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TINA asintió. Cogió la linterna con fuerza, dio un paso adelante e iluminó el negro vacío de la entrada de la tumba.
—¡Joder! —exclamó de inmediato al tiempo que retrocedía y el resto del grupo soltaba un grito ahogado.
En el interior de la tumba, a escasos centímetros de la abertura se alzaba una terrorífica estatua de piedra caliza que representaba a una criatura de más de dos metros de alto con cabeza de serpiente, cuerpo de león y brazos humanos. La figura estaba agachada, con los músculos en tensión, lista para abalanzarse sobre ellos. Había sido pintada con colores increíblemente vivos, brillantes todavía tras cinco mil años en la oscuridad. En lugar de ojos tenía incrustadas un par de cornalinas que relucían amenazadoramente a la luz de las linternas.
—Uf —dijo Tina, recuperada del susto—. Un guardián.
Se acercó a la inquietante estatua y la iluminó. A sus pies yacía un esqueleto humano con los restos de lo que había sido una lujosa vestimenta adheridos todavía a los huesos.
—Un centinela de la necrópolis —dijo Tina por la radio.
Rodeó con cuidado la estatua y se adentró en la cámara. Cada pisada levantaba pequeñas nubes de polvo. Al cabo de un momento, Stone la siguió, y después March, y a continuación Rush, que llevaba su equipo de análisis. Los operarios permanecieron en la plataforma. Logan fue el último en entrar; cruzó el muro de granito, rodeó la estatua y el esqueleto y accedió a la cámara propiamente dicha.
No era un espacio demasiado amplio, de no más de cuatro metros por tres, y se estrechaba ligeramente en la parte del fondo. El polvo dibujaba extrañas formas bajo los haces de las linternas. Las paredes aparecían enteramente cubiertas por azulejos de color turquesa que Logan supuso serían de cerámica. Su superficie estaba decorada con jeroglíficos primitivos e imágenes pintadas. El aire era muy frío y seco.
La tumba estaba llena de objetos funerarios cuidadosamente ordenados: varias sillas muy trabajadas y pintadas; una cama de madera dorada con dosel; varios ushabtis; numerosos objetos de alfarería; una caja forrada de oro y rebosante de amuletos, cuentas, joyas... Tina recorrió muy despacio la estancia mientras lo grababa todo en vídeo. March la seguía de cerca y de vez en cuando examinaba delicadamente alguna pieza con sus dedos enguantados. Rush manejaba sus analizadores. Stone permanecía cerca de la entrada, tomando nota mental de todo. Cuando alguien hablaba lo hacía en voz muy baja, casi reverencial. Era como si hasta entonces no hubieran sido del todo conscientes de lo que estaban haciendo: «Hemos entrado en la tumba de Narmer...».
Logan se quedó junto a Stone, observando. A pesar de su insistencia en acompañar al grupo, no había dejado de temer ese momento y de esperar que la fuerza maligna que había percibido se manifestara allí con más fuerza. Sin embargo, no notaba nada. Aunque no exactamente: parecía haber una presencia, pero era casi como si la tumba los estuviera observando, esperando, ganando tiempo...
¿Para qué? Logan lo ignoraba.
March apoyó la mano en la pared turquesa con un gesto que era casi una caricia.
—Este tubo de lava tiene que haberse formado con roca ígnea muy dura y cortante; sin embargo, la superficie es lisa como el cristal. Pensad en las horas de trabajo que eso significa con las rudimentarias herramientas de la época.
Tina se había detenido ante una larga hilera de altas vasijas de arcilla de color rojizo, perfectamente modeladas y con el borde de la boca ennegrecido.
—Este tipo de vasijas de boca negra eran muy comunes en la época de la unificación —dijo—. Nos serán muy útiles para la datación.
—La próxima vez que bajemos tomaré muestras para las pruebas de termoluminiscencia —dijo March.
Siguió un prolongado silencio mientras el grupo asimilaba todo lo que había a su alrededor.
