Capítulo 21
—Soy Marcia —dijo la voz al otro lado de la línea y en ese instante Cayetano se liberó del abrazo de Kim y sintió que su deseo se esfumaba como si le hubiesen rociado con agua fría—. Jerez me contó lo que te sucedió en la islita y me dio tu teléfono.
Era pasada la medianoche. Desde el club de yates le había contado a Jerez segmentos de las conversaciones con Patricio Sardiñas, lo que había llevado al hombre del MRA a anunciarle que alguien del «interior» lo contactaría para entregarle nuevas orientaciones. Imaginó que debía estar anocheciendo en el verano ventoso de Valparaíso, y sintió deseos de estar en el Cinzano, de la plaza Aníbal Pinto, junto a una chorrillana y una cerveza, escuchando al incomparable Manuel Fuentealba cantar tangos, a sabiendas de que su oficina y su vivienda lo aguardaban a escasas cuadras de allí. Vio a Kim emerger desnuda y perfecta de entre las sábanas y desaparecer en el baño. Obviamente Marcia había escogido el peor momento para llamar.
—Entonces ya sabes que esto no tiene destino —comentó Cayetano en tono vago.
—El asunto no es claro, pero conviene que continúes —dijo Marcia.
—¿Estás en Chile?
—Sí.
—Por eso crees que es posible seguir adelante —reclamó pensando cómo sería asilarse en Estocolmo e iniciar, al igual que Sardiñas, una nueva vida. Más de cuarenta mil latinoamericanos residían en Suecia, y seguro que más de algún trabajito investigativo habría que hacer entre ellos—. El hombre con el que conversé ayer me resultó amable y educado, casi un sueco, pero en el fondo no me dijo mucho.
—Tal vez es un protegido de la gran compañía del norte —comentó Marcia refiriéndose a la CIA—. Y eso es lo que más nos interesa. Aquí puede existir un nexo entre «la compañía» y el asunto que tienes entre manos.
Cayetano se sentó desnudo en el borde de la cama y apoyó los codos sobre las rodillas. Le molestaba la barriga que ya comenzaba a consolidársele con los años. Kim cruzó el cuarto en penumbras y se detuvo junto a la ventana. Cayetano admiró su silueta de cintura fina y piernas largas recortada contra la luz de los edificios de enfrente y pensó que la perfección de ese cuerpo de piel manjar subrayaba aún más la diferencia de edad entre ellos. Sí, se dijo, Estocolmo era un buen lugar para refugiarse. De algún modo podría a lo mejor permanecer allí. Lo de los papeles podría resolverlo con ayuda de Kim, Jerez o Lobos. Además, si los temores del doctor Müller eran fundados, no viviría por largo tiempo.
—Sólo tengo el nombre de un tal Parker y el de una organización medio secreta para seguir adelante —resopló.
—Debes ubicar a ese Parker, quien no aparece en mis libros. Intuyo que es un tipo clave. Clave para nosotros, para entender las cosas, y para ti, para volver a ser alguien en este país.
—Buscar a un Parker en México es como buscar una aguja en un pajar. Además, nadie conoce esa organización. Ni Agustín estaba convencido de su existencia.
Prefirió omitir lo que Sardiñas le había dicho sobre el vuelo Ámsterdam-Berlín de 1985. De hacerlo, el MRA iniciaría acciones por cuenta propia, denunciando al Conde Rojo y todo se iría al carajo antes de que él aclarara el crimen. Entregarle información dosificada al MRA, en eso consistiría su treta, de lo contrario lo dejarían abandonado a mitad de camino. No les estaba mintiendo, sólo les contaba parte de la verdad.
—Además, se me va a acabar el dinero —comentó.
—Tiene que alcanzarte —ordenó Marcia como si él fuese un militante revolucionario—. Tienes que seguir adelante. Este país está que arde y tal vez hay ciertos planes en contra de él.
—¿A qué te refieres?
