Capítulo 10

¿No se estaría enamorando de la muchacha? Una vez más le costaba establecer la diferencia entre amor y sexo, y ya estaba viejo, gordo y algo calvo para aprender a hacerlo. ¿Es que Kim lo atraía sólo físicamente o, en verdad, se estaba enamorando de ella? ¿Es que toda atracción física consumada podía desembocar en una tierra imprecisa y sin nombre, una especie de antesala del amor o bien de la aventura? ¿Era posible diferenciar la simple atracción del verdadero amor antes de ir al lecho, o sólo era posible a posteriori, cuando la pasión ya se consumiera? Admitió que cualquier estudiante de secundaria se burlaría de sus cuitas y le recomendaría disfrutar la vida, vale decir, las carnes duras y bronceadas, la cintura fina, los pechos pequeños y erguidos, y los labios húmedos de la sueca. Pero no se trataba de eso, coño, menos a su edad y bajo sus circunstancias.

La voz ronca del chofer del turistaxi lo devolvió abruptamente a la realidad. Estaba a sólo unas cuadras del parque Zapata, en la esquina de la Quinta Avenida y calle Veinte. Pagó a la rápida una suma aproximada y echó a caminar con Kim bajo la sombra de los flamboyanes acordando los últimos detalles del plan:

—Dame tiempo para conversar con él —dijo cuando pasaban junto a los antejardines de las mansiones de Miramar. Llevaba bajo el brazo un Granma que publicaba un discurso de Fidel elogiando nuevos récords en la producción agrícola de las cooperativas socialistas—. Debes permanecer oculta entre las mahaguas que están frente a la embajada de Bélgica.

Kim le había exigido que le permitiera acompañarlo a la cita con su padre. Anhelaba verlo desde que tenía uso de razón y no estaba dispuesta a dejarlo escapar en esta oportunidad. Le resultaba indiferente si su padre se negaba a conversar con ella, sólo quería verlo. Pese a la oposición de Cayetano, quien pensaba que no era el momento adecuado para el encuentro, ella había terminado por imponerse. En fin, si Ismael conocía a Eladio, era posible que Eladio también supiera algo de la WPA y del paradero de Parker.

Los deslumbraron las calles amplias y de vegetación frondosa, las balaustradas bruñidas, las rejas de hierro forjado y las fachadas eclécticas de los alrededores. Parecía como si el tiempo hubiese acrecentado el encanto del antiguo barrio de la burguesía, convertido ahora en el reparto de los diplomáticos, empresarios extranjeros y dirigentes revolucionarios.

Se separaron una cuadra más arriba, a la altura de Veintidós, y Cayetano, tras comprobar que nadie lo seguía, se dirigió a la plaza Zapata. Una vez allí se aproximó al monolito levantado en honor del héroe mexicano y se sentó a leer el Granma en un banco de piedra, a la sombra de los árboles.

—¿Ciabatta? —preguntó una voz y él se encontró de frente con un mulato macizo, de rostro ancho y ojos encendidos que lo miraba con curiosidad—. Soy Eladio.

Peinaba canas en las sienes, tenía la frente amplia, los pómulos salientes y los brazos fuertes, todo lo cual le confería un aspecto saludable. Algo de sus ojos y un aire en la sonrisa le recordaba a Kim. Superaba a Cayetano por una cabeza, y parecía un boxeador de peso completo en retiro y estado envidiable.

—Le agradezco que haya venido. ¿Conversamos aquí?

—En una serie policial de televisión, llamada En silencio ha tenido que ser, los espías se reunían a menudo aquí —comentó Eladio risueño—. La vida se parece a veces a los libros y a las películas.

—Así es, y yo vine a verlo por algo que parece justamente una novela —dijo Cayetano jugando con una ramita recogida del piso—. Es un tema en el cual se mezclan lo real y lo ficticio, y del cual usted quizás sabe algo, la WPA.

Eladio soltó un suspiro de fastidio y preguntó serio:

—¿Quién lo envió a verme?

Se mantenía de pie a pasos suyos, con las manos en los bolsillos, controlando a ratos los alrededores por entre los arbustos. De pronto la afabilidad había desaparecido de su rostro. Bajo la guayabera, a la altura del cinturón, se alcanzaba a dibujar el promontorio formado por su arma de servicio.

—No importa quién me envió. Soy un investigador independiente, que vive en Chile, y que necesita saber algo de la WPA.

—Y yo soy un funcionario cubano. No puedo hablar así como así con desconocidos.

—No le estoy pidiendo secretos. Ando buscando a un hombre de la WPA de apellido Parker. Sólo me interesa saber dónde lo ubico. Del resto me encargo yo.

Eladio se cruzó de brazos, alerta. Su interlocutor bien podía ser un agente provocador. Cayetano calculó que desde algún punto esa conversación era monitoreada por otro cubano.

—¿Quién le dio mi nombre?

—Para qué le voy a mentir —respondió. Echaría por la borda la promesa del día anterior. Era la única forma de quebrar a ese hombre—. Me lo dio Ismael.

—El carajo…

—No quiso hacerle daño, sólo ayudarlo. Me contó lo de su hija. Lo siento, Eladio. Lo siento de veras.

Le recordó en cierta forma lo ocurrido con Vladimir Lobos. Eladio también estaba preparado para rechazar un intento de soborno o reclutamiento del enemigo, pero no para que un desconocido le expresara sentimientos de dolor por la muerte de su hija. Romper los esquemas constituía siempre un arma insustituible, pensó el sabueso.