—No veo el sarcófago —comentó Logan.
—En la primera cámara suele haber objetos domésticos —le explicó Stone—, cosas que el faraón podría necesitar en la próxima vida. El sarcófago tiene que estar en algún lugar más profundo, probablemente en la última cámara, pasada la tercera puerta. Es lo que el faraón más deseaba proteger y conservar en un estado inmaculado.
Tina se arrodilló ante un arcón de madera pintada y con ribetes de oro. Con un gesto delicado quitó el polvo de la tapa y la retiró lentamente. La luz de la linterna le descubrió que el interior estaba lleno de rollos de papiro cuidadosamente ordenados y en perfecto estado de conservación. Junto a ellos había dos hileras de tablillas esculpidas.
—Dios mío —susurró—. Pensad en la de historia que hay aquí...
Stone se había acercado a la cama con dosel. Era preciosa, y a la luz de las linternas parecía brillar con vida propia. Las trabajadas piezas que la componían estaban ensambladas con grandes pernos que parecían de oro.
—Fijaos en el dosel —dijo señalándolo con el dedo—. Esa pieza de madera dorada debe de pesar una tonelada. Sin embargo, se conserva perfectamente, como si la hubieran acabado ayer.
—Esto es raro —comentó March, que contemplaba una imagen pintada en una de las paredes.
En ella aparecían dos objetos extraños: uno tenía forma de caja y estaba rematado por una especie de vara rodeada por una espiral de color cobrizo; el otro era de color blanco, en forma de cuenco, y de sus bordes caían largos filamentos dorados. Los dos estaban rodeados de jeroglíficos.
—¿Qué pueden ser? —preguntó Stone.
Tina meneó la cabeza.
—Son únicos. Nunca había visto nada así. Nada ni remotamente parecido. Parecen herramientas, artefactos de algún tipo, pero no alcanzo a imaginar para qué podían servir.
—¿Y los jeroglíficos de alrededor?
Tina los examinó a la luz de la linterna.
—Parecen advertencias o imprecaciones. —Una pausa—. Tendré que estudiarlos detenidamente en el laboratorio.
Retrocedió y grabó las imágenes con la cámara de vídeo.
—Puede que sean únicos —dijo Logan entonces—, pero hay más.
Señalaba un relieve de la pared donde aparecía una figura masculina vista de lado y con la pierna izquierda adelantada, como era costumbre en el arte del Antiguo Egipto. Vestía finas prendas, por lo que sin duda se trataba de un personaje de gran importancia. Sin embargo, sorprendentemente, esos dos objetos aparecían representados sobre su cabeza: el que tenía forma de cuenco debajo y la caja con la vara arriba. Se hallaba rodeado de lo que parecían sumos sacerdotes.
—Vaya... —murmuró March.
—¿Qué crees que son? —preguntó Stone—. No pueden ser coronas.
—Quizá sea alguna clase de castigo —apuntó Logan.
—Sí, pero mira eso —dijo Tina, que señalaba algo que había grabado bajo la imagen—. Es un serej, lo cual significa que la figura es de rango real.
—¿Es el serej de Narmer? —preguntó Stone.
—Sí, pero ha sido alterado, como si lo hubieran borrado.
Lentamente, el grupo se acercó a la pared del fondo. Sus linternas jugaban sobre su superficie: otro muro de losas de granito pulido ensambladas con mortero. Una vez más, el sello de la necrópolis y el sello real aparecían intactos; sin embargo, a diferencia de los sellos de la primera puerta, estos estaban perfilados con lo que parecía ser oro macizo.
—La segunda puerta —dijo March en tono reverencial.
La contemplaron durante un momento, hasta que Stone rompió el silencio.
—Vamos a regresar a la estación para analizar lo que hemos encontrado. Haré que un grupo de ingenieros baje para que se aseguren de que esta cámara es estructuralmente segura. Y entonces... —Hizo una pausa y luego añadió con voz algo temblorosa—: Procederemos.