—A muchas cosas que ocurren con una dinámica sorprendente: la rebelión mapuche, las huelgas en el sector exportador, los secuestros, la imagen del país en el extranjero —le pareció que escuchaba a una empresaria y no a una militante de izquierda—. Y me temo que se comience a desarrollar algo parecido a lo de los mapuches entre los atacameños, los pascuenses y los aymarás. Es cuestión de tiempo.
—¿Y no están ustedes detrás de todo eso?
—Si lo estuviésemos, seríamos poderosísimos. Pero conozco a gente que planea sumarse a esos procesos. Yo creo que se trata de salvar el ring para poder pelear después en él. Quemarlo no le sirve a nadie, o a muy pocos.
—¿Entonces piensas que lo de Agustín forma parte de todo este asunto?
Cruzada de brazos sobre la jamba, Kim continuaba observando la calle, ofreciendo sus nalgas duras hacia el detective, que decidió calzarse las gafas para disfrutar aquel panorama.
—Puede ser —repuso Marcia enigmática—. Lo cierto es que, con toda esta crisis y la globalización, el país depende hoy más que nunca del exterior tanto en términos económicos como de imagen. Dudo de que eso sea bueno.
Le sorprendió el tono aciago de Marcia. Era cierto que los mapuches demandaban mediante manifestaciones y tomas, condiciones dignas de vida, y que sus exigencias gozaban del apoyo de la izquierda chilena y europea, sabía también que un grupo desconocido mantenía secuestrado al hijo del Presidente de la Corte Suprema y que terroristas habían asesinado al hijo de un importante accionista de una minera canadiense, pero que ahora los pascuenses y atacameños pudiesen buscar una suerte de autonomía, le sonaba a política-ficción.
—¿Pero qué opinan ustedes? —preguntó. Ahora Kim se acercaba a la cama con la actitud de niña ingenua de la Venus de Botticelli.
—Hay desorientación —admitió Marcia bajando la voz—. Ignoramos quién dirige todo. Por ello nos interesa este asunto. Son contradicciones intercapitalistas. La inestabilidad que paraliza al país nos parece artificial. Algo está fallando en el corazón del sistema, e ignoramos quién se esconde detrás de esto.
—¿No serán ustedes o aliados de ustedes?
—No somos nosotros. Aquí hay, a lo menos, una aplicación mecanicista de las lecciones de la Revolución rusa. Pero te llamé para decirte otra cosa.
—Soy todo oídos.
—No te molestes y no lo tomes a mal, pero si no logras datos concretos, no podremos seguir adelante. Hay gente importante en el club que se opone a que yo haya confiado en ti, un sabueso sin pedigrí. ¿Entiendes?
Lo entendía a la perfección. Le estaba anunciando la posibilidad de dejarlo a la deriva y nada más y nada menos que en Escandinavia, en medio del invierno.
—No te preocupes, con tal de que no me traicionen, me las arreglaré de alguna manera. Dame un par de días más —suplicó sin saber en qué basar sus expectativas.
—Bravo, así se habla —repuso ella manteniendo el tono condescendiente. No hay nada peor que gente autoritaria en cargos de poder, pensó Cayetano—. Pero ya sabes, sin resultados, no hay cooperación.
Y diciendo esto, colgó. El detective permaneció largo rato en silencio, confundido, con la cabeza entre las manos, disfrutando el masaje de Kim en sus hombros. Sólo pensar en vivir para siempre en Escandinavia lo apesadumbraba. Después de tantos años en Chile, la mitad de su alma era ya chilena. ¿Qué podía hacer un cubano medio chileno en Escandinavia?
En ese instante volvió a sonar el teléfono, cosa que lo sobresaltó. Kim respondió.
—Es para ti —dijo ella—. Patricio.
Acercó el auricular a la oreja, sorprendido. Sardiñas no tenía teléfono en la isla.
—Tenemos que hablar antes de que se vaya —dijo el chileno—. Espéreme en el Museo Vasa, mañana, a las diez de la mañana. Último piso, junto a la proa. ¿Escuchó? Junto a la proa del Vasa.