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RUSH se inclinó hacia
delante.
—¿Has oído hablar del Sudd?
—Me suena de algo —dijo Logan tras pensarlo
un momento.
—La gente cree que el Nilo no es más que un
río muy ancho que serpentea sin encontrar demasiados obstáculos a
través de África. Nada más lejos de la verdad. Los primeros
exploradores, Burton, Livingstone y los demás, tomaron conciencia
de ello por las malas cuando se toparon con el Sudd. Creo que
deberías echar un vistazo a esto. —Rush señaló un libro que había
en una mesita auxiliar—. Describe el lugar mucho mejor de lo que
pueda hacerlo yo.
Logan no se había fijado en el libro. Lo
cogió y vio que se trataba de El Nilo
Blanco, de Alan Moorehead. Era una historia de la exploración
del río; recordaba haber hojeado un ejemplar de niño.
Logan pasó las hojas, encontró la indicada y
empezó a leer mientras el salón vibraba a su alrededor.
El Nilo... es una
corriente difícil. Atraviesa el desierto a lo largo de un curso
ancho y bastante regular. [Pero al final] el río gira hacia el
oeste, el aire se hace más húmedo y las orillas más verdes.
Constituye el primer aviso del gran obstáculo del Sudd que espera
más adelante. En el mundo no hay marisma más formidable que el
Sudd. El Nilo se pierde en un vasto mar de juncales de papiro y
vegetación descompuesta, y en ese fétido calor surge un brote de
vida tropical que no ha cambiado gran cosa desde el inicio del
mundo. Resulta tan primitivo y hostil para el hombre como el Mar de
los Sargazos. [La] región no es ni agua ni tierra. Año tras año, la
corriente no cesa de arrastrar más vegetación flotante y la agrupa
en compactos montones que llegan a alcanzar los seis metros de
espesor y son tan sólidos que hasta un elefante podría caminar por
ellos; pero después estos restos se resquebrajan en forma de islas
y se forman de nuevo en otro sitio. Es un proceso que se repite
eternamente en miles de formas imposibles de diferenciar. Aquí no
se puede decir que exista un presente y aun menos un pasado, salvo
en las ocasionales islas de terreno duro en las que ningún hombre,
ni siquiera el más salvaje, ha vivido ni podría vivir por la
desolación de cieno y cañas flotantes. Aquí florecen en loca
abundancia las formas de vida más bajas; pero, para el hombre, el
Sudd solo contiene la amenaza del hambre, las enfermedades y la
muerte.
Logan dejó el libro a un lado.
—Dios mío, ¿existe realmente un lugar así?
—preguntó.
—Desde luego que existe. Lo verás antes de
que oscurezca. —Rush cambió de postura en el banco—. Imagina, una
región de miles de kilómetros cuadrados que en realidad no es tanto
una marisma como un laberinto de cañizales de papiro, troncos
empapados de agua y barro; barro por todas partes, un barro más
traicionero que las arenas movedizas. El Sudd no es profundo. Como
mucho no tendrá más de diez o doce metros en algunos sitios, pero,
además de que la vegetación submarina forma un compacto y terrible
entramado, el agua tiene tanto limo que los buzos no alcanzan a ver
más allá de sus gafas. Las aguas están llenas de cocodrilos durante
el día, y por la noche el aire está plagado de mosquitos. Los
primeros exploradores renunciaron a cruzarlo y acabaron por
rodearlo. Es posible que en la actualidad el Sudd no sea tan
impenetrable como en la época de Moorehead, pero no es un paseo. Se
halla en un amplio valle poco profundo. Y todos los años se
extiende. Solo un poco, pero se extiende. Es como un ser vivo. Por
eso necesitamos una embarcación tan estrecha. Intentar atravesar el
Sudd es como pasar una aguja a través de la corteza de un árbol.
Todos los días un helicóptero hace un vuelo de reconocimiento y
traza un mapa de las cambiantes corrientes y de los nuevos caminos
que se abren. Y esas rutas se modifican diariamente.
—Entonces, esta embarcación funciona como
una especie de rompehielos —comentó Logan. Estaba pensando en los
extraños equipos que había visto en la proa.
Rush asintió.
—Al tener poco calado nos permite evitar los
obstáculos que hay bajo el agua, y la hélice de popa brinda el
empuje suficiente para pasar por los lugares más angostos.
