Capítulo 5
La madrugada sorprendió a Cayetano y a Suzuki frente a la computadora de Madame Eloísa, quien se encontraba atendiendo su negocio del Almendral. A las cinco los investigadores habían logrado decodificar, a través de amazon.com, el conjunto de los ISBN e imprimir los títulos de los libros correspondientes. Sin embargo, pese a los sándwiches y los tazones de café, aún no lograban armar por completo el rompecabezas del «Delenda est Australopitecus» en relación con los pintores.
—Busca lo que haya pintado Odd Nerdrum en 1978 —dijo Cayetano—. Me interesa mucho por la fecha que aparece en el renglón derecho.
Suzuki tecleó en el museo virtual y en la pantalla surgió un cuadro impactante. Un joven era ultimado de un disparo en la cabeza por un grupo de hombres. La escena, valiéndose de escasos elementos, irradiaba un dramatismo escalofriante. Era la pintura más brutal que habían visto y que verían en años. Se titulaba El asesinato de Andreas Baader.
—Fíjate en la fecha que aparece en la lista, a la derecha del título —ordenó Cayetano.
—12 de enero. ¿Por qué? ¿Ocurrió algo importante ese día?
—Es el día en que asesinaron a Agustín Lecuona.
Se miraron perplejos e incrédulos, guardando silencio. ¿Era casualidad o estaban ante el itinerario de las acciones criminales codificadas por gente de la WPA? Lo que sí estaba fuera de toda especulación era que ese día el cubano había sido liquidado en el Azul Profundo de una forma similar, cuando no idéntica, a la descrita por la pintura de Odd Nerdrum. Y Cayetano podía recordarlo a la perfección.
—Esto sí parece una novela, jefazo —murmuró Suzuki y echó una mirada a la ciudad dormida a través de la puerta abierta, sintiendo un estremecimiento.
—Ahora hazme el favor de encontrar las otras pinturas.
—Ignoro cómo consigue la WPA exactamente lo que se propone en el manual operativo. Pero de que son peligrosos, lo son. Veamos, aquí está lo que me pidió.
La pantalla del computador mostró un óleo de estilo realista del pintor norteamericano Edward Hopper, llamado Jo en Wyoming. Era un paisaje del Midwest estadounidense visto desde el interior de un coche de los años cincuenta. Se apreciaban nítidos el tablero del automóvil y, a través del parabrisas, la carretera y la llanura desiertas. El asiento del conductor estaba vacío, y gracias al preciosismo y los reflejos, tanto el manubrio como los relojes y los botones eran de una perfección asombrosa. Una mujer ocupaba el asiento del copiloto, seguramente Jo, la esposa de Hopper.
—El auto representa al país, Suzukito, no cabe duda. Un país sin conducción. Es el objetivo clave del plan. Por eso todo esto aparece en las últimas páginas del manual.
—¿Pero por qué transmiten órdenes de forma tan complicada, jefe? Es como tirado de las mechas.
—Me lo explicó Parker, Suzukito, y tienen dos razones. En el caso de que el documento caiga en manos del enemigo, nadie lo descifrará. La otra es que la WPA cuenta con agentes de servicios de espionaje que colaboran clandestinamente con ella. Esas personas pueden trabajar sin que los detectores de mentiras de sus agencias los descubran.
—No entiendo.
—Las Polygraph sólo distinguen entre verdad y mentira, pero son incapaces de descubrir si alguien sólo cuenta parte de la verdad. ¿Entiendes? Un método operativo ingenioso, como el de los libros, le permite al agente engañar a la Polygraph. Pero pasemos al próximo cuadro, mejor, Suzukito.
Se trataba de Una tragedia americana, de Philip Evergood, pintor estadounidense del siglo XX, obra inspirada por la novela de Theodore Dreiser. La escena urbana del óleo era desgarradora, porque en medio de una lucha campal entre huelguistas y policías, un agente descerrajaba a quemarropa un tiro en la cabeza a una mujer. A Cayetano le hizo recordar el cuadro de Nerdrum.
—Si la selección de estas novelas y pinturas expresa en clave el plan de la WPA, veamos cómo conjuga el resto… —apuntó Suzuki.
