7

 

 

 

 

 

RUSH se inclinó hacia delante.
—¿Has oído hablar del Sudd?
—Me suena de algo —dijo Logan tras pensarlo un momento.
—La gente cree que el Nilo no es más que un río muy ancho que serpentea sin encontrar demasiados obstáculos a través de África. Nada más lejos de la verdad. Los primeros exploradores, Burton, Livingstone y los demás, tomaron conciencia de ello por las malas cuando se toparon con el Sudd. Creo que deberías echar un vistazo a esto. —Rush señaló un libro que había en una mesita auxiliar—. Describe el lugar mucho mejor de lo que pueda hacerlo yo.
Logan no se había fijado en el libro. Lo cogió y vio que se trataba de El Nilo Blanco, de Alan Moorehead. Era una historia de la exploración del río; recordaba haber hojeado un ejemplar de niño.
Logan pasó las hojas, encontró la indicada y empezó a leer mientras el salón vibraba a su alrededor.

 

El Nilo... es una corriente difícil. Atraviesa el desierto a lo largo de un curso ancho y bastante regular. [Pero al final] el río gira hacia el oeste, el aire se hace más húmedo y las orillas más verdes. Constituye el primer aviso del gran obstáculo del Sudd que espera más adelante. En el mundo no hay marisma más formidable que el Sudd. El Nilo se pierde en un vasto mar de juncales de papiro y vegetación descompuesta, y en ese fétido calor surge un brote de vida tropical que no ha cambiado gran cosa desde el inicio del mundo. Resulta tan primitivo y hostil para el hombre como el Mar de los Sargazos. [La] región no es ni agua ni tierra. Año tras año, la corriente no cesa de arrastrar más vegetación flotante y la agrupa en compactos montones que llegan a alcanzar los seis metros de espesor y son tan sólidos que hasta un elefante podría caminar por ellos; pero después estos restos se resquebrajan en forma de islas y se forman de nuevo en otro sitio. Es un proceso que se repite eternamente en miles de formas imposibles de diferenciar. Aquí no se puede decir que exista un presente y aun menos un pasado, salvo en las ocasionales islas de terreno duro en las que ningún hombre, ni siquiera el más salvaje, ha vivido ni podría vivir por la desolación de cieno y cañas flotantes. Aquí florecen en loca abundancia las formas de vida más bajas; pero, para el hombre, el Sudd solo contiene la amenaza del hambre, las enfermedades y la muerte.

 

