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CUANDO Logan entró en la sala forense de la enfermería, Rush estaba cubriendo con una sábana verde el cadáver roto y aplastado de Carmody. Al oír pasos, el médico alzó la mirada, vio a Logan y meneó la cabeza.
—Nunca había visto un cuerpo tan destrozado como este —comentó.
—He concluido mi investigación preliminar —dijo Logan—. Los pernos de oro que sostenían el dosel parecen haber sido aflojados deliberadamente.
Rush frunció el entrecejo.
—¿Deliberadamente? Entonces ¿ha sido un sabotaje?
—Puede ser, aunque también es posible que alguien pretendiera robarlos. Después de todo, son de oro macizo y del tamaño de los pernos de una vía de tren.
Rush guardó silencio un momento.
—¿Qué ambiente se respira por ahí?
—Más o menos el que imaginas. Sorpresa. Tristeza. Y miedo. Se rumorea que la maldición ha golpeado de nuevo.
Rush asintió con aire ausente. Estaba pálido y tenía profundas ojeras. Logan recordó lo que el médico le había dicho en el avión: «El hecho es que estudié para ser especialista de Urgencias, pero por alguna razón nunca llegué a acostumbrarme a la muerte. La verdad es que me las apañaba con los casos de muerte por causas naturales: cáncer, neumonía, nefritis. Pero los casos de muerte violenta y repentina...». Se preguntó si ese sería el mejor momento para hablar con Rush y llegó a la conclusión de que no habría otro mejor.
—¿Tienes unos minutos? —le preguntó en voz baja.
Rush lo miró.
—Deja que termine con esto y tome unas cuantas notas. Puedes esperar en mi despacho, si quieres.
Diez minutos más tarde, Rush entraba en el cubículo. Parecía más sereno, y el color había vuelto a sus mejillas.
—Perdona el retraso —dijo mientras se sentaba a su escritorio—. ¿Qué ocurre, Jeremy?
—He hablado con Jennifer —respondió Logan.
Rush se irguió.
—¿Ah, sí? ¿Y te habló de su experiencia?
—Básicamente la revivimos juntos.
Rush se lo quedó mirando un instante.
—En el Centro nunca la ha explicado con detalle. La verdad es que, teniendo en cuenta mi posición allí, resulta un tanto embarazoso.
—Creo que necesitaba hablar de ella con alguien completamente objetivo —dijo Logan—. Con alguien que tuviera experiencia en enfrentarse a cosas... fuera de lo normal.
Rush asintió.
—¿Qué puedes contarme?
—Supongo que antes de entrar en detalles con alguien, incluso contigo, debería contar con la autorización de Jennifer. Lo que puedo decirte es que la primera parte del viaje transcurrió según los cánones habituales. Sin embargo, la última, cuando estuvo al «otro lado» más tiempo que cualquier otro de tus pacientes, fue todo lo contrario. —Logan se interrumpió—. Fue... horrible. Aterrador. No me extraña que no quiera hablar de ello con nadie, y aún menos revivirlo.
—¿Aterrador? ¿De verdad? Teniendo en cuenta su reticencia, sospechaba que había habido algo desagradable, pero no imaginaba que... —Rush no acabó la frase—. Pobre Jen.
Durante un momento el despacho quedó en silencio. Logan estuvo a punto de decir: «Hay algo más. No sé por qué, pero la descripción que hace Jennifer de su experiencia al final me recuerda poderosamente a la maldición de Narmer». Sin embargo, era incapaz de explicar la razón; se trataba solo de una sensación, como un resto de comida entre los dientes que se resiste a desaparecer. No serviría de nada mencionarlo. De todas maneras, quizá, solo quizá, podía ayudar de otra manera. Se aclaró la garganta.
—Recomiendo encarecidamente que Jennifer no realice más sesiones. La alteran muchísimo e incluso es posible que la perjudiquen desde un punto de vista físico.
—Eso mismo le dije a Stone —repuso Rush—, y aceptó que solo realizara una o dos más. Quiere que le pregunte acerca de la tercera puerta y de lo que hay al otro lado; y también sobre a qué se refería cuando dijo aquello de que «lo que da la vida a los muertos y muerte a los vivos», aludiendo a la curiosa pintura hallada en la tumba.
—No me parece buena idea —insistió Logan—. Además, las sesiones a las que yo he asistido no han aportado nada sustancial.
