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LOGAN, sentado al escritorio de su pequeño despacho del sector Marrón, miraba la pantalla de su portátil sin verla realmente. Era tarde, casi las dos de la mañana, pero se sentía demasiado inquieto para poder dormir.
A lo largo de su carrera como enigmatólogo había tenido ocasión de experimentar situaciones poco corrientes e incluso peligrosas. Había subido al Himalaya en busca del Yeti, había descendido a las profundidades de los lagos escoceses en un batiscafo, y por cada diez fantasmas o presencias espectrales que había desenmascarado, al menos una se había resistido a cualquier explicación científica. Incluso había presenciado tres exorcismos, pero nada le había causado la clase de desasosiego que había sentido ante la presencia invisible en la habitación de Jennifer Rush.
Se revolvió en la silla y cogió una transcripción de la sesión de Jennifer.

 

[Comienza: 21.04.30 h]P: ¿Con quién estoy hablando? P: ¿Con quién estoy hablando? R: [Respuesta ininteligible.]P: ¿Con quién estoy hablando? R: El portavoz de Horus. P: ¿Puedes hablarme del sello? ¿De la primera puerta? R: La primera puerta. P: Sí. ¿Qué debemos...? R: ¡Infieles! ¡Enemigos de Ra! ¡Abandonad este lugar o de lo contrario aquel cuyo rostro está vuelto hacia atrás beberá vuestra sangre y arrebatará la leche de la boca de vuestros hijos! ¡Los cimientos de esta casa serán reducidos a escombros y todos vosotros sufriréis una muerte infinita en la Oscuridad Exterior! [Finaliza: 21.07.15 h]

 