Logan dejó el libro a un lado.
—Dios mío, ¿existe realmente un lugar así? —preguntó.
—Desde luego que existe. Lo verás antes de que oscurezca. —Rush cambió de postura en el banco—. Imagina, una región de miles de kilómetros cuadrados que en realidad no es tanto una marisma como un laberinto de cañizales de papiro, troncos empapados de agua y barro; barro por todas partes, un barro más traicionero que las arenas movedizas. El Sudd no es profundo. Como mucho no tendrá más de diez o doce metros en algunos sitios, pero, además de que la vegetación submarina forma un compacto y terrible entramado, el agua tiene tanto limo que los buzos no alcanzan a ver más allá de sus gafas. Las aguas están llenas de cocodrilos durante el día, y por la noche el aire está plagado de mosquitos. Los primeros exploradores renunciaron a cruzarlo y acabaron por rodearlo. Es posible que en la actualidad el Sudd no sea tan impenetrable como en la época de Moorehead, pero no es un paseo. Se halla en un amplio valle poco profundo. Y todos los años se extiende. Solo un poco, pero se extiende. Es como un ser vivo. Por eso necesitamos una embarcación tan estrecha. Intentar atravesar el Sudd es como pasar una aguja a través de la corteza de un árbol. Todos los días un helicóptero hace un vuelo de reconocimiento y traza un mapa de las cambiantes corrientes y de los nuevos caminos que se abren. Y esas rutas se modifican diariamente.
—Entonces, esta embarcación funciona como una especie de rompehielos —comentó Logan. Estaba pensando en los extraños equipos que había visto en la proa.
Rush asintió.
—Al tener poco calado nos permite evitar los obstáculos que hay bajo el agua, y la hélice de popa brinda el empuje suficiente para pasar por los lugares más angostos.
—Tienes razón —dijo Logan—. Suena como el infierno en la tierra. Pero ¿por qué nos...? —Se interrumpió—. Oh, no.
Rush asintió de nuevo.
—Oh, sí.
—Santo cielo... —Logan se quedó callado un momento—. O sea que la tumba de Narmer está en el Sudd. Pero ¿por qué?
—¿Recuerdas lo que dijo Stone? Piénsalo. Narmer se tomó muchas molestias para ocultar la ubicación de su tumba. De hecho, salió de Egipto y se internó en Nubia, más allá de las seis cataratas del Nilo, lo cual era un viaje peligroso por tierras hostiles. Teniendo en cuenta que estamos hablando del principio de la historia egipcia, del período arcaico de la Primera Dinastía, es un logro equiparable a la Gran Pirámide. Y no solo eso, Narmer es el único faraón que no fue enterrado en Egipto. Como sabrás, todos lo faraones debían descansar en suelo egipcio.
Logan asintió.
—Por eso Egipto nunca colonizó.
—Teniendo en cuenta todo esto, Jeremy, todo ese increíble esfuerzo, gasto y riesgo, ¿de verdad crees que es probable que la tumba de Narmer no contenga nada de valor?
—Pero una marisma impenetrable... —Logan meneó la cabeza—. Piensa en la logística que supone la construcción de una tumba... y más para una cultura primitiva y en una región hostil.
—Esa es precisamente la diabólica belleza de esta historia. ¿Recuerdas que te he dicho que el Sudd se extiende un poco cada año? Narmer lo sabía. Pudo haber construido su tumba en lo que por aquel entonces era el límite del Sudd y mantener su ubicación en secreto. Hay una vasta red de cuevas volcánicas debajo de la superficie del valle del Sudd. Tras la muerte del faraón, la expansión de la marisma ocultó todo rastro de la tumba. La naturaleza hizo el trabajo por él. —En el rostro de Rush apareció una expresión de preocupación—. Casi demasiado bien.
—¿A qué te refieres?
—Ya oíste a Stone. La excavación está en marcha y funciona como un reloj. Los expertos están en sus puestos, los técnicos, los arqueólogos, los mecánicos y el resto. Pero... —Vaciló—. Pero la localización exacta de la tumba ha sido un poco más difícil de hallar de lo que los expertos de Stone habían previsto. —Rush suspiró—. Por un lado, hay que obrar con discreción, por supuesto, como siempre, aunque no tanto como en una excavación normal. Por otro lado, es la peor época del año: la temporada de las lluvias. Lo que hace que el Sudd sea un lugar mucho más difícil, desagradable e insalubre para trabajar.
Logan recordó las palabras de Stone: «El tiempo apremia».
—¿Y por qué ese ritmo frenético? ¿Por qué no esperar hasta la temporada seca? La tumba lleva allí cinco mil años, ¿por qué no otros seis meses?
Por toda respuesta, Rush se levantó y le indicó con un gesto que lo siguiera fuera del salón. Salieron a cubierta y caminaron con cuidado hacia proa. El sol se ponía en el horizonte. La implacable bola blanca se había convertido en un disco furiosamente naranja. El Nilo se extendía en grandes ondas desde la proa. Los gritos de las aves acuáticas daban paso a extraños chillidos procedentes de las orillas.
Rush señaló a lo lejos. Logan miró al frente y vio una serie de colinas que se alzaban a ambos lados del río y se ensanchaban para formar un gigantesco anfiteatro delante de ellos que se perdía en la distancia.
