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SALIERON corriendo a toda prisa del sector Marrón, atravesaron el laberinto de corredores que constituían el sector Verde y desembocaron en el amplio y resonante embarcadero. Los muelles, que el día antes parecían soñolientos y desiertos, estaban abarrotados de gente. Reinaba una confusa algarabía de órdenes dadas a gritos y de conversaciones.
Logan percibió el acre olor del humo en el margoso ambiente. Siguió a Rush por una pasarela construida a lo largo de la pared y que continuaba más allá, tras una red de camuflaje. De repente se encontró en el exterior, en una pasarela estrecha que giraba hacia la marisma y desaparecía al doblar la esquina del gran entramado de pontones que constituía el puerto. Eran las tres en punto; Logan notaba el sol como una manta ardiente sobre la cabeza y los hombros. Por encima de la red que cubría el puerto alcanzó a ver nubes de espeso humo negro que se alzaban hacia el azul del cielo.
Doblaron la esquina de los pontones y allí, a unos treinta metros delante de ellos, vieron el generador. Era una estructura grande y pesada que se sostenía sobre columnas flotantes. Furiosas llamas salían por una rejilla lateral y tiznaban de negro la carcasa. A pesar de la distancia, Logan sintió el calor infernal que llegaba a oleadas. Varios hombres, desde sus motos acuáticas, rociaban la estructura con mangueras conectadas a depósitos portátiles sujetos a la espalda.
Logan oyó voces detrás de ellos y se dio la vuelta. Frank Valentino y otros dos hombres vestidos con monos de trabajo se acercaban corriendo. Uno de ellos llevaba una bomba de succión de alta potencia, y el otro, sobre el hombro, un grueso rollo de manguera industrial. Los tres pasaron a toda prisa ante Logan y Rush y se reunieron con el grupo de operarios que se hallaban al final de la pasarela.
—¡Daos prisa con esa bomba! —los apremió Valentino.
Uno de los hombres se arrodilló, fijó la bomba al suelo y sumergió la manguera de succión en el Sudd. Su compañero conectó la manguera y se acercó con cautela al generador mientras el otro ponía en marcha la bomba. El motor cobró vida, y la manguera escupió sobre las llamas un delgado chorro de agua pardusca y viscosa.
—Affanculo! —bramó Valentino—. ¿Se puede saber qué ocurre?
—Es la marisma —contestó uno de los hombres—. ¡Es demasiado espesa!
—¡Mierda! —masculló Valentino—. ¡Traed un filtro del tres! ¡Rápido!
El hombre dejó la manguera y se alejó a toda prisa por la pasarela.
Valentino se volvió hacia un hombre alto de unos sesenta años, con el cabello rubio y ralo, que parecía estar al mando de la situación.
—¿Cómo está la conexión de entrada del metano? —oyó Logan que le preguntaba.
—Lo he comprobado con los de Procesamiento. Las válvulas de escape de todas las alas están cerradas y los protocolos de seguridad funcionan.
—¡Gracias a Dios! —dijo Valentino.
Rush se acercó al grupo, y Logan lo siguió de manera instintiva, pero de repente se detuvo en seco, tan bruscamente como si se hubiera dado de bruces con un muro invisible. Sin previo aviso acababa de percibir una presencia sobre el generador y alrededor de él: una entidad corrupta, maligna, antigua e implacable. A pesar del calor del sol y las llamas, Logan se estremeció con un súbito escalofrío. Un pútrido hedor a osario le llenaba la nariz. De alguna manera se dio cuenta de que aquella cosa —ente, espíritu, fuerza de la naturaleza o lo que fuera— había percibido su presencia y la de los demás y de que sentía un odio irrefrenable hacia todos ellos, un odio que resultaba casi lascivo por su fuerza e intensidad. Instintivamente dio un paso atrás y después otro e intentó dominarse.
Respiró hondo y controló su reacción inicial. Había aprendido tiempo atrás que su don despertaba el miedo o la burla en los demás. Hizo un esfuerzo por concentrarse en las conversaciones que se desarrollaban a su alrededor.
—¡Por Dios! —dijo Valentino—. ¡El tanque auxiliar!
El jefe se volvió hacia uno de los hombres de las motos y gritó:
—¡Rogers, rápido, desacopla ese tanque antes de que el fuego lo haga estallar!
El operario asintió, dejó la manguera y llevó su moto acuática al extremo más alejado del generador. Se disponía a empujar el tanque con un bichero cuando una formidable explosión lanzó una densa nube de humo que los envolvió a todos. La pasarela tembló violentamente, y Logan cayó de rodillas. Cuando se levantó, oyó un aullido desgarrador. El humo se disipó y entonces vio la figura de Rogers. Estaba envuelto en gasoil ardiendo, con la ropa y el cabello en llamas. Media docena de hombres saltaron al agua y nadaron hacia él para ayudarlo, pero cayó de su moto acuática retorciéndose y, sin dejar de arder, se hundió en las turbias aguas del Sudd.