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LOGAN vaciló un instante. No
estaba seguro de haber entendido. Stone se limitaba a mirarlo
fijamente mientras sostenía la taza con expresión
inescrutable.
Logan alargó el brazo hacia el posavasos, se
quedó quieto un segundo y después lo cogió con cuidado. Cuando lo
tuvo entre los dedos se dio cuenta de que no estaba hecho de
terracota, sino que era una delgada lámina de piedra caliza con los
bordes muy descascarillados. Le dio la vuelta y vio que tenía
grabados varios pictogramas con tinta de color marrón claro.
—Como comprenderá, no se trata del original
sino de una copia exacta —dijo Stone—. ¿Sabe qué es?
Logan lo hizo girar y lo sopesó.
—Parece un ostracón.
—¡Bravo! —exclamó Stone, que se volvió hacia
Rush—. Ethan, este hombre me impresiona más cada minuto que pasa.
—Miró de nuevo a Logan—. Si sabe que es un ostracón, sabrá para qué
servían.
—Los ostracones son fragmentos de piedra,
cerámica, terracota, cualquier cosa que sirviera para escribir algo
sin importancia. La versión antigua de nuestra libreta de
notas.
—Exacto. Y hay que resaltar lo de «sin
importancia». Podían ser recibos o listas de la compra. Por eso yo
lo he utilizado como posavasos. Un toque teatral que me sirve para
subrayar lo que quiero decir. Para una persona como Flinders
Petrie, los ostracones eran algo de lo más corriente, solo
resultaban interesantes si podían arrojar alguna luz sobre la vida
cotidiana en la antigüedad, de lo contrario carecían de
importancia.
—Por eso Petrie no se había fijado antes en
este. —Logan observó la descolorida inscripción. Había un total de
cuatro pictogramas, muy rayados y descoloridos—. No sé casi nada de
jeroglíficos. ¿Por qué son tan especiales estos?
—Le daré la versión corta. ¿Ha oído hablar
del rey Narmer?
Logan lo pensó un momento.
—¿No fue el faraón que, según muchos
eruditos, unificó Egipto?
—Así es. Antes de que Narmer entrara en
escena había dos reinos: el Alto Egipto y el Bajo Egipto. Por Alto
Egipto se entiende Nilo arriba, en el sur. Cada reino tenía su rey.
Los reyes del Alto Egipto llevaban una corona blanca de forma
oblonga, mientras que los del Bajo Egipto llevaban una corona roja
con una especie de pico en la parte de atrás. Alrededor del año
3200 a. C., Narmer, rey del Alto Egipto, invadió el norte, mató al
rey del Bajo Egipto y unificó el país: se convirtió en el único
faraón del imperio. En mi opinión fue el primer rey-dios de una
larga dinastía. ¿Quién sabe?, tal vez solo un dios fuera capaz de
unir los dos reinos. Se creía que tenía poder tanto sobre la vida
como sobre la muerte. —Stone hizo una pausa—. Sea como fuere,
unificó algo más: las coronas de ambos reinos. Como sabrá, doctor
Logan, la corona de los faraones egipcios era un símbolo
fundamental de su poder. Narmer lo sabía, desde luego, así que tras
la unificación de ambos reinos adoptó una nueva corona, una fusión
de la blanca y la roja, símbolo de su dominio del Alto y el Bajo
Egipto. Y durante los tres mil años que siguieron todos los
faraones hicieron lo mismo.
Stone apuró su taza de café y la dejó a un
lado.
—Pero volvamos a Narmer. La unificación de
Egipto fue inmortalizada en una gran tablilla que ilustraba la
derrota de su rival. Los eruditos consideran que la llamada Paleta
de Narmer es el primer documento histórico del mundo. En ella
aparece la primera representación que se conoce de los reyes
egipcios y también contiene una serie de jeroglíficos primitivos y
muy característicos.
Stone alargó la mano, y Logan le entregó el
fragmento de piedra.
—Lo que Petrie vio en este ostracón eran
jeroglíficos que databan de ese período tan antiguo. Como ha podido
comprobar, hay cuatro en total. —Stone los señaló con su huesudo
dedo.
—¿Qué dicen? —quiso saber Logan.
