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LAS dependencias médicas estaban en silencio cuando Logan entró. Las luces del techo iluminaban a media potencia; y tras el mostrador de recepción solo había una enfermera. De algún lugar del laberinto de habitaciones surgía el zumbido de los instrumentos clínicos.
Ethan Rush apareció por una esquina, con pasos largos, conversando con la enfermera que lo acompañaba. Al ver a Logan, se detuvo.
—Hola, Jeremy. Si has venido a hablar con Perlmutter, no va a poder ser. Sufre fuertes dolores y hemos tenido que sedarlo.
—No se trata de Perlmutter —dijo Logan.
Rush se volvió hacia la enfermera.
—Seguiremos después —le dijo, luego hizo un gesto a Logan para que lo siguiera—. Vamos a mi despacho.
El despacho de Rush era un cubículo de aspecto esterilizado situado detrás de la sala de las enfermeras. Señaló una silla a Logan, se sirvió una taza de café y tomó asiento. Parecía agotado.
—¿Qué te ronda por la cabeza, Jeremy? —preguntó.
—Sé por qué tu mujer está aquí. —Rush no dijo nada, de modo que Logan prosiguió—: Está intentando contactar con los muertos, ¿verdad? Intenta canalizar a Narmer, ¿no?
Rush permaneció en silencio.
—Es lo único que encaja —continuó Logan—. Tú mismo me dijiste que muchos de los que regresan de una experiencia cercana a la muerte desarrollan nuevas habilidades psíquicas y que algunos aseguran que pueden hablar con los muertos. También me contaste que el don específico de tu mujer es la retrocognición; es decir, la capacidad de tener conocimiento de los sucesos y las personas del pasado más allá de cualquier sabiduría e inferencia convencional. —Se levantó y se sirvió una taza de café—. Se trata de una especialidad muy poco frecuente en la parapsicología, pero hay antecedentes bien documentados. En 1901, dos eruditas inglesas, Anne Moberly y Eleanor Jourdain, estaban de visita en Versalles, buscando el Petit Trianon, la residencia de María Antonieta, cuando se encontraron con unos personajes singularmente vestidos, entre ellos lacayos que hablaban al estilo antiguo y una joven sentada en un taburete que hacía un boceto. Tanto Moberly como Jourdain experimentaron una melancolía extrañamente opresiva que duró hasta que abandonaron su búsqueda y se marcharon. Más tarde, ambas mujeres llegaron a la conclusión de que habían entrado telepáticamente en los recuerdos de la mismísima María Antonieta y que la joven a la que habían visto dibujando era ella en persona. En los años que siguieron, Moberly y Jourdain realizaron una exhaustiva investigación de su experiencia que recogieron en un libro publicado en 1911 llamado An Adventure, «Una aventura». Te lo recomiendo.
Logan se sentó y tomó un sorbo de café.
Rush se revolvió en su silla, incómodo.
—Ya conoces la exhaustividad con la que Stone prepara sus proyectos. Es de los que prefiere tener diez especialistas diferentes, cada uno en su propia disciplina, y pagar por ello diez veces más, que un generalista con los mismos conocimientos. Para él es algo que casi representa la diferencia entre el fracaso y el triunfo. —Hizo una pausa y apartó la mirada—. Al comienzo de esta expedición, su gran preocupación era hallar la ubicación de la tumba. Stone estaba convencido de que se encontraba aquí, pero desconocía el lugar exacto y tenía el tiempo contado. Así pues, estaba abierto a cualquiera que pudiera ayudarlo a encontrarla.
Rush meneó la cabeza y siguió hablando.
—De alguna manera se enteró de la existencia de nuestro centro y del don de mi mujer. No me preguntes cómo, estamos hablando de Stone. El caso es que se puso en contacto con nosotros. Al principio me negué rotundamente. Yo tenía que acompañar a Jen, nadie más puede controlar sus... «viajes al otro lado», y el Sudd me parecía un lugar hostil y dejado de la mano de Dios. Además, tenía mucho trabajo. Stone nos ofreció más dinero, pero yo no me dejé convencer. Como sabes, el Centro cuenta con muchos mecenas ricos que han tenido una experiencia cercana a la muerte. Fue entonces cuando Stone me propuso el cargo de médico jefe y una cantidad que habría sido una locura rechazar. Además, tras pensarlo mucho llegué a la conclusión de que también podía ser beneficioso para Jen.
—¿En qué sentido? —preguntó Logan.
—Para darle la ocasión de utilizar su don de manera positiva. No sé si me entiendes, Jeremy, pero Jen no cree que su don sea ninguna bendición.
Logan recordó su encuentro con Jennifer Rush, la tristeza que había percibido en ella y el todavía inexplicable torrente de emociones empáticas que había sentido al darle la mano. «Desde luego, no es ningún regalo», se dijo. Años atrás había conocido a un telépata prodigioso. No obstante, el hombre había entrado en un estado de abatimiento tal que había acabado suicidándose. Los médicos lo habían clasificado como deficiente mental y habían dicho que las voces que oía en su cabeza eran simple esquizofrenia, pero Logan sabía que se equivocaban. Conocía el inconveniente que suponía poseer un don al que uno no podía renunciar, y en ese momento se sintió como un tonto por lo que le había dicho a Jennifer Rush.
—El caso —dijo el médico, interrumpiendo sus cavilaciones— es que al principio a Jen se le pidió que captara sensaciones, imágenes fugaces de acontecimientos pasados que pudieran ayudar a localizar la tumba. Pero entonces Tina Romero y Fenwick March lograron situarla con cierta aproximación, y la razón que justificaba la presencia de Jen perdió fuerza. Además, en ese momento... —Rush vaciló—. En ese momento todo había cambiado.