—Tienes razón —dijo Logan—. Suena como el
infierno en la tierra. Pero ¿por qué nos...? —Se interrumpió—. Oh,
no.
Rush asintió de nuevo.
—Oh, sí.
—Santo cielo... —Logan se quedó callado un
momento—. O sea que la tumba de Narmer está en el Sudd. Pero ¿por
qué?
—¿Recuerdas lo que dijo Stone? Piénsalo.
Narmer se tomó muchas molestias para ocultar la ubicación de su
tumba. De hecho, salió de Egipto y se internó en Nubia, más allá de
las seis cataratas del Nilo, lo cual era un viaje peligroso por
tierras hostiles. Teniendo en cuenta que estamos hablando del
principio de la historia egipcia, del período arcaico de la Primera
Dinastía, es un logro equiparable a la Gran Pirámide. Y no solo
eso, Narmer es el único faraón que no fue enterrado en Egipto. Como
sabrás, todos lo faraones debían descansar en suelo egipcio.
Logan asintió.
—Por eso Egipto nunca colonizó.
—Teniendo en cuenta todo esto, Jeremy, todo
ese increíble esfuerzo, gasto y riesgo, ¿de verdad crees que es
probable que la tumba de Narmer no contenga nada de valor?
—Pero una marisma impenetrable... —Logan
meneó la cabeza—. Piensa en la logística que supone la construcción
de una tumba... y más para una cultura primitiva y en una región
hostil.
—Esa es precisamente la diabólica belleza de
esta historia. ¿Recuerdas que te he dicho que el Sudd se extiende
un poco cada año? Narmer lo sabía. Pudo haber construido su tumba
en lo que por aquel entonces era el límite del Sudd y mantener su
ubicación en secreto. Hay una vasta red de cuevas volcánicas debajo
de la superficie del valle del Sudd. Tras la muerte del faraón, la
expansión de la marisma ocultó todo rastro de la tumba. La
naturaleza hizo el trabajo por él. —En el rostro de Rush apareció
una expresión de preocupación—. Casi demasiado bien.
—¿A qué te refieres?
—Ya oíste a Stone. La excavación está en
marcha y funciona como un reloj. Los expertos están en sus puestos,
los técnicos, los arqueólogos, los mecánicos y el resto. Pero...
—Vaciló—. Pero la localización exacta de la tumba ha sido un poco
más difícil de hallar de lo que los expertos de Stone habían
previsto. —Rush suspiró—. Por un lado, hay que obrar con
discreción, por supuesto, como siempre, aunque no tanto como en una
excavación normal. Por otro lado, es la peor época del año: la
temporada de las lluvias. Lo que hace que el Sudd sea un lugar
mucho más difícil, desagradable e insalubre para trabajar.
Logan recordó las palabras de Stone: «El
tiempo apremia».
—¿Y por qué ese ritmo frenético? ¿Por qué no
esperar hasta la temporada seca? La tumba lleva allí cinco mil
años, ¿por qué no otros seis meses?
Por toda respuesta, Rush se levantó y le
indicó con un gesto que lo siguiera fuera del salón. Salieron a
cubierta y caminaron con cuidado hacia proa. El sol se ponía en el
horizonte. La implacable bola blanca se había convertido en un
disco furiosamente naranja. El Nilo se extendía en grandes ondas
desde la proa. Los gritos de las aves acuáticas daban paso a
extraños chillidos procedentes de las orillas.
Rush señaló a lo lejos. Logan miró al frente
y vio una serie de colinas que se alzaban a ambos lados del río y
se ensanchaban para formar un gigantesco anfiteatro delante de
ellos que se perdía en la distancia.
—¿Ves eso? —preguntó Rush—. Más allá está la
presa de Af’ayalah. Falta poco para que la terminen. Dentro de
cinco meses, todo esto, todo este territorio dejado de la mano de
Dios, quedará cubierto por las aguas.
Logan recorrió el horizonte con la mirada.
Por fin entendía el porqué de tanta prisa.
Mientras contemplaba la superficie del río
con aire pensativo se fijó en la vegetación que flotaba en la
corriente. Al principio, simples juncos sueltos de papiro. Pero más
adelante los juncos atrapados en los montículos de barro que
surgían del fondo como volcanes en miniatura empezaban a formar
pequeñas islas.
—La presa nos proporciona una estupenda
tapadera —continuó Rush—. Nos hacemos pasar por un equipo de
investigadores que está estudiando el ecosistema y documentándolo
antes de que desaparezca para siempre. Pero ese engaño nos cuesta
un montón de dinero, y cuanto más dura, más difícil resulta
mantenerlo.
