36

 

 

 

 

 

LA sala de comunicaciones se hallaba en lo más profundo del sector Rojo, al final del pasillo de la subestación eléctrica donde Perlmutter había recibido la descarga que por poco acaba con su vida. Era un espacio relativamente pequeño, abarrotado de aparatos eléctricos cuya función constituía un misterio para Logan.
Jerry Fontaine, el responsable de comunicaciones, era un tipo corpulento, vestido con un viejo pantalón de loneta y una camisa de manga corta, que no daba un momento de descanso al pañuelo de algodón blanco que llevaba en la mano derecha: o lo estrujaba en su manaza o lo utilizaba para enjugarse el sudor que le perlaba constantemente la frente.
—¿Cómo se encuentra Perlmutter? —le preguntó Logan mientras sacaba su libreta de notas y se sentaba en la única silla libre.
—El médico dice que mañana podrá volver a trabajar, gracias a Dios —respondió Fontaine.
Logan extrajo una carpeta de su bolsa y la abrió.
—Hábleme de esos extraños fenómenos que ha observado, por favor.
El jefe de comunicaciones se enjugó de nuevo la frente.
—Ya es la segunda vez que pasa, y siempre es por la noche, tarde. De repente oigo que los aparatos se ponen en marcha, con sus pitidos y sus luces parpadeantes, aunque deberían estar apagados. Esta sala únicamente opera de día.
—¿Cómo es eso? —preguntó Logan.
—Porque solo estamos Perlmutter y yo para ocuparnos de ella. En realidad funciona como una especie de oficina de telégrafo a las órdenes de Stone. Todas las peticiones para búsquedas en internet y de llamadas a la oficina principal deben pasar por nosotros. Por la noche no funciona nada salvo en caso de emergencia.
«Stone y su habitual secretismo», se dijo Logan.
—¿Qué aparatos son exactamente los que se ponen en marcha a deshoras?
—Uno de los teléfonos por satélite.
—¿Uno de los teléfonos por satélite, dice? ¿Es que hay más de uno?
Fontaine asintió.
—Tenemos dos: un NNR GlobalEye, para el satélite geosincrónico, y el LEO.
—¿El LEO?
—Low Earth Orbit. Un Terrastar. Cubre la banda de alta frecuencia.
Logan lo anotó en su libreta.
—¿Y cuál oyó que se encendía?
—El que comunica con el LEO.
Logan contempló los indescifrables equipos plagados de botones.
—¿Podría mostrármelo?
Fontaine señaló un aparato montado en una estantería justo a su lado. Era de metal y disponía de un teclado integrado y de un intercomunicador. Logan sacó su detector de ionización, lo sostuvo frente al equipo y examinó la lectura.
—¿Qué hace? —quiso saber Fontaine.
—Compruebo una cosa.
La lectura era normal, así que Logan guardó el detector y miró a Fontaine.
—Cuénteme más, por favor.
Fontaine volvió a enjugarse el sudor.
—La primera vez fue, a ver..., hará unas dos semanas. Había olvidado algo en la sala de comunicaciones y vine a buscarlo antes de irme a dormir. El LEO pitaba y emitía un montón de ruidos electrónicos.
—¿Qué hora era?
—La una y media de la mañana.
Logan lo anotó.
—Siga.
—La segunda vez fue anteanoche. Como Perlmutter está en el hospital, no me queda más remedio que encargarme de todo. Tenía mucho trabajo atrasado, de manera que vine después de la cena para ponerme al día. Tardé más tiempo del que esperaba. Estaba anotando las últimas entradas cuando volvió a sonar ese maldito pitido y el LEO se despertó. Me llevé un susto de muerte, se lo aseguro.
—¿A qué hora fue eso?
Fontaine lo pensó un momento.
—Alrededor de la una y media. Como la primera vez.
«Demasiado puntual para que se trate de un gremlin eléctrico», pensó Logan.
—¿Cómo funciona exactamente ese teléfono?
—Es bastante sencillo. Se establece conexión con el satélite y se comprueba el flujo de subida y el de bajada. A partir de ahí depende de lo que esté transmitiendo. Ya sabe, digital o analógico, mensajes de voz, páginas URL, correo electrónico o lo que sea.
—Deduzco, por lo que me está contando, que el teléfono no tiene incorporado un reloj, es decir, que no puede activarse a una hora concreta para enviar o recibir mensajes.
Fontaine asintió.
—¿Lleva usted un registro de todas las llamadas realizadas con ese teléfono?
—Desde luego. El señor Stone insiste en que todo quede registrado: quién solicitó la transmisión, adónde se envió y su contenido. —Se volvió y dio una palmada al montón de carpetas que tenía a su espalda.
—¿Y el teléfono tiene su propio registro interno?
—Sí, en una memoria RAM. Para borrarla hay que hacerlo desde el panel principal.
—¿Cuándo fue la última vez que se borró?
—No se ha borrado, al menos desde que la excavación se puso en marcha. Se necesita una contraseña para hacerlo. —Fontaine frunció el entrecejo—. ¿No creerá que...?
—Lo que creo —dijo Logan en voz baja— es que deberíamos echar un vistazo a ese registro interno. Ahora.