Capítulo 9
—Me parece muy digno que el Pato Sardiñas se haya retirado a una isla después de caer en manos del enemigo —comentó Wenceslao acariciando con las yemas la portada amarillenta de la novela de Luis Rogelio Nogueras en la mesa de La Esperanza—. En nuestro servicio reclutamos por convicción ideológica, a diferencia de la CIA, que lo hace por dinero. Como le dije, Sardiñas siempre fue un buen elemento.
Wenceslao tenía a los sesenta años algunas libras de más. Era alto y de boca estrecha, y sus cejas pobladas le conferían un aire de monje triste y resignado. En el pequeño living adyacente había bebido con fruición un Tío Pepe y ahora aguardaba paciente el plato de fondo en aquel local privado con paredes cubiertas de óleos modernos, iconos religiosos y retratos antiguos. De alguna forma le pareció que La Esperanza resultaba anacrónica, porque anunciaba tiempos posteriores a la revolución.
—Pues Sardiñas me insistió en que hablara con usted por lo de la WAP —dijo Cayetano.
—En verdad lo «atendí» varios años en el Departamento América en la época de Pinochet. Era el líder clandestino chileno de mayor proyección. Jamás habría terminado como algunos dirigentes izquierdistas, que sólo aspiraban a vivir como burgueses.
—Que Sardiñas era un tipo con futuro también lo sabían los servicios secretos occidentales —comentó el detective mientras un mozo le servía cerveza. Por la avenida Tercera, pleno barrio de Miramar, pasó una guagua repleta a toda carrera—. Lo cazaron y lo dieron vuelta de forma magistral, si uno cree lo del vuelo Ámsterdam-Berlín.
—Una lástima todo lo que le ocurrió, pero el que se mete en este oficio, debe saber en qué se mete.
Habían ordenado pollo al grill con salsa picante de pomodoro, y después camarones ecuatorianos. Era primera vez que Cayetano estaba en La Esperanza. Un artículo en la revista del avión, así como el nombre, tan especial, lo habían convencido de que se trataba del lugar que le convenía.
A Wenceslao no lo habían despedido del Departamento América en la época en que calculaba Jesús Figueroa, sino años más tarde. La expulsión del espionaje por el intento de su hija de abandonar la isla había sido sólo un simulacro para dotarlo de nueva leyenda y permitirle continuar en su especialidad: la infiltración de grupos contrarrevolucionarios. Sin embargo, pocos años más tarde había caído efectivamente en desgracia debido a negocios algo turbios con mexicanos. Llevaba ahora largo tiempo desempleado y descartaba que algún día volvieran a llamarlo. Su confusa historia despertó cierta suspicacia en el detective, quien a esas alturas no atinaba a distinguir si su interlocutor seguía siendo o no agente cubano.
—Tengo una idea aproximada de la WAP y de sus métodos de trabajo, y sospecho que ella liquidó a Lecuona porque sabía demasiado —dijo el investigador mientras se refrescaba con la Hatuey—. ¿Usted cree que la WAP tiene a Chile ahora en la mirilla?
—El modo en que Chile se derrumba se asemeja demasiado a la estrategia de la WAP para destruir naciones emergentes —aseveró Wenceslao. Eruptó y se pasó el dorso de la mano por los labios. Llevaba un reloj ordinario y una guayabera percudida con un lápiz bic asomando por el bolsillo—. ¿Conoce usted algún país emergente que haya atravesado el umbral del desarrollo en los últimos cincuenta años, excluyendo al Japón?
Admitió para sí que no conocía ningún país que lo hubiese logrado mientras estudiaba a los comensales de La Esperanza: casi todos hombres de cierta edad acompañados de atractivas jovencitas cubanas ligeras de ropa y tal vez de cascos. A simple vista, la prostitución en la isla superaba con creces a la que existía en la época de Fulgencio Batista, cuando Cuba era considerada «el lupanar de Estados Unidos».
—Durante mis últimos años trabajé en el contraespionaje, que ya no es ni la sombra de lo que era. Usted entiende, después de lo de Ochoa ya nada es igual en la isla —aclaró Wenceslao en voz baja—. Y varias veces recibí allá de refilón datos sobre la WPA. En realidad, ya desde la época en que «atendía» a Sardiñas me interesaban las organizaciones enemigas de perfil bajo para infiltrarlas.
—Necesito datos más concretos, Wenceslao. Ya le conté mi situación. Tengo que llegar a la WPA.
Wenceslao juntó las cejas y ensartó una rodaja de salchichón con el tenedor.