—Comprenderá que me muestre un tanto
reticente en cuanto a los detalles. Digamos que lo que tenemos aquí
no es una lista de la compra sin importancia. Más bien lo
contrario. Este ostracón es la clave del mayor, y he dicho «el
mayor», secreto arqueológico de la historia. Nos dice qué se llevó
el faraón Narmer consigo en su viaje al más allá.
—¿Se refiere a que es una lista de lo que se
enterró en su tumba?
Stone asintió.
—Pero hay un problema. La tumba de Narmer,
una triste cámara doble en la ciudad de Abidos, conocida como Umm
el-Qua’ab, no contenía nada de lo indicado en el ostracón.
—¿Entonces...? —Logan se interrumpió
brevemente—. ¿Me está diciendo que la tumba que conocemos no es una
tumba?
—Oh, es una tumba, sí. Pero no es «la»
tumba. Puede que se trate de un ejemplo primitivo de cenotafio, de
una tumba simbólica más que de la auténtica. Sin embargo, yo
prefiero considerarla una trampa, un engaño para despistarnos.
Cuando Flinders Petrie vio este ostracón comprendió que... Bueno,
fue la razón de que lo abandonara todo en el acto y arriesgara su
salud, su seguridad y su fortuna en el intento de hallar la
verdadera tumba de Narmer.
Logan reflexionó.
—Pero ¿qué podía tener tanto valor como
para...?
Stone alzó la mano para interrumpirlo.
—Eso no se lo diré. Pero cuando conozca la
ubicación de la tumba, y eso es algo que dejaré que le explique el
doctor Rush, comprenderá por qué estamos convencidos de su
trascendental importancia, y eso aunque no supiéramos lo que
contiene.
Stone se inclinó hacia delante y juntó las
yemas de los dedos.
—Señor Logan, mis métodos son inusuales. Y
eso le implica también a usted. Cuando emprendo un nuevo proyecto
dedico la mayor parte del tiempo y al menos la mitad del
presupuesto a los preparativos. Investigo cualquier posible camino
que pueda conducirme al éxito y reúno tantos datos e información
como puedo antes de que el primer pico reviente el suelo, de modo
que no le sorprenderá saber que, desde el momento en que este
ostracón y su mensaje llegaron a mis manos, di luz verde al
proyecto. Es más, se convirtió en mi principal prioridad.
Se echó hacia atrás y miró a Rush.
El médico habló entonces por primera
vez.
—Hemos triunfado donde Petrie fracasó.
Estamos triangulando la posición de la tumba. Todo está preparado y
en su sitio. Los trabajos han empezado ya.
—Y avanzan deprisa —añadió Stone—. El tiempo
apremia.
Logan cambió de posición en su silla. Seguía
intentando asimilar la enormidad de ese descubrimiento.
—Se enteraron de la existencia de esa tumba.
Saben dónde está. Han empezado las excavaciones. Entonces ¿para qué
me necesitan?
—Preferiría que eso lo descubriera usted
mismo, sobre el terreno. No deseo influir de ninguna manera en su
forma de pensar ni en sus opiniones. Digamos simplemente que han
surgido complicaciones que entran de lleno en su
especialidad.
—En otras palabras, algo extraño, quizá
inexplicable y probablemente aterrador está ocurriendo en la
excavación. Algo como una maldición.
—¿Acaso no hay siempre una maldición?
—repuso tranquilamente Stone.
Sus palabras fueron recibidas con absoluto
silencio.
Al cabo de un rato, Stone continuó:
—Es necesario analizar y comprender esas
«complicaciones» para hacerles frente. Ethan le dará más datos de
camino a la excavación.
—¿Dónde está, exactamente?
—Eso, mi querido doctor, puede que sea lo
más extraño de esta extraña historia. Pero ya basta de
antecedentes. —Stone se levantó y le estrechó la mano. Su apretón
fue leve y frío—. Ha sido un placer conocerlo. Ethan se ocupará de
usted a partir de ahora. Tiene plena confianza en su talento y,
después de haberlo conocido, debo decir que yo también.
Aquellas palabras eran la señal inequívoca
de que la reunión había terminado. Logan se levantó y dio media
vuelta para marcharse.
—Una cosa más, doctor Logan.
Logan se volvió.
—Trabaje deprisa. Muy deprisa.