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EL hallazgo del esqueleto tuvo otros efectos aparte de elevar la moral de los investigadores y el nivel de emoción imperante en la estación: fue la causa de que Porter Stone se personase allí. Tras llegar poco después del anochecer, al abrigo de la oscuridad, convocó una reunión general a la mañana siguiente. Todas las labores, incluso las de inmersión, se detendrían durante treinta minutos para que Stone pudiera dirigirse a los miembros de la expedición.
La convocatoria iba a celebrarse en la sala más espaciosa de la estación: el taller mecánico del sector Verde. Logan entró puntualmente a las diez y miró en derredor con curiosidad. Tres de las paredes estaban ocupadas por enormes estanterías del suelo al techo con todo tipo de recambios, piezas y herramientas imaginables. También había varias motos de agua en distintos estadios de montaje y reparación y unos cuantos bancos de trabajo con numerosos motores y equipos de buceo. En un rincón descansaban lo que parecían los restos de un generador quemado. Su carcasa ennegrecida ofrecía un feo aspecto bajo las brillantes luces de trabajo.
Logan desvió la mirada y contempló a los allí reunidos a la espera de Stone. Era un público de lo más diverso: científicos con bata blanca, técnicos, buzos, operarios, cocineros, electricistas, mecánicos, ingenieros, historiadores, arqueólogos y pilotos; unas ciento cincuenta personas reunidas por el deseo de un solo hombre, un hombre con una visión diáfana de lo que quería y con una voluntad de hierro para conseguirlo.
Justo en ese momento Stone entró en el taller, y la gente prorrumpió en un aplauso espontáneo. El magnate avanzó entre la multitud estrechando manos e intercambiando saludos con los que le salían al paso. Había cambiado su indumentaria árabe por un traje de hilo, pero si hubiera llevado una cazadora de cuero y un sombrero de ala ancha no habría tenido más aspecto de aventurero. Algo en su piel curtida por el sol y la intemperie y en cómo su cuerpo alto y esbelto se movía con una gracia casi animal encarnaba la esencia del verdadero explorador.
Cuando llegó al fondo de la sala, se volvió hacia el grupo y, con una gran sonrisa, alzó las manos. Poco a poco se hizo un silencio inquieto. Stone, todavía sonriendo para dar dramatismo al momento, recorrió a los reunidos con la mirada. Y entonces por fin se aclaró la garganta y empezó a hablar.
—Viví mi primera experiencia como cazador de tesoros cuando tenía once años. En la ciudad de Colorado en la que crecí, una leyenda local hablaba de una tribu de indios que había vivido en unos campos de las afueras de la ciudad. Chicos de mi edad, universitarios y hasta arqueólogos profesionales habían visitado esos campos una y otra vez: habían excavado agujeros, abierto zanjas y barrido la zona con detectores de metal y no habían hallado nada de nada. Yo estaba entre ellos. Debí de recorrer aquellos campos docenas de veces, con la mirada clavada en el suelo, buscando.
»Y entonces, un día, levanté la vista del suelo y miré: realmente miré el lugar por primera vez. Más allá de los campos, el terreno caía suavemente hacia el Río Grande, que se hallaba a menos de dos kilómetros de distancia. A lo largo del río había bosquecillos de álamos y la hierba era densa y abundante.
»Con mi joven imaginación viajé doscientos años atrás. Vi una tribu de indios acampada en la ribera. Tenían agua para beber y cocinar, pescado abundante, pasto para los caballos, y sombra y cobijo bajo los árboles. Luego miré los campos secos y desolados donde me encontraba y me pregunté por qué los indios habrían instalado en ellos su campamento cuando tenían un lugar mucho mejor solo un poco más lejos.
»Así pues, caminé hasta el río, empecé a curiosear a lo largo de la orilla y a los diez minutos encontré esto.
Porter metió la mano en el bolsillo, sacó algo y lo levantó para que todos pudieran verlo. Logan observó que era una punta de flecha de obsidiana perfectamente tallada: una preciosidad.
—Volví a ese lugar muchas veces —continuó Stone—. Hallé más puntas de flecha, además de pipas de barro, morteros de piedra e infinidad de otros objetos, pero nada nunca me ha emocionado tanto como el hallazgo de esta primera punta de flecha. Desde entonces me acompaña allá adonde voy.
Se la guardó en el bolsillo y recorrió con la mirada a los reunidos antes seguir hablando.