—La verdad es que la última sí. Tina Romero ha estado estudiando las cosas que dijo y ha encontrado detalles interesantes en el contexto de lo poco que se conoce sobre la estabilidad de los textos egipcios antiguos.
—Tú me pediste que viera a Jennifer y yo estoy dándote mi consejo. —Logan sacó un DVD de su bolsa, lo dejó en la mesa y le dio un golpecito con el dedo—. Aquí están los datos del Centro que me proporcionaste. Los he estado estudiando.
—¿Y?
—Y me gustaría que me contestaras a una pregunta y que lo hicieras con sinceridad. ¿Jennifer se ha comportado de modo distinto desde su experiencia? ¿Es, en algún sentido, una persona cambiada?
Rush lo miró un momento, pero no respondió.
—No soy experto en la materia—prosiguió Logan—, pero basándome en esos archivos, en lo que tú mismo me has contado del cambio de tu relación con tu mujer y en lo que ella misma me ha contado..., no solo su experiencia cercana a la muerte fue muy distinta de la de otra gente, sino que me parece que su conducta posterior ha sido muy diferente de la del resto de los pacientes a los que habéis estudiado en el Centro.
Rush permaneció callado largo rato. Luego, por fin, dejó escapar un suspiro.
—No quería reconocerlo, ni siquiera ante mí mismo, pero es como dices. Ha cambiando algo más que nuestra relación.
—¿Podrías explicarme ese cambio?
—Es algo sutil. A veces creo que el que ve cosas que no existen soy yo, no ella. Pero parece... distante. Ausente. Antes era tan cálida y espontánea... Ya no la siento así.
—Eso no tiene por qué estar relacionado necesariamente con su experiencia —comentó Logan—. Podría tratarse del síntoma de una depresión.
—Jennifer nunca ha tenido una personalidad depresiva. Además, no es solo eso. —Rush hizo una pausa—. No sé cómo exponerlo. Parece como si hubiera perdido parte del núcleo moral y emotivo que tenía antes. Te pondré un ejemplo tonto: antes le encantaban las películas lacrimógenas, ponías un melodrama y acababa llorando a mares. Ahora ya no. Una de las primeras noches aquí proyectaron Amarga victoria, ese viejo clásico, y hasta alguno de los operarios más duros se emocionó con el final. Sin embargo, Jennifer permaneció como si tal cosa. Es como si las emociones no le... hicieran mella.
Cuando Logan volvió a hablar lo hizo en tono lento y reflexivo.
—Ethan, ya sabes que existen culturas que creen que, en las circunstancias adecuadas, una persona puede separarse de su espíritu interior.
—¿Su espíritu interior?
—Me refiero a esa fuerza vital intangible que nos conecta con este mundo y con el otro. Los bizantinos, los incas, ciertas tribus de Norteamérica, los rosacruces de la Ilustración, todos compartían más o menos la misma creencia en este sentido, y no eran los únicos.
Rush lo escuchó sin decir nada.
—Hacia el final de su experiencia cercana a la muerte, Jennifer mencionó que sentía una presión terrible. Utilizando sus mismas palabras, dijo que sentía «como si algo estuviera sorbiéndome la esencia misma de mi ser».
—¿Qué estás queriendo decirme, exactamente?
—No digo nada, solo estoy haciendo conjeturas. ¿No sería posible que tu mujer estuviera clínicamente muerta durante tanto tiempo que... perdiera una parte esencial de su espíritu humano?
Rush soltó una breve y sonora carcajada.
—¿Una parte de su espíritu? Jeremy, eso es una locura.
—¿Sí? Tengo intención de investigarlo un poco más, pero se podría argumentar que ese tipo de fenómenos justifica la necesidad de uno de los ritos de la Iglesia católica.
—Vaya. ¿Qué rito?
—El del exorcismo.
Un pesado silencio se adueñó de la estancia.
—¿Qué estás insinuando? —preguntó Rush al fin—. ¿Que Narmer no habla simplemente a través de Jennifer? ¿Que en esos tránsitos Narmer la posee?
—No sé lo que pasa en esos tránsitos —repuso Logan—. La verdad es que no creo que nadie lo sepa. Lo que sí sé es que puede ser peligroso.
Rush dejó escapar un profundo suspiro.
—Está bien. Solo haremos otra sesión para preguntar por la tercera puerta. Después me negaré a autorizar más.