34
TINA asintió. Cogió la
linterna con fuerza, dio un paso adelante e iluminó el negro vacío
de la entrada de la tumba.
—¡Joder! —exclamó de inmediato al tiempo que
retrocedía y el resto del grupo soltaba un grito ahogado.
En el interior de la tumba, a escasos
centímetros de la abertura se alzaba una terrorífica estatua de
piedra caliza que representaba a una criatura de más de dos metros
de alto con cabeza de serpiente, cuerpo de león y brazos humanos.
La figura estaba agachada, con los músculos en tensión, lista para
abalanzarse sobre ellos. Había sido pintada con colores
increíblemente vivos, brillantes todavía tras cinco mil años en la
oscuridad. En lugar de ojos tenía incrustadas un par de cornalinas
que relucían amenazadoramente a la luz de las linternas.
—Uf —dijo Tina, recuperada del susto—. Un
guardián.
Se acercó a la inquietante estatua y la
iluminó. A sus pies yacía un esqueleto humano con los restos de lo
que había sido una lujosa vestimenta adheridos todavía a los
huesos.
—Un centinela de la necrópolis —dijo Tina
por la radio.
Rodeó con cuidado la estatua y se adentró en
la cámara. Cada pisada levantaba pequeñas nubes de polvo. Al cabo
de un momento, Stone la siguió, y después March, y a continuación
Rush, que llevaba su equipo de análisis. Los operarios
permanecieron en la plataforma. Logan fue el último en entrar;
cruzó el muro de granito, rodeó la estatua y el esqueleto y accedió
a la cámara propiamente dicha.
No era un espacio demasiado amplio, de no
más de cuatro metros por tres, y se estrechaba ligeramente en la
parte del fondo. El polvo dibujaba extrañas formas bajo los haces
de las linternas. Las paredes aparecían enteramente cubiertas por
azulejos de color turquesa que Logan supuso serían de cerámica. Su
superficie estaba decorada con jeroglíficos primitivos e imágenes
pintadas. El aire era muy frío y seco.
La tumba estaba llena de objetos funerarios
cuidadosamente ordenados: varias sillas muy trabajadas y pintadas;
una cama de madera dorada con dosel; varios ushabtis; numerosos
objetos de alfarería; una caja forrada de oro y rebosante de
amuletos, cuentas, joyas... Tina recorrió muy despacio la estancia
mientras lo grababa todo en vídeo. March la seguía de cerca y de
vez en cuando examinaba delicadamente alguna pieza con sus dedos
enguantados. Rush manejaba sus analizadores. Stone permanecía cerca
de la entrada, tomando nota mental de todo. Cuando alguien hablaba
lo hacía en voz muy baja, casi reverencial. Era como si hasta
entonces no hubieran sido del todo conscientes de lo que estaban
haciendo: «Hemos entrado en la tumba de Narmer...».
Logan se quedó junto a Stone, observando. A
pesar de su insistencia en acompañar al grupo, no había dejado de
temer ese momento y de esperar que la fuerza maligna que había
percibido se manifestara allí con más fuerza. Sin embargo, no
notaba nada. Aunque no exactamente: parecía haber una presencia,
pero era casi como si la tumba los estuviera observando, esperando,
ganando tiempo...
¿Para qué? Logan lo ignoraba.
March apoyó la mano en la pared turquesa con
un gesto que era casi una caricia.
—Este tubo de lava tiene que haberse formado
con roca ígnea muy dura y cortante; sin embargo, la superficie es
lisa como el cristal. Pensad en las horas de trabajo que eso
significa con las rudimentarias herramientas de la época.
Tina se había detenido ante una larga hilera
de altas vasijas de arcilla de color rojizo, perfectamente
modeladas y con el borde de la boca ennegrecido.
—Este tipo de vasijas de boca negra eran muy
comunes en la época de la unificación —dijo—. Nos serán muy útiles
para la datación.
—La próxima vez que bajemos tomaré muestras
para las pruebas de termoluminiscencia —dijo March.
Siguió un prolongado silencio mientras el
grupo asimilaba todo lo que había a su alrededor.