—No fue solo la emoción del descubrimiento. No fue solo el hecho de hallar algo bello y valioso. Fue el uso de mi intelecto, mi capacidad para pensar fuera de las normas establecidas, para desentrañar los misterios del pasado. Todos los que habían estado allí antes que yo habían aceptado como buenas las historias acerca del lugar de acampada de los indios. Yo mismo empecé en ese lugar, pero entonces aprendí una lección importante. Una lección que no he olvidado.
Empezó a caminar con las manos en los bolsillos.
—Una excavación arqueológica es como una historia de misterio, amigos míos. Al pasado le gusta guardar secretos, no quiere entregárnoslos. Así pues, mi papel es el de detective. Y cualquier detective sabe que la mejor manera de resolver un misterio es reunir tanto material, tantas pruebas y tanto trabajo de investigación como sea posible.
Porter se detuvo bruscamente y se pasó los dedos por su pelo blanco.
—Como saben, he hecho esto muchas otras veces..., y los resultados hablan por sí solos. Lo hago de nuevo aquí y ahora. No he escatimado en gastos de investigación ni en equipos ni en talento. Todos los que están aquí son los mejores en sus respectivas especialidades. Yo he cumplido con mi parte. Ahora, con el descubrimiento de este esqueleto, que casi sin duda pertenece a un miembro de la guardia personal del faraón Narmer, nos encontramos de nuevo a las puertas del éxito. Estoy convencido de que el hallazgo de la tumba es cuestión de días, de escasos días, y entonces conoceremos algunos de esos secretos que el pasado intenta tan tenazmente ocultarnos.
Contempló a los reunidos en silencio.
—Como he dicho, he cumplido mi parte. Ahora, especialmente ahora que estamos tan cerca, es el momento de que ustedes cumplan la suya. Disponemos de un tiempo limitado, así que confío en que cada uno de ustedes dará lo máximo de sí mismo. Sea cual sea su trabajo aquí, tanto si dirigen un equipo de buceo como si friegan platos en la cocina, cada uno de ustedes es parte integral y fundamental de esta maquinaria. Cada uno de ustedes es vital para que alcancemos el éxito. Quiero que lo recuerden durante los días venideros.
Stone se aclaró la garganta de nuevo.
—En algún lugar bajo nuestros pies nos esperan los inimaginables tesoros que Narmer reunió en su tumba para que lo acompañaran al más allá. El descubrimiento y el estudio de esos tesoros no solo los hará famosos a todos..., también los hará ricos. Y no únicamente en términos monetarios. Nuestros conocimientos sobre los antiguos reyes de Egipto se multiplicarán por mil, y esa es la clase de riqueza de la que, como detectives de la historia que somos, nunca tenemos bastante.
Siguió otra salva de aplausos. Stone dejó que sonara durante quince segundos, treinta..., hasta que por fin levantó las manos.
—No los entretendré más —dijo—. Todos tienen trabajo que hacer. Como les he dicho, durante los próximos días esperaré de ustedes lo mejor. ¿Alguna pregunta?
—Yo tengo una —se oyó decir Logan en medio del silencio.
Cuando ciento cincuenta cabezas se giraron para mirarlo se preguntó qué lo había impulsado a hablar. Se trataba de algo que llevaba rato rumiando internamente, pero no había tenido intención de exponerlo en voz alta.
Por lo visto Porter Stone no esperaba que hubiera preguntas, pues ya se había dado la vuelta para hablar con March, pero al oír la voz se volvió y buscó con la mirada entre el público.
—¿Doctor Logan? —dijo cuando lo hubo localizado.
Logan asintió.
—¿Qué le preocupa? —preguntó Stone.
—Es algo que acaba de decir. Ha dicho que Narmer reunió sus tesoros y los llevó a su tumba para que lo acompañaran al otro mundo. Lo que me pregunto es si no sería posible que, al construir su tumba secreta en un lugar tan aislado, lo que pretendiera no fuera simplemente amasar sus tesoros, sino también ocultarlos y protegerlos.
Stone frunció el entrecejo.
—Desde luego. Todos los reyes han intentado siempre proteger sus posesiones terrenales del pillaje y el robo.
—No me refería a esa clase de protección.
Siguió un breve silencio.
—Es una conjetura interesante. —dijo por fin Stone. Luego alzó la voz y se dirigió a todos los presentes—: Gracias por su tiempo. Pueden volver a sus quehaceres.
Cuando la gente empezó a dispersarse hacia la salida, Stone devolvió su atención a Logan.
—Usted no —dijo—. Creo que deberíamos hablar.