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AQUELLA tarde, un pequeño
grupo se reunió en la sala forense del pulcro centro médico de
Rush. Además del doctor asistían una enfermera ayudante, Tina
Romero y Jeremy Logan. Cuando Logan llegó, Rush abrió la boca para
protestar —debido a las órdenes de Porter Stone en cuanto a
compartimentación—, pero enseguida se encogió de hombros, esbozó
una media sonrisa y le indicó con un gesto que entrara.
El equipo arqueológico había finalizado el
examen inicial del esqueleto descubierto por los buzos. Había
llegado el momento de que Rush realizara lo que iba a ser, en
esencia, una autopsia.
La osamenta se hallaba en un contenedor de
plástico azul sobre una mesa de acero inoxidable con ruedas.
Mientras los demás observaban, Rush se puso un par de guantes de
látex, encaró el micrófono que colgaba del techo hacia él, pulsó el
botón de record y empezó a hablar:
—Examen de los restos encontrados el
decimosexto día de la excavación en una caverna poco profunda de la
cuadrícula G Tres. Realiza el análisis Ethan Rush con la ayuda de
Gail Trapsin. —Hizo una breve pausa—. Al parecer, la mezcla de
sedimentos y barro que recubría los restos ha actuado como capa
protectora y el esqueleto se halla en buen estado. No obstante, la
descomposición es considerable.
Levantó la tapa del contenedor y comenzó a
sacar los huesos de uno en uno y a depositarlos en la mesa de
autopsias.
—Los huesos faciales y craneales están
intactos, al igual que los de la caja torácica, los brazos y la
columna vertebral. Los equipos de buceo han buscado lo que falta
del esqueleto sin éxito, solo han encontrado unos restos correosos
de lo que bien podrían ser unas sandalias. El equipo arqueológico
ha conjeturado que solo la parte superior del cuerpo se conservó
bajo la cobertura sedimentaria y que la inferior se descompuso hace
tiempo.
Colocó los huesos en la mesa en un orden
anatómico aproximado. Logan los miró con curiosidad. Eran de color
marrón oscuro, casi caoba, como barnizados por ese baño de
sedimentos que había durado cinco mil años. A medida que Rush iba
sacando huesos, la sala empezó a oler al Sudd: a turba, a
descomposición vegetal y a algo extraño y dulzón que hizo que Logan
sintiera una ligera náusea.
Rush siguió hablando ante el
micrófono.
—La datación del carbono mediante
espectrometría de masa indica que los huesos tienen cinco mil
doscientos años de antigüedad, con un margen de error aproximado de
un dos por ciento debido a los contaminantes naturales del
entorno.
—Contemporáneos de Narmer —dijo Romero en
voz baja mientras jugueteaba con su omnipresente
estilográfica.
—Junto al cuerpo —prosiguió Rush— se ha
encontrado un escudo muy deteriorado y los restos de lo que
aparenta ser una maza.
—Armas de los guardaespaldas del faraón
—añadió Romero.
—Si bien el escudo está en muy mal estado,
como he dicho, el equipo de arqueología ha utilizado una técnica de
moldeado inverso combinado con un proceso de aumento digital para
ver lo que parecen ser ornamentaciones del escudo. Los de
arqueología opinan que la ornamentación consiste en un serej que
contiene dos símbolos: un pez y una herramienta.
—Un siluro y un cincel —dijo Romero—. Las
representaciones fonéticas del nombre de Narmer. O al menos eso
creo. Joder, si al menos March me dejara echar un vistazo a la
pieza...
Rush apretó el botón del micrófono.
—Christina, ¿te importaría reservar tus
comentarios hasta que haya terminado mi informe?
Romero inclinó la cabeza en gesto de burlón
arrepentimiento.
—Perdón.
Rush volvió a conectar el micro.
—En cuanto a los huesos, el cráneo está
relativamente intacto. El neurocráneo y el viscerocráneo son los
que han sufrido menos daños. Faltan los huesos temporales. La
mandíbula, el hueso hioides y la clavícula muestran un deterioro
mayor. La mayoría de los dientes han desaparecido, y los que quedan
presentan las caries avanzadas comunes en ese período.
Hizo una pausa para examinar los demás
huesos.
—Las vértebras están más descompuestas y
estropeadas cuanto más nos desplazamos de la zona cervical a la
dorsal y lumbar. La última vértebra es la segunda lumbar. Faltan
las sacras y las del coxis. Tenemos las costillas de la uno a la
ocho, y aunque las inferiores están más dañadas, en la parte
anterior de la sexta hay unas marcas que... —se interrumpió para
estudiarla de cerca— sugieren una laceración producida por un
cuchillo o una espada. Esto nos llevaría a considerar que la causa
de la muerte pudo ser homicidio.
—¡Lo sabía! —exclamó Romero en tono
triunfal.
Logan dio un respingo ante aquel súbito
estallido tan en contraste con el habla mesurada del médico. Rush
apagó de nuevo el micro y se volvió hacia la egiptóloga con
expresión disgustada.
—Christina, debo insistir en que...
—Se equivoca en cuanto a las causas de la
muerte —le interrumpió de nuevo Romero—. No fue homicidio. Fue
suicidio.
El enfado de Rush se trocó en
escepticismo.
—¿Cómo puedes saber...?
—Y eso no es todo. Cerca de donde se ha
encontrado este esqueleto, puede que a unos cincuenta o cien metros
al norte, hallaremos más. Un montón de esqueletos más. Voy a
decirle a Valentino dónde tiene que concentrar a sus buzos.
Dicho eso, Romero salió rápidamente de la
sala de autopsias mientras Logan y Rush se miraban perplejos.