes cumplan la suya. Disponemos de un tiempo limitado, así que
confío en que cada uno de ustedes dará lo máximo de sí mismo. Sea
cual sea su trabajo aquí, tanto si dirigen un equipo de buceo como
si friegan platos en la cocina, cada uno de ustedes es parte
integral y fundamental de esta maquinaria. Cada uno de ustedes es
vital para que alcancemos el éxito. Quiero que lo recuerden durante
los días venideros.
Stone se aclaró la garganta de nuevo.
—En algún lugar bajo nuestros pies nos
esperan los inimaginables tesoros que Narmer reunió en su tumba
para que lo acompañaran al más allá. El descubrimiento y el estudio
de esos tesoros no solo los hará famosos a todos..., también los
hará ricos. Y no únicamente en términos monetarios. Nuestros
conocimientos sobre los antiguos reyes de Egipto se multiplicarán
por mil, y esa es la clase de riqueza de la que, como detectives de
la historia que somos, nunca tenemos bastante.
Siguió otra salva de aplausos. Stone dejó
que sonara durante quince segundos, treinta..., hasta que por fin
levantó las manos.
—No los entretendré más —dijo—. Todos tienen
trabajo que hacer. Como les he dicho, durante los próximos días
esperaré de ustedes lo mejor. ¿Alguna pregunta?
—Yo tengo una —se oyó decir Logan en medio
del silencio.
Cuando ciento cincuenta cabezas se giraron
para mirarlo se preguntó qué lo había impulsado a hablar. Se
trataba de algo que llevaba rato rumiando internamente, pero no
había tenido intención de exponerlo en voz alta.
Por lo visto Porter Stone no esperaba que
hubiera preguntas, pues ya se había dado la vuelta para hablar con
March, pero al oír la voz se volvió y buscó con la mirada entre el
público.
—¿Doctor Logan? —dijo cuando lo hubo
localizado.
Logan asintió.
—¿Qué le preocupa? —preguntó Stone.
—Es algo que acaba de decir. Ha dicho que
Narmer reunió sus tesoros y los llevó a su tumba para que lo
acompañaran al otro mundo. Lo que me pregunto es si no sería
posible que, al construir su tumba secreta en un lugar tan aislado,
lo que pretendiera no fuera simplemente amasar sus tesoros, sino
también ocultarlos y protegerlos.
Stone frunció el entrecejo.
—Desde luego. Todos los reyes han intentado
siempre proteger sus posesiones terrenales del pillaje y el
robo.
—No me refería a esa clase de
protección.
Siguió un breve silencio.
—Es una conjetura interesante. —dijo por fin
Stone. Luego alzó la voz y se dirigió a todos los presentes—:
Gracias por su tiempo. Pueden volver a sus quehaceres.
Cuando la gente empezó a dispersarse hacia
la salida, Stone devolvió su atención a Logan.
—Usted no —dijo—. Creo que deberíamos
hablar.