Destaparon dos botellas más de cerveza y desplegaron después sobre la cama de Madame Eloísa los títulos impresos a partir de los ISBN. Ahora, en lugar de las cifras, tenían a la izquierda títulos de libros, y a la derecha días y meses, pero sin especificación de año. Afuera la ciudad respiraba en calma y sólo brillaban los faroles de las calles. Dentro de poco los porteños se levantarían para iniciar una nueva jornada en la ciudad más afectada por el desempleo y la delincuencia en el país.
—Averigüemos ahora qué significan las fechas frente a los títulos de las obras —propuso Cayetano a Suzuki, quien la noche anterior no había abierto la fritanguería—. Lo mejor es buscar en los diarios. Selecciona allí La Tercera electrónica para ver si en los días mencionados ocurrió algo relevante.
Empezaron con la epopeya La araucana, escrita en el siglo XVI por Alonso de Ercilla y Zúñiga, que era la primera obra que figuraba en el manual operativo. Se refería, obviamente, a la zona del sur del país, a la región donde habitaban los mapuches y se talaban los bosques. Las violentas disputas entre mapuches y empresas forestales había terminado por desalentar a los inversionistas.
—¿Qué ocurrió el 5 de mayo pasado? —preguntó Cayetano con la botella en la mano. Suzuki tecleaba—. Es al menos la fecha que aparece aquí. Comencemos por el último año. Busca, por favor, la edición del 6 de mayo…
La pantalla parpadeó un par de veces y emergió después la portada de aquel día. El titular principal los consternó. Anunciaba que los mapuches se declaraban en rebelión contra las empresas forestales y el gobierno mientras no les restituyesen las tierras que les habían sido arrebatadas…
—¡Coño, la WPA está detrás de eso también! —exclamó Cayetano y derramó parte de la cerveza—. Necesito un cigarrillo, no, un Lanceros, mejor, Suzuki. Esto es increíble —consultó sus apuntes y agregó—: Debes encontrar ahora la obra de Albert Edelfeldt. Recuerda que tenemos junto a ella, formando un bloque, el libro Salmon without rivers: a history of the pacific salmon crisis, de Jim Lichatowich…
Suzuki encontró en una sección del Museo de Arte de Gotemburgo un cuadro que Edelfeldt había pintado en 1883. Se llamaba En el mar y era de una perfección realista extrema. Mostraba a un viejo pescador y a una muchacha, quizás su hija, navegando angustiados en un bote vacío en medio de un mar embravecido. Cayetano se preguntó si el temor que se reflejaba en los rostros de los pasajeros se debía a la falta de pesca o a la amenaza que representaba el mal tiempo.
—¡Es una pintura estremecedora, parece que uno viajara en la proa del bote! —comentó Suzuki sin despegar la vista de la pantalla.
—Junto al título tenemos la fecha 6 de junio —dijo Cayetano—. Busca ahora el diario del 7 de junio.
—Mire la portada, jefe, junio 7: los productores de salmón de Estados Unidos iniciaron en la víspera una demanda contra las salmoneras chilenas porque supuestamente emplean alimentos cancerígenos. Los acusan, además, de recibir subvenciones del Estado chileno. Y es la semana en que se inician en el sur las protestas ecologistas por la contaminación de las costas chilotas.
—¡Coño, coño, coño! —gritó Cayetano con incredulidad—. ¡Si aquí está todo, Suzuki! ¡Al fin sabemos por qué mataron a Lecuona y al Mexicano y a tanta gente! Al fin sabemos la verdad.
—¿Y qué pasa si llega mañana mismo al Palacio de la Moneda con todos esos libros y esos cuadros, jefe? ¿Le creerán?
Cayetano comenzó a pasearse en silencio por el cuarto. Se asomó brevemente a la baranda exterior de la casa y echó un vistazo hacia la bahía. Como la noche en que había escapado tras hallar en su living el cadáver del Mexicano, le llegó de lejos la música que alguien escuchaba a todo volumen. Sin embargo, esta vez era una melodía triste, semejante a los valsecitos peruanos que cantaba Lucho Barrios en los bares porteños de antaño.
—Busca ahora al pintor Kroyer. Algo que haya pintado en 1898.
No tardó mucho en encontrarlo.