—¿Ves eso? —preguntó Rush—. Más allá está la presa de Af’ayalah. Falta poco para que la terminen. Dentro de cinco meses, todo esto, todo este territorio dejado de la mano de Dios, quedará cubierto por las aguas.
Logan recorrió el horizonte con la mirada. Por fin entendía el porqué de tanta prisa.
Mientras contemplaba la superficie del río con aire pensativo se fijó en la vegetación que flotaba en la corriente. Al principio, simples juncos sueltos de papiro. Pero más adelante los juncos atrapados en los montículos de barro que surgían del fondo como volcanes en miniatura empezaban a formar pequeñas islas.
—La presa nos proporciona una estupenda tapadera —continuó Rush—. Nos hacemos pasar por un equipo de investigadores que está estudiando el ecosistema y documentándolo antes de que desaparezca para siempre. Pero ese engaño nos cuesta un montón de dinero, y cuanto más dura, más difícil resulta mantenerlo.
La embarcación aminoró la marcha a medida que los obstáculos se hacían más numerosos. Logan vio grandes troncos trabados unos con otros como en titánica lucha; musgo y cañas putrefactas colgaban de ellos como telas de araña. Un ligero hedor a vegetación en descomposición empezó a flotar en el aire. Una puerta de la superestructura se abrió y salieron dos tripulantes; cada uno de ellos llevaba un extraño artilugio, parecido a un arpón, conectado a unas mangueras neumáticas. Se situaron en las plataformas que sobresalían por encima del agua a ambos lados de la proa, con los dispositivos preparados.
De repente, un foco se encendió en el castillo de proa y proyectó un surrealista rayo de luz azul por encima de la proa. La turbina aumentó de revoluciones. Había empezado a caer una ligera llovizna. La vegetación era cada vez más densa. Una alfombra impenetrable de hierbajos, papiro, ramas y barro viscoso los rodeaba por todos lados. Los hombres de la proa utilizaban sus artilugios neumáticos para apartar con violencia los troncos más pesados y las placas de fibrosa vegetación. Las máquinas hacían un desagradable ruido de aire comprimido. Un poco más adelante, en el estrecho canal por donde avanzaba la embarcación, Logan vio una pequeña luz que flotaba en la superficie y lanzaba destellos. El foco del barco la iluminó, y uno de los tripulantes la recogió al pasar.
—El helicóptero de reconocimiento deja caer balizas cuando sobrevuela un nuevo camino en este infierno —explicó Rush—. Es la única manera de que nuestras embarcaciones puedan pasar.
Navegaban lentamente entre una maraña cada vez más densa de troncos y cañas. Los ruidos que provenían de las orillas —suponiendo que las hubiera en aquel cenagal— habían cesado por completo. Era como si los rodeara una infinita exuberancia vegetal medio descompuesta que formaba un enredo colosal. Permanecieron en la proa, sin hablar, mientras la embarcación seguía las balizas. Cada poco, Logan tenía la impresión de que habían llegado a un callejón sin salida, pero, tras un brusco giro, la fétida maraña se abría de nuevo. Con frecuencia, la embarcación se valía de la superestructura para apartar a los lados la rezumante espesura.
En cierto momento llegaron a un punto donde parecía que no se podía avanzar. En el puente de mando, Plowright aumentó la potencia de las turbinas. La embarcación se levantó físicamente del agua y se abrió paso por la compacta superficie —veinte, cuarenta metros—, con el sonido horrible de los rasponazos contra el fondo del casco. Logan comprendió entonces el porqué del sistema motriz: la enorme hélice se había montado sobre la cubierta porque una hélice convencional se habría atascado irremisiblemente en el fondo. Los dos marineros seguían trabajando con sus arpones neumáticos desde sus puestos de proa. El pegajoso calor y el hedor a vegetación descompuesta resultaban insoportables.
—Ha sido un día muy largo —dijo Rush de forma inesperada, en la penumbra—. Mañana conocerás a algunos de los miembros más destacados. Y tendrás lo que creo que llevas esperando desde el principio.
—¿El qué?
—La última pieza del rompecabezas. La que responde a tu pregunta: por qué eres tú, entre toda la gente, quien está aquí.
«¿Aquí?» Logan miró al frente. Y entonces, de repente, lo comprendió.
La embarcación había realizado un giro cerrado a través de la amalgama de cañas y troncos, y los ojos de Logan se encontraron con la más inesperada de las visiones. Ante él se levantaba lo que parecía una pequeña ciudad erigida sobre media docena de enormes plataformas flotantes. Las luces parpadeaban detrás de incontables mosquiteras. Grandes carpas de lona del tamaño de un campo de fútbol cubrían las construcciones y las ocultaban de cualquier vista desde el cielo. El grave rumor de los generadores apenas era más fuerte que el zumbido de las nubes de insectos que rodeaban la embarcación. Era un espectáculo formidable: allí, en medio del lugar más remoto y desagradable del mundo, un oasis de civilización que lo mismo podría hallarse en una de las lunas de Júpiter.
Habían llegado.