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LA sala de comunicaciones se
hallaba en lo más profundo del sector Rojo, al final del pasillo de
la subestación eléctrica donde Perlmutter había recibido la
descarga que por poco acaba con su vida. Era un espacio
relativamente pequeño, abarrotado de aparatos eléctricos cuya
función constituía un misterio para Logan.
Jerry Fontaine, el responsable de
comunicaciones, era un tipo corpulento, vestido con un viejo
pantalón de loneta y una camisa de manga corta, que no daba un
momento de descanso al pañuelo de algodón blanco que llevaba en la
mano derecha: o lo estrujaba en su manaza o lo utilizaba para
enjugarse el sudor que le perlaba constantemente la frente.
—¿Cómo se encuentra Perlmutter? —le preguntó
Logan mientras sacaba su libreta de notas y se sentaba en la única
silla libre.
—El médico dice que mañana podrá volver a
trabajar, gracias a Dios —respondió Fontaine.
Logan extrajo una carpeta de su bolsa y la
abrió.
—Hábleme de esos extraños fenómenos que ha
observado, por favor.
El jefe de comunicaciones se enjugó de nuevo
la frente.
—Ya es la segunda vez que pasa, y siempre es
por la noche, tarde. De repente oigo que los aparatos se ponen en
marcha, con sus pitidos y sus luces parpadeantes, aunque deberían
estar apagados. Esta sala únicamente opera de día.
—¿Cómo es eso? —preguntó Logan.
—Porque solo estamos Perlmutter y yo para
ocuparnos de ella. En realidad funciona como una especie de oficina
de telégrafo a las órdenes de Stone. Todas las peticiones para
búsquedas en internet y de llamadas a la oficina principal deben
pasar por nosotros. Por la noche no funciona nada salvo en caso de
emergencia.
«Stone y su habitual secretismo», se dijo
Logan.
—¿Qué aparatos son exactamente los que se
ponen en marcha a deshoras?
—Uno de los teléfonos por satélite.
—¿Uno de los teléfonos por satélite, dice?
¿Es que hay más de uno?
Fontaine asintió.
—Tenemos dos: un NNR GlobalEye, para el
satélite geosincrónico, y el LEO.
—¿El LEO?
—Low Earth Orbit. Un Terrastar. Cubre la
banda de alta frecuencia.
Logan lo anotó en su libreta.
—¿Y cuál oyó que se encendía?
—El que comunica con el LEO.
Logan contempló los indescifrables equipos
plagados de botones.
—¿Podría mostrármelo?
Fontaine señaló un aparato montado en una
estantería justo a su lado. Era de metal y disponía de un teclado
integrado y de un intercomunicador. Logan sacó su detector de
ionización, lo sostuvo frente al equipo y examinó la lectura.
—¿Qué hace? —quiso saber Fontaine.
—Compruebo una cosa.
La lectura era normal, así que Logan guardó
el detector y miró a Fontaine.
—Cuénteme más, por favor.
Fontaine volvió a enjugarse el sudor.
—La primera vez fue, a ver..., hará unas dos
semanas. Había olvidado algo en la sala de comunicaciones y vine a
buscarlo antes de irme a dormir. El LEO pitaba y emitía un montón
de ruidos electrónicos.
—¿Qué hora era?
—La una y media de la mañana.
Logan lo anotó.
—Siga.
—La segunda vez fue anteanoche. Como
Perlmutter está en el hospital, no me queda más remedio que
encargarme de todo. Tenía mucho trabajo atrasado, de manera que
vine después de la cena para ponerme al día. Tardé más tiempo del
que esperaba. Estaba anotando las últimas entradas cuando volvió a
sonar ese maldito pitido y el LEO se despertó. Me llevé un susto de
muerte, se lo aseguro.
—¿A qué hora fue eso?
Fontaine lo pensó un momento.
—Alrededor de la una y media. Como la
primera vez.
«Demasiado puntual para que se trate de un
gremlin eléctrico», pensó Logan.
—¿Cómo funciona exactamente ese
teléfono?
—Es bastante sencillo. Se establece conexión
con el satélite y se comprueba el flujo de subida y el de bajada. A
partir de ahí depende de lo que esté transmitiendo. Ya sabe,
digital o analógico, mensajes de voz, páginas URL, correo
electrónico o lo que sea.
—Deduzco, por lo que me está contando, que
el teléfono no tiene incorporado un reloj, es decir, que no puede
activarse a una hora concreta para enviar o recibir mensajes.
Fontaine asintió.
—¿Lleva usted un registro de todas las
llamadas realizadas con ese teléfono?
—Desde luego. El señor Stone insiste en que
todo quede registrado: quién solicitó la transmisión, adónde se
envió y su contenido. —Se volvió y dio una palmada al montón de
carpetas que tenía a su espalda.
—¿Y el teléfono tiene su propio registro
interno?
—Sí, en una memoria RAM. Para borrarla hay
que hacerlo desde el panel principal.
—¿Cuándo fue la última vez que se
borró?
—No se ha borrado, al menos desde que la
excavación se puso en marcha. Se necesita una contraseña para
hacerlo. —Fontaine frunció el entrecejo—. ¿No creerá que...?
—Lo que creo —dijo Logan en voz baja— es que
deberíamos echar un vistazo a ese registro interno. Ahora.