«Los cimientos de esta casa serán reducidos a escombros.» Esa parte pertenecía a la maldición de Narmer, así se la había traducido Tina Romero. Logan se preguntó cuánto sabía Jennifer de la maldición, si es que sabía algo.
Dejó la transcripción. Había algo más. Intentó recordar lo que Romero le había dicho. «An’kavasht, aquel cuyo rostro está vuelto hacia atrás. Un dios de pesadilla y maldad al que los primeros egipcios temían más que a nada. An’kavasht moraba en el Exterior, en la noche infinita.»
El exterior. El Sudd.
En los días anteriores, Logan había podido investigar las maldiciones del Antiguo Egipto gracias a un ordenador especial de las oficinas de Stone que tenía conexión a internet vía satélite. Estas tenían un historial largo y pintoresco que iba mucho más allá de los titulares de la prensa sensacionalista sobre Tutankhamón y Howard Carter. Logan se había enfrentado a maldiciones antes —en Gibraltar, Estonia y Nueva Orleans—, y siempre había habido un remedio, una contramaldición, alguna forma de desviar o anular la abominación. No así en las tumbas del Antiguo Egipto. A pesar de todo lo que había leído y de todo lo que había investigado, al parecer solo había una manera de combatir esas maldiciones: mantenerse alejado de ellas.
Sus pensamientos volvieron inevitablemente a Jennifer, a la desesperación con la que le había cogido la muñeca, al brillo de su mirada cuando le había pedido ayuda. Era como si de repente se le hubiera caído el velo de los ojos y por primera vez la hubiera visto en su verdadera vulnerabilidad.
«Llegué a la conclusión de que podría ser beneficioso para Jennifer —le había dicho Rush—. Para darle la ocasión de utilizar su don de manera positiva.» Pero ¿cómo podía ser beneficioso lo que había presenciado?
Alguien llamó a la puerta. Logan se volvió y, como en respuesta a sus pensamientos, vio a Rush en el umbral.
—Pasa —le dijo.
Rush entró. Saludó a Logan con un gesto de la cabeza, pero había en él algo diferente, casi parecía un colegial consciente de haber cometido alguna travesura. Se sentó en la silla frente al escritorio.
—¿Qué opinas? —preguntó tras un breve silencio.
—Opino que tu mujer no debería hacer más tránsitos «al otro lado».
Rush sonrió y se encogió de hombros, como dando a entender que ese asunto no estaba en sus manos.
—A mí tampoco me gusta, pero Stone no es de los que aceptan un no por respuesta. Además, Jennifer siempre está dispuesta.
—¿Y nunca habías visto algo parecido a esto en los otros casos que estudiáis en el Centro?
—Nada de esta magnitud. Y nada que provenga de una distancia temporal tan grande. Como te dije, la mayoría de las experiencias que hemos visto están relacionadas con parientes fallecidos recientemente o de gente que había vivido cerca del lugar donde se produjo el tránsito «al otro lado». Sin embargo, Jen tiene un talento fuera de lo normal.
—Hablas de distancia temporal. Entonces ¿crees que el ser que se manifiesta a través de ella puede ser coetáneo a la construcción de la tumba?
—No lo sé. —Rush parecía incómodo ante esa pregunta, o quizá ante la idea en sí misma—. Parece increíble, pero qué otra fuerza espiritual podría estar presente en un lugar tan remoto como este? —Hizo una breve pausa y añadió—: ¿Tú qué crees?
Logan tardó en contestar.
—Cuando aventuré que tu mujer podía estar canalizando el espíritu de Narmer me estaba haciendo el gracioso. Ahora lamento haber bromeado con eso. Sea lo que sea lo que habla a través de Jennifer, no creo que se trate de Narmer. Los egipcios creían que, tras la muerte, el alma perduraba eternamente. Si conocías los rituales secretos y te llevabas contigo a la tumba las posesiones materiales necesarias para una vida física, tu alma, ba, y su espíritu protector, ka, hallarían el camino al otro mundo. —Reflexionó un momento—. Sin duda Narmer lo hizo, lo que significa que viajó al otro lado. Así que el que habla a través de Jen tiene que ser otro, un alma en pena que vaga por el mundo de los espíritus al tiempo que algo la mantiene atada a este lugar.
—Pero un alma tan antigua... —Rush se interrumpió brevemente—. ¿Cómo puede ser? Mira, te aseguro que, después de lo que he visto en el Centro, yo soy la persona más propensa a creer, así que no habría traído a Jen hasta aquí si creyera que es imposible. Nuestros estudios demuestran que es teóricamente posible, pero ¿cómo...?
—Hay muchas teorías que pueden ayudar a explicarlo —dijo Logan—. Se cree que el mal, cuando es especialmente poderoso, perdura en espíritu después de que el cuerpo físico haya perecido. Cuanto más intenso es el mal, más tiempo se deja notar su influencia. En este sentido sería como la vida media de los elementos radiactivos. Podría ser que tu mujer, con su extraordinaria sensibilidad, estuviera actuando como conducto de dicha influencia. Creo que deberías verla como una especie de pararrayos involuntario: no hace nada por sí misma, simplemente atrae.
—Pero atrae... ¿a quién? —preguntó Rush.
—¿Cómo saberlo? ¿A uno de los sacerdotes muertos? ¿A alguien a quien se encomendó vigilar la tumba? Podría tratarse incluso de una persona muerta hace cien años en lugar de hace cinco mil.
—Pero durante el primer tránsito Jennifer hizo ciertas menciones concretas que nos ayudaron a delimitar la excavación.
—Sí, eso me contaste. —Logan cambió de posición en su silla—. Me gustaría ver esas transcripciones, si es posible.
—Veré qué puedo hacer.
—También me gustaría echar un vistazo a tus archivos del Centro.
—¿Cuáles?
—Los que puedas darme. Estudios de casos, informes de los médicos, entrevistas con los sujetos examinados...
—¿Qué importancia tiene eso?
—Me has pedido que te ayude. Cuanto mejor comprenda tu trabajo y lo que Jennifer y los demás han experimentado, más preparado estaré para ayudarte.
Rush lo meditó un momento. Luego asintió despacio.
—Te grabaré un DVD. ¿Alguna otra cosa?
—Sí. ¿Por qué es tan importante esa primera puerta?
—¿La primera puerta? —A Rush le sorprendió aquella digresión—. Es la entrada sellada de la tumba. Stone busca cualquier tipo de ayuda para abrirla sin peligro.
—Abrirla sin peligro —repitió Logan—. Teme algún tipo de trampa...
Rush hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Narmer se tomó infinitas molestias para proteger su tumba —dijo—. No parece probable que esté dispuesto a entregar las llaves sin luchar.