—No veo el sarcófago —comentó Logan.
—En la primera cámara suele haber objetos
domésticos —le explicó Stone—, cosas que el faraón podría necesitar
en la próxima vida. El sarcófago tiene que estar en algún lugar más
profundo, probablemente en la última cámara, pasada la tercera
puerta. Es lo que el faraón más deseaba proteger y conservar en un
estado inmaculado.
Tina se arrodilló ante un arcón de madera
pintada y con ribetes de oro. Con un gesto delicado quitó el polvo
de la tapa y la retiró lentamente. La luz de la linterna le
descubrió que el interior estaba lleno de rollos de papiro
cuidadosamente ordenados y en perfecto estado de conservación.
Junto a ellos había dos hileras de tablillas esculpidas.
—Dios mío —susurró—. Pensad en la de
historia que hay aquí...
Stone se había acercado a la cama con dosel.
Era preciosa, y a la luz de las linternas parecía brillar con vida
propia. Las trabajadas piezas que la componían estaban ensambladas
con grandes pernos que parecían de oro.
—Fijaos en el dosel —dijo señalándolo con el
dedo—. Esa pieza de madera dorada debe de pesar una tonelada. Sin
embargo, se conserva perfectamente, como si la hubieran acabado
ayer.
—Esto es raro —comentó March, que
contemplaba una imagen pintada en una de las paredes.
En ella aparecían dos objetos extraños: uno
tenía forma de caja y estaba rematado por una especie de vara
rodeada por una espiral de color cobrizo; el otro era de color
blanco, en forma de cuenco, y de sus bordes caían largos filamentos
dorados. Los dos estaban rodeados de jeroglíficos.
—¿Qué pueden ser? —preguntó Stone.
Tina meneó la cabeza.
—Son únicos. Nunca había visto nada así.
Nada ni remotamente parecido. Parecen herramientas, artefactos de
algún tipo, pero no alcanzo a imaginar para qué podían
servir.
—¿Y los jeroglíficos de alrededor?
Tina los examinó a la luz de la
linterna.
—Parecen advertencias o imprecaciones. —Una
pausa—. Tendré que estudiarlos detenidamente en el
laboratorio.
Retrocedió y grabó las imágenes con la
cámara de vídeo.
—Puede que sean únicos —dijo Logan
entonces—, pero hay más.
Señalaba un relieve de la pared donde
aparecía una figura masculina vista de lado y con la pierna
izquierda adelantada, como era costumbre en el arte del Antiguo
Egipto. Vestía finas prendas, por lo que sin duda se trataba de un
personaje de gran importancia. Sin embargo, sorprendentemente, esos
dos objetos aparecían representados sobre su cabeza: el que tenía
forma de cuenco debajo y la caja con la vara arriba. Se hallaba
rodeado de lo que parecían sumos sacerdotes.
—Vaya... —murmuró March.
—¿Qué crees que son? —preguntó Stone—. No
pueden ser coronas.
—Quizá sea alguna clase de castigo —apuntó
Logan.
—Sí, pero mira eso —dijo Tina, que señalaba
algo que había grabado bajo la imagen—. Es un serej, lo cual
significa que la figura es de rango real.
—¿Es el serej de Narmer? —preguntó
Stone.
—Sí, pero ha sido alterado, como si lo
hubieran borrado.
Lentamente, el grupo se acercó a la pared
del fondo. Sus linternas jugaban sobre su superficie: otro muro de
losas de granito pulido ensambladas con mortero. Una vez más, el
sello de la necrópolis y el sello real aparecían intactos; sin
embargo, a diferencia de los sellos de la primera puerta, estos
estaban perfilados con lo que parecía ser oro macizo.
—La segunda puerta —dijo March en tono
reverencial.
La contemplaron durante un momento, hasta
que Stone rompió el silencio.
—Vamos a regresar a la estación para
analizar lo que hemos encontrado. Haré que un grupo de ingenieros
baje para que se aseguren de que esta cámara es estructuralmente
segura. Y entonces... —Hizo una pausa y luego añadió con voz algo
temblorosa—: Procederemos.