—Quieres decir que tu mujer había establecido contacto con un ente del pasado, ¿no?
Rush tardó unos instantes en responder, y cuando lo hizo fue con un leve asentimiento.
Logan sintió un escalofrío de emoción. Le resultaba a la vez increíblemente excitante y difícil de creer, «¡Dios mío! ¿Y si resulta que es verdad?», se dijo.
—¿Stone lo sabe? —preguntó.
Rush asintió de nuevo.
—Por supuesto.
—¿Y qué opina?
—Es como te he dicho: Stone hará cualquier cosa, intentará lo que sea para conseguir lo que busca. Y Jen ha demostrado sus poderes psíquicos de tantas maneras, que sé que Stone desea creer. —Rush miró a Logan fijamente—. ¿Y tú? ¿Qué opinas tú?
Logan respiró hondo.
—Yo creo..., no, yo sé, porque lo he percibido por mí mismo, que determinadas personalidades especialmente fuertes, llámalas fuerzas vitales si quieres, pueden perdurar en un lugar determinado aun después de que su cuerpo haya desaparecido. Cuanto más fuerte y cuanto más violenta sean la personalidad y su voluntad, mas tiempo perdurará..., solo se necesitará una mente extraordinariamente dotada para percibirla.
Rush se pasó despacio una mano por el cabello. Miró a Logan, apartó la vista y luego volvió a mirarlo. «Todo esto lo tiene muy inquieto —pensó Logan—. No es lo que esperaba que ocurriera, no lo es en absoluto.»
—¿Quién más está al corriente de esto? —preguntó.
—March y Romero, desde luego. Es posible que alguien más, pero también puede que no. Ya conoces a Stone. Además, no nos movemos precisamente en un terreno trillado.
—¿Y qué opina tu mujer?
—No le gusta. Le parece extraño y desconocido, y creo que le da miedo.
—Entonces ¿por qué seguir con ello? Si vino aquí para ayudar a localizar la tumba y resulta que están a punto de encontrarla, ¿qué motivo tiene para quedarse?
—La petición expresa de Stone —repuso Rush en voz baja—. Creo que es por dos razones. La primera es que todavía no hemos dado con la tumba y que, con su mentalidad de tenerlo todo controlado, no quiere desprenderse de Jen, no fuera caso que todavía pudiera serle útil.
Rush no dijo más.
—¿Y la segunda razón? —lo instó Logan.
Tuvo la impresión de que Rush tardaba una eternidad en contestar.
—La misión de Jen aquí cambió cuando recibió... cierta información —dijo por fin.
—¿Información?
Rush no respondió, pero tampoco era necesario que lo hiciera.
—Te refieres a la maldición —dijo Logan casi en un susurro—. ¿Qué es exactamente lo que Narmer, o quien sea, os ha dicho a través de Jen?
Rush negó con la cabeza.
—No me lo preguntes, por favor. Preferiría no tener que hablar de ello.
Logan reflexionó unos instantes. La emoción y la sensación de que se hallaba ante algo de otro mundo seguían con él. «Así pues, la maldición también preocupa a Stone —se dijo. Pensó que eso era lo único que podía explicar la nueva misión de Jennifer—. Stone no sabe qué va a encontrar cuando dé con la tumba. Quiere estar lo más preparado posible para cualquier eventualidad... y aceptará cualquier ayuda que pueda conseguir..., aunque provenga del más allá.»
—¿Podrías hablar con ella, por favor? —le preguntó Rush inesperadamente.
Por un momento, Logan no comprendió a qué se refería.
—¿Cómo has dicho?
—¿Podrías hablar con Jen de todo esto, de... sus tránsitos «al otro lado» y de lo que siente?
—¿Por qué yo? —quiso saber Logan—. Solo la he visto una vez, y fue un encuentro breve.
—Lo sé. Me lo contó. —Rush vaciló—. Te parecerá raro, pero creo que confiaría en ti, incluso es posible que se sincerase contigo. No sé si por el tipo de trabajo al que te dedicas o por tu forma de hacer, pero el caso es que le has causado buena impresión. —Volvió a vacilar—. ¿Quieres saber algo, Jeremy? Jen nunca habla de su experiencia cercana a la muerte. Los que han pasado por una hablan constantemente de ello. Sin embargo, Jen nunca lo ha hecho, ni siquiera en las sesiones de recogida de datos en el Centro. Hablamos de la sensibilidad que la vivencia le ha proporcionado, medimos y cuantificamos sus habilidades, pero ella nunca habla de la experiencia en sí misma. Me preguntaba si..., bueno, si habría manera de que lo compartiera contigo.
—No estoy seguro —repuso Logan—. Puedo intentarlo.
—Te lo agradecería. Yo, por mi parte, no quiero insistir más. Intento hacerme el valiente, pero la verdad es que estoy preocupado por ella. Mentiría si dijera que desde el accidente las cosas entre nosotros no están un poco tensas, pero he intentado dejarle mucho espacio. Lo que sí puedo decirte es que en el pasado tuvimos la relación más estrecha que puede tener una pareja. —Hizo una breve pausa—. Todavía nos queremos, desde luego, pero a ella le está costando mucho volver a relacionarse con el mundo como hacía antes. Además, desde que hemos llegado a este lugar..., bueno, a veces se despierta en plena noche temblando y bañada en sudor. Cuando le pregunto qué le pasa, me dice que simplemente ha tenido un mal sueño. —Rush apartó la mirada.
—Estaré encantado de hacer lo que pueda para ayudar —dijo Logan.
Rush permaneció un momento con la vista perdida. Luego, tras un profundo suspiro, miró a Logan a los ojos, le dio un breve apretón en la mano y le brindó una muda sonrisa de gratitud.