—Quizás Ismael pensó que le vendría bien encontrarse ahora con su hija sueca —añadió.

—¿Quién puede saber en verdad lo que me conviene?

—Si quiere, dejamos todo hasta aquí y no ha pasado nada.

—Aunque quisiera ayudarle, Ciabatta, no tengo idea de la WPA.

—Es una lástima. O la gente no sabe o tiene miedo a hablar de ella —repuso y se introdujo la ramita entre los labios—. En todo caso, tanto a mí como a su hija nos urge encontrar a ese Parker.

—Mire, ignoro si usted ha venido a Cuba a chantajearme, pero si se lo propuso, no lo logrará —advirtió Eladio alzando la voz—. Además, no tengo el más mínimo interés en verla, ni siquiera en esta etapa de mi vida. No es bueno ni para ella, ni para mí. ¿Sabe?, los hijos no son biológicos, sino culturales.

—No entiendo.

Eladio se cruzó de brazos y guardó silencio mirando el suelo.

—Los hijos son los que uno cría, no importa la simiente de la cual provienen —agregó—. Una hija adoptiva, criada por uno, puede convertirse en hija auténtica, y una hija biológica con la cual no se establece relación alguna puede tornarse la peor enemiga.

—No me va a negar que ella tiene derecho a conocerlo…

—¿Y cuáles son mis derechos?

—Bueno, mantener una distancia, pero al menos tiene que escucharla.

—Esa muchacha existe por la exclusiva voluntad de su madre. Su madre la planeó sin advertírmelo. Me utilizó, ¿me entiende? Usted como hombre tiene que entenderme: las mujeres siempre tienen en ese sentido la sartén por el mango.

—Desconozco los detalles —dijo Cayetano.

Supuso que su interlocutor cobijaba desde hacía mucho ese tipo de resentimientos y que no los había compartido con nadie.

—No sé por qué coño le estoy contando todo esto —exclamó de pronto Eladio.

—Porque en el fondo le interesa su hija sueca.

—No sé nada de la WPA —insistió sin mucha convicción y se sentó junto a Cayetano.

—Le pregunto por última vez, porque tampoco voy a rogarle que haga lo que le corresponde: ¿le interesa ver a Kim?

—No deseo verla, que es distinto.

—Ella está cerca. Me basta con hacerle una seña y se acercará.

—¿Cree que soy tan comemierda como para asistir a una reunión clandestina con un desconocido sin tomar precauciones? Usted mismo la trajo.

—¿La llamo o no?

—No. No quiero verla. No deseo que mi indiferencia la hiera.

Resolvió, entonces, sacar su carta maestra del bolsillo. Pronunció las palabras lentamente, sopesando cada una de ellas, consciente de que se jugaba demasiado y que podría parecer inescrupuloso:

—Si no desea que Kim sufra aún más, ayúdenos.

—¿Cómo?

—La WPA nos tiene amenazados de muerte. A ella y a mí.

Le contó detalles de la situación que afrontaban, y por la preocupación que vislumbró en sus ojos, supuso que sus palabras sonaban convincentes.

—Lo mejor es que se desentienda de todo —sugirió Eladio—. Esa gente no bromea.

—Usted, que a estas alturas aún sigue a su líder, ¿me recomienda renunciar a lo último que me queda, la dignidad? Vamos, Eladio, usted sabe que mi única salida es por la puerta amplia, de lo contrario habré traicionado a Agustín y renunciado a la búsqueda de la verdad y seré un rehén perpetuo de ellos.

—Todo eso suena muy bien, Ciabatta, pero a veces los hombres deben hacer concesiones.

—¿Por eso continúa usted siendo fiel a esta revolución que naufraga?

—Si a usted le queda sólo la dignidad, a mí me queda sólo la consecuencia —admitió Eladio cabizbajo—. Es lo único con lo que me enterrarán. A esta revolución sólo me unen ideales. Nada material he ganado con ella.

Cayetano escupió el palito.

—Déme las coordenadas para ubicar a Parker —insistió—. Él podrá decirme qué llevó a Agustín Lecuona a Chile.

—O tal vez nadie lo sabrá nunca. La WPA es intangible, coño. ¿No ha tratado nunca de agarrar el viento con las manos? La WPA es como un huracán. Cualquiera de sus compañías afiliadas es más poderosa que Chile.

—Necesito los datos para ubicar a Parker. Ya sé que él fue agente cubano.

Eladio soltó una carcajada.

—¿Eso también se lo dijo Ismael? —preguntó incrédulo—. Ya ni siquiera los secretos se guardan en esta isla. Yo he escuchado de Parker, porque la WPA es un tema nuestro desde hace mucho. Pero debo desanimarlo, la WPA no tiene archivos, ni estatutos, ni rostro, y nadie sabe ya cómo dar con Parker.

—¿Ni siquiera en Chicago o Fráncfort?

Eladio levantó la vista y por entre los arbustos, más allá de los vehículos que fluían por la Quinta Avenida, divisó a la muchacha alta y bronceada que cruzaba ahora bajo la sombra de las majaguas centenarias. Estimó que no tardaría mucho en estar junto a ellos y antes de marcharse, dijo:

—Parker ya no trabaja para la WAP, jubiló. Por lo tanto jamás podrá ubicarlo. Lo más aconsejable es que usted y Kim se oculten en el archipiélago sueco o en la tierra de los samis.

Cita en el azul profundo
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