La embarcación aminoró la marcha a medida
que los obstáculos se hacían más numerosos. Logan vio grandes
troncos trabados unos con otros como en titánica lucha; musgo y
cañas putrefactas colgaban de ellos como telas de araña. Un ligero
hedor a vegetación en descomposición empezó a flotar en el aire.
Una puerta de la superestructura se abrió y salieron dos
tripulantes; cada uno de ellos llevaba un extraño artilugio,
parecido a un arpón, conectado a unas mangueras neumáticas. Se
situaron en las plataformas que sobresalían por encima del agua a
ambos lados de la proa, con los dispositivos preparados.
De repente, un foco se encendió en el
castillo de proa y proyectó un surrealista rayo de luz azul por
encima de la proa. La turbina aumentó de revoluciones. Había
empezado a caer una ligera llovizna. La vegetación era cada vez más
densa. Una alfombra impenetrable de hierbajos, papiro, ramas y
barro viscoso los rodeaba por todos lados. Los hombres de la proa
utilizaban sus artilugios neumáticos para apartar con violencia los
troncos más pesados y las placas de fibrosa vegetación. Las
máquinas hacían un desagradable ruido de aire comprimido. Un poco
más adelante, en el estrecho canal por donde avanzaba la
embarcación, Logan vio una pequeña luz que flotaba en la superficie
y lanzaba destellos. El foco del barco la iluminó, y uno de los
tripulantes la recogió al pasar.
—El helicóptero de reconocimiento deja caer
balizas cuando sobrevuela un nuevo camino en este infierno —explicó
Rush—. Es la única manera de que nuestras embarcaciones puedan
pasar.
Navegaban lentamente entre una maraña cada
vez más densa de troncos y cañas. Los ruidos que provenían de las
orillas —suponiendo que las hubiera en aquel cenagal— habían cesado
por completo. Era como si los rodeara una infinita exuberancia
vegetal medio descompuesta que formaba un enredo colosal.
Permanecieron en la proa, sin hablar, mientras la embarcación
seguía las balizas. Cada poco, Logan tenía la impresión de que
habían llegado a un callejón sin salida, pero, tras un brusco giro,
la fétida maraña se abría de nuevo. Con frecuencia, la embarcación
se valía de la superestructura para apartar a los lados la
rezumante espesura.
En cierto momento llegaron a un punto donde
parecía que no se podía avanzar. En el puente de mando, Plowright
aumentó la potencia de las turbinas. La embarcación se levantó
físicamente del agua y se abrió paso por la compacta superficie
—veinte, cuarenta metros—, con el sonido horrible de los rasponazos
contra el fondo del casco. Logan comprendió entonces el porqué del
sistema motriz: la enorme hélice se había montado sobre la cubierta
porque una hélice convencional se habría atascado irremisiblemente
en el fondo. Los dos marineros seguían trabajando con sus arpones
neumáticos desde sus puestos de proa. El pegajoso calor y el hedor
a vegetación descompuesta resultaban insoportables.
—Ha sido un día muy largo —dijo Rush de
forma inesperada, en la penumbra—. Mañana conocerás a algunos de
los miembros más destacados. Y tendrás lo que creo que llevas
esperando desde el principio.
—¿El qué?
—La última pieza del rompecabezas. La que
responde a tu pregunta: por qué eres tú, entre toda la gente, quien
está aquí.
«¿Aquí?» Logan miró al frente. Y entonces,
de repente, lo comprendió.
La embarcación había realizado un giro
cerrado a través de la amalgama de cañas y troncos, y los ojos de
Logan se encontraron con la más inesperada de las visiones. Ante él
se levantaba lo que parecía una pequeña ciudad erigida sobre media
docena de enormes plataformas flotantes. Las luces parpadeaban
detrás de incontables mosquiteras. Grandes carpas de lona del
tamaño de un campo de fútbol cubrían las construcciones y las
ocultaban de cualquier vista desde el cielo. El grave rumor de los
generadores apenas era más fuerte que el zumbido de las nubes de
insectos que rodeaban la embarcación. Era un espectáculo
formidable: allí, en medio del lugar más remoto y desagradable del
mundo, un oasis de civilización que lo mismo podría hallarse en una
de las lunas de Júpiter.
Habían llegado.