Era la La fiesta de los artistas, de Peder Severin Kroyer, otra pieza del Museo de Gotemburgo. Presentaba a un alegre grupo de hombres y mujeres que comían, bebían y cantaban en torno a una larga mesa al aire libre en un espléndido día de verano. Una niña, vistiendo un traje vaporoso, seguía con asombro la celebración. Todo en aquella escena giraba, desde luego, en torno al vino, que corría generoso animando los espíritus.
Cayetano leyó en voz alta el título de la novela que aparecía asociada por la fecha con el cuadro de Kroyer:
—El vendedor de vinos, de Georges Simenon, mi hermano. La escribió en 1970. Imagino que, al igual que en el cuadro de Kroyer, el tema de la novela es el vino. Ya casi te puedo apostar qué va a salir con respecto a ese tema en el diario. Busca la edición…
Sonrieron incrédulos, a pesar de todo: aquel día se habían presentado en tribunales de Estados Unidos y Europa demandas en contra de los productores vitivinícolas chilenos. Los acusaban de competencia desleal. Un recuadro indicaba que las temporeras de los viñedos del valle de Casablanca iniciaban una huelga indefinida en favor de demandas salariales.
Comprobaron con estupor que cada obra de la lista guardaba un nexo riguroso con sucesos políticos ocurridos en las fechas apuntadas en la columna de la derecha. Era evidente la coincidencia entre los temas y las fechas, y de que se trataba de un itinerario, de un plan maquiavélico y bien lubricado. No cabía duda de que Parker había conseguido un documento tan sorprendente como revelador.
Por otra parte, la fecha vinculada con el libro Kon-tiki, de Thor Heyerdahl, coincidía en forma notable con la creciente inestabilidad política en Isla de Pascua. Concluyeron que las fechas correspondían tanto al año anterior como al en curso, y les asombró que las fechas futuras hablaran de asuntos difíciles de pronosticar, como la novela de Marcel Proust Albertina ha desaparecido, o bien The fatal ballet, de Rick Geary, que era una especie de recreación del asesinato de James Garfield, el vigésimo presidente de Estados Unidos. ¿Se pretendía acaso asesinar en algún momento al mandatario chileno?
Todo aquello resultaba demasiado especulativo y espantoso, pero una cosa parecía indesmentible: El «Delenda est Australopitecus» se fraguaba desde las sombras bajo la batuta de Frosch y con la complicidad del Conde Rojo. Sintió unas ganas de ir a romperle las narices al jefe de La Casa al recordar que él era, en el fondo, el verdadero culpable del asesinato de Agustín Lecuona, pero se tranquilizó recordando las palabras de Parker en el sentido de que el Conde también era una víctima de la WPA. De la WPA y de sus propias ambiciones de poder, se dijo. ¿Y él, Cayetano Brulé, el fugitivo, qué debía hacer ahora? ¿Limitarse a seguir como testigo mudo todo cuanto ocurría y ocultarse con Kim en el archipiélago sueco? ¿O denunciar el descubrimiento? Sudó ante la posibilidad de convertirse en blanco de las burlas del gobierno y de terminar encarcelado.
—¿Te fijas que hay una actividad preparada para el 20 de febrero, es decir, para tres días más? —le preguntó a su secretario—. Observa, hay tres conceptos en bloque: The bridge over the Kwai river, de Pierre Boulk, Una voz dormida en la tierra, de José Manuel Serrano, y el apunte «A. Herrhausen-Australopitecus».
—Pésima película El puente sobre el río Kwai, pues, jefazo. A los japoneses nos ponen allí como tarados…
—Envía una nota de protesta a Hollywood si no te gusta. Lo que es yo, no tengo ni idea qué significa el resto. Lo malo es que la fecha se nos viene encima, pero lo bueno es que si logramos decodificar el asunto, podríamos correr a reunirnos con el gobierno.
—Usted es una lumbrera, jefe. Tenemos a la WPA en nuestras manos y ellos ni se lo sueñan.
—Faltan tres días para el 20 de febrero —comentó Cayetano junto a la puerta abierta. Comenzaba a aclarar de modo imperceptible sobre los techos de zinc, y ya cantaban los zorzales—. Si nos anticipamos a lo que va a ocurrir, agarraremos al toro por las astas, mi chino.