Capítulo 23
Días más tarde se reunió a almorzar con Jerez en una pizzería llena de humo, que manejaban kurdos en un local situado en un subterráneo de la avenida Valhallavägen. El sitio ofrecía condiciones ideales para encuentros conspirativos y a Cayetano le agradaron allí la soledad, la música mediterránea de una casetera y el aroma a pan caliente que exhalaban los hornos.
—Le traje el pasaje y unos dólares por orientación de Marcia —dijo Jerez en cuanto se hubieron sentado—. Se los paso enseguida.
Quedaban sentados al nivel de la vereda de la Valhalla, de modo que podían contemplar las piernas de cuantos pasaban por allí. Jerez, con la cabeza entre los hombros y su rostro pálido, ojeroso y bien afeitado, parecía sufrir en exceso los rigores del frío y la oscuridad escandinavos.
—¿Cuándo viajo a La Habana? —preguntó Cayetano mirando a los kurdos que amasaban pizzas. Vestían camisetas blancas, eran delgados, de rostros angulosos y llevaban bigote, algo inusual entre los suecos. Tal vez por eso lo habían saludado en kurdo y con afecto.
—Mañana. Hará el trayecto hasta Madrid en SAS, y después seguirá en Iberia.
Le sorprendió la rapidez con que ponían en movimiento su organización. Pocos días antes, tras la cita con Sardiñas en el Museo Vasa, había llamado a Jerez para anunciarle que necesitaba viajar a Cuba para continuar la investigación. Al hombre del MRA lo había sorprendido el hecho de que un ex dirigente de Acción Directa se ocultara en el archipiélago, pero se había limitado a tomar nota del asunto y Cayetano no le había revelado los detalles de la conversación. Ponerlo al tanto de todo podía llevar a Marcia a abandonarlo. Si viajaba al día siguiente, tendría que despedirse esa misma tarde de Kim, a quien tal vez no vería nunca más. Un cosquilleo le recorrió el estómago. No es que se hubiese enamorado de ella, pero sí le fascinaban su juventud, su belleza y su entrega desinteresada y sin complicaciones.
Después de ordenar sendas pizzas Cuatro staggioni y cervezas, Jerez le entregó un sobre que contenía el pasaje de avión y cinco billetes de cien dólares mientras un kurdo regaba la pasta cruda con trocitos de tomate, cebolla y pimentón, y el otro se acercaba a la mesa con vasos y las botellas de cerveza.
—Es gente muy sufrida —comentó Jerez—. Están repartidos entre varios países, que les impiden formar un Estado propio. Siempre han sido solidarios con los chilenos. A este paso van a desaparecer, mírelos bien, son candidatos a ser aniquilados ante la pasividad del mundo.
Cayetano creyó advertir cierta dignidad milenaria en los gestos del kurdo, pero no pudo olvidar que al día siguiente debía partir a Cuba. Mientras guardaba el pasaje y el dinero en la chaqueta, recordó lo ocurrido la noche anterior, cuando Kim le había rogado la dejara compartir su suerte, pues necesitaba estar a su lado, lo que no era amor, para que no se inquietara, pero sí una suerte de afecto y empatía con dosis de pasión. Y él le había respondido que no daría su brazo a torcer por cuanto la investigación, de la cual ella desconocía los detalles, la involucraría en asuntos delicados. De partida, él era un fugitivo de la justicia de un país del Tercer Mundo, y ella una muchacha con un gran futuro por delante en esa sociedad democrática y justa. Sin embargo, había menospreciado la terquedad de Kim:
—Yo iré. No puedes impedírmelo. Quiero, además, hallar a mi padre.
Y ahora tenía ante sí al imperturbable Jerez, anunciándole que un chileno llamado Federico se haría cargo suyo en la isla y lo pondría en contacto con quién deseara.
—El compañero es un tipo bien conectado. Hizo dinero esquivando el bloqueo comercial norteamericano.
Escuchó aquello con cautela. No descartó la posibilidad de que la empresa de Federico perteneciese al MRA, ya que ésta de algún modo debía conseguir los fondos para financiar la infraestructura con que parecía contar.
—¿Y qué opina de lo que ocurre en Chile? —le preguntó a Jerez cuando se convenció de que no le entregaría más datos sobre Federico.
—Todo esto se veía venir. Los gobiernos posteriores a Pinochet alimentaron demasiadas expectativas y ahora cosechan la insatisfacción que generan sus promesas inconclusas.
—Sin embargo, el MRA aún no se pliega a las protestas de los mapuches, cosa que sí han lecho los comunistas.
—Ya cambiará esa política —afirmó Jerez picado—. El MRA no tardará en unirse a las protestas. En el próximo congreso habrá un cambio de línea. Marcia debe salir, ha terminado por bajarnos el perfil. Es mucho lo que hoy está en juego en el país. En todo caso parece mentira que el gobierno no haya detectado a tiempo lo que se le venía encima.
—¿Y cómo lo iban a detectar?
—Con La Casa. Pero no fueron capaces de descifrar la ebullición social que se gestaba por una razón muy simple —añadió con desprecio—. Porque formaron el aparato de inteligencia con renegados que sólo creen en sus puestos y carecen de vínculos con el pueblo, lo formaron con traidores a sus antiguos camaradas.
Lo dejó desahogarse y aprovechó de cambiar el tema en el momento en que les servían las pizzas:
—¿No hay problema en que me acompañe una amiga sueca a Cuba?
Con el cuchillo y el tenedor ya en la mano, Jerez esgrimió una sonrisita burlona y le preguntó:
—¿Ya se entusiasmó con una rubia, mi amigo?
—Digamos que hay cierta persona que desea acompañarme.
—Si ella paga su pasaje, no hay problemas, es un asunto suyo —advirtió Jerez tomándose serio—. Pero tenga cuidado, no vaya a ser que se la haya infiltrado el enemigo…