—Nadie sabe dónde radica la WPA —afirmó—. Se reúne discretamente, sin dejar rastro. Lo puede hacer en la Costa Azul o en Davos, o en Aspen, o en cualquier otro lugar exclusivo. Sus directivos aprueban planes de acción, llamados protocolos, y fondos millonarios para financiarlos, y se los encargan a una comisión ejecutiva, la que a su vez contrata a los agentes, que pueden ser pistoleros, terroristas, ecologistas, empresarios, sindicalistas o periodistas. Éstos son los que en verdad actúan.
—Así no quedan huellas…
—Es que en rigor la WPA nunca hace nada. Es simplemente la autora intelectual de todo. Ella diagnostica y establece el tratamiento, pero las operaciones las ejecutan agentes a sueldo, que ni siquiera saben quién los contrata.
—Supongamos que lo que ocurre en Chile está siendo impulsado por ella…
—¿Supongamos? —preguntó Wenceslao burlesco y se introdujo un nuevo trozo de salchichón en la boca—. Que ella está interviniendo es más claro que el agua.
—Lo que me interesa es si quienes actúan ahora en Chile, saben que le hacen el juego.
—Es improbable, porque la WPA, tras ubicar los focos de conflicto de un país, actúa sobre ellos como catalizador. No crea los conflictos, sino que los radicaliza —dijo Wenceslao, y a Cayetano esas palabras le recordaron las de Ismael—. Ni las temporeras, ni los mapuches, ni los ecologistas imaginan que le están haciendo el juego a una agrupación de élites internacionales.
—Y usted, dedicado por años al tema, ¿no conoce a alguien que haya trabajado para la WPA y pueda tirarme un cable?
—Sus agentes no hablan, pues carecen de justificación ideológica —repuso enfático—. El que trabaja para nosotros lo hace por el socialismo, el que colabora con la CIA alega ser anticomunista, pero servir a la WPA no tiene justificación alguna. Por ello sus agentes jamás dan la cara…
El mozo les sirvió el pollo a la salsa, acompañado de arroz blanco y verduras a la mantequilla, y después acomodó en una mesa arrinconada a un hombre mayor con aspecto de extranjero y a un atlético joven mulato.
—Mire, lo que voy a decirle —agregó Cayetano volviendo a fijar sus ojos en los de Wenceslao—. Sardiñas me mencionó su nombre, porque tal vez tuvo una premonición, y yo estoy metido en este embrollo porque investigo un asesinato de origen turbio, que me complica.
—¿Quiere ablandarme el corazón acaso?
—Tal vez, pero yo no puedo dar un paso atrás ni para tomar impulso. Quiero recordarle que si usted no me ayuda, Sardiñas se habrá equivocado una vez más y yo seré condenado a perpetua por un crimen que no cometí.
—¿Y no puede refugiarse en Cuba?
—¿Está loco? Tengo a gente de la WPA sobre mis talones.
—Es difícil que actúen acá. No son santos de la devoción del comandante en jefe por razones obvias…
—¿Sí?, pues Ismael, del Departamento América, me dio tres días para marcharme.
—¡El carajo! Fue el que me sacrificó y quien se benefició con mis pecadillos.
—Pues mi cuadro es peor —insistió Cayetano trozando su presa de pollo—. Tengo ya plazo para abandonar la isla, me persiguen pistoleros de la WPA y afuera me espera la Interpol si mis aliados me traicionan.
—¿Y qué quiere que haga?
—Que me ayude a acercarme a la WPA. Estoy urdiendo un plan para salvar el pellejo.
Wenceslao reflexionó durante unos instantes. Sus mejillas sudaban. Dijo:
—Había un hombre nuestro en Chicago que trabajaba en la WPA. Era un agente doble. Nunca confié demasiado en él, ¿me entiende? Los agentes dobles suelen correr con colores propios. Lo vi un par de veces en Miami y en París. Pertenecía al secretariado general de la WPA y nos entregaba informes esporádicos contra estadas en el hotel Internacional de Varadero.
El dato lo entusiasmó.
—¿Cómo se llama y dónde lo encuentro?
—Se llamaba Parker, Roger Mike Parker —dijo Wenceslao casi en un susurro—. Pero sólo recuerdo que vivía en Chicago.
—¡Coño, pero no me va a dejar así ahora! ¡Tiene que acordarse! —reclamó impaciente, pues no era la primera vez que escuchaba ese nombre—. ¿Dónde puedo encontrarlo?
Wenceslao bebió de su cerveza y dijo al rato con voz trémula:
—Parker repetía que cuando jubilara, se retiraría a una casita que poseía en la costa caribeña de México. Si ya jubiló e hizo realidad su sueño, lo puede ubicar allá. No debe haber muchos Parker en Playa del Carmen, supongo.