46
Zoë consiguió escapar de las manos de Ben y salió a gatas del refugio. Ben la siguió y la cogió por el tobillo. La chica pataleó y le dio en el hombro que tenía herido. Ben gritó y se cayó al suelo mientras ella se arrastraba y echaba a correr.
—¿Adónde crees que vas? —le gritó Ben.
Zoë corrió entre los árboles, apartando las ramas al pasar.
Luego se paró y gritó. Una figura salió de los arbustos.
Era Alex, acalorada y con la cara roja por la caminata. Estaba despeinada y llena de hojas, y llevaba los vaqueros empapados hasta el muslo por haber andado por el agua.
—¿Zoë? ¿Adónde vas?
Ben llegó adonde estaban. Respiraba con dificultad y se apretaba el hombro. Le lanzó una mirada feroz a Zoë.
—Vale, hija de puta. Ahora sí que vas a hablar.
Alex se quedó perpleja.
—¿Qué está pasando aquí? Traigo buenas noticias. Hay una granja arriba en las montañas, a unos tres kilómetros.
—Lo que pasa es que Zoë ha recuperado la memoria —dijo Ben—. No nos había dicho nada.
Zoë se echó a llorar y cayó de rodillas al suelo.
Alex miraba con incredulidad.
—¿Eso es verdad?
—Venga, suéltalo —dijo Ben—. ¿Dónde están los ostraca? ¿De qué va todo este asunto? ¿Por qué los quieren Jones y Slater?
—No lo sé —dijo Zoë sollozando.
—No te moverás de aquí hasta que nos cuentes la verdad —dijo Ben.
—¡Va en serio! —le dijo gritando—. No sé por qué los quieren. ¡Solo los estaba utilizando para chantajear a Cleaver!
—Pues dime dónde están —dijo Ben, intentando con todas sus fuerzas dominar la furia de su voz—. Y entonces quizá podamos salir de esta. Podemos utilizarlos contra ellos.
Zoë movía la cabeza bruscamente, tenía la cara llena de lágrimas y polvo.
—No os puedo decir dónde están —dijo sollozando.
—¿Por qué no?
—Porque… porque… No lo puedo decir. —Volvió a echarse a llorar y a pasarse los dedos temblorosos por la cara.
Alex se acercó a ella y la cogió del brazo.
—No tengas miedo. Intentamos ayudarte. Cuéntanoslo. Luego iremos a la granja. Pronto se acabará todo.
Zoë se secó las lágrimas y miró a Ben asustada. Sorbió, agachó la cabeza.
—¿Y bien? —preguntó el hombre.
—No os lo puedo contar porque… no existen. —Bajó los hombros—. Ya está. Ya lo he dicho. ¿Contentos?
Ben se quedó pasmado, callado, durante unos segundos.
—¿Qué? —dijo en voz baja.
Zoë se puso de pie, con las piernas separadas.
—Era todo un farol —susurró—. Todo era mentira, ¿vale? No hay pruebas. Me lo inventé todo.
Ben trató de darle sentido a lo que estaba diciendo.
—Pero el trozo que le enviaste a Cleaver, el que le diste a Skid McClusky para que se lo entregara… Era real. Cleaver lo verificó.
Zoë negó con la cabeza llorando.
—Lo dató por radiocarbono, eso es todo. El fragmento era de la época correcta. ¿Por qué creéis que lo escogí? Pero la inscripción no tenía sentido. Nadie podría haberla identificado. Solo encontré un par de fragmentos. Por lo que yo sé, era una especie de antiguo recetario de cocina hebreo o una hoja de cuentas. No había lo suficiente como para darle sentido.
Ben se quedó mirándola fijamente, cada vez más enfadado. El dolor del hombro había desaparecido.
—Un recetario de cocina —repitió.
—Ni siquiera estaba segura de que Cleaver se lo tragara —soltó—. Fue una idea alocada que se me ocurrió un día en una excavación en Turquía. No tuve que inventarme los detalles porque sabía que podía engañarlos. Pensé que sería un buen modo de vengarme de ese cabrón, de alterarlo un poco. Ese estúpido libro. ¿A quién quiere engañar? —Se puso roja—. ¿Y por qué tenía que quedarse con todo el dinero de Augusta? Era mi amiga primero. Debería ser yo quien se lo quedara.
—¿Y esa es la verdad? —dijo Ben—. ¿Nunca hubo ninguna prueba sobre san Juan y el Apocalipsis?
—Si la hay —dijo Zoë sorbiendo—, sigue enterrada en algún sitio.
Ben empezó a temblar conforme lo iba asimilando. Pensó en Charlie. En su cabeza se estaba reproduciendo el momento en que su amigo había volado en pedazos.
—Supongo que no te sentirás en absoluto culpable si te hablo de las vidas que has destrozado con tu pequeño plan —dijo—. No importa que tu familia se haya vuelto loca de preocupación. Que Nikos esté muerto. ¿Lo sabías? ¿Te importa? —El dolor volvía a aparecer, como un trozo de hierro fundido en la carne.
Zoë lo miró asustada, luego cerró los ojos y no dijo nada.
—Por no mencionar las víctimas de la bomba en Corfú, de la que no sabes nada —dijo Ben—, pero que causaste tú. Y del doctor que arriesgó su vida para ayudarte y murió en el intento. Y de tu amigo Skid McClusky, que está escondido en un motel asqueroso con las piernas destrozadas. Y todo gracias a ti, a tu estúpida bromita. —Le costaba respirar por el dolor. Contuvo las ganas de agarrarla del pelo y estamparle la cara contra el suelo—. Siempre he tratado a las mujeres del mismo modo que a los hombres, pero… Si fueras un hombre, Zoë, te juro que hoy sería tu último día. No sabes lo que has hecho.
Se hizo un largo silencio, lo único que se escuchaba era el suave sollozo de Zoë, el susurro de las hojas movidas por la brisa y la llamada de un buitre en las alturas.
Alex fue la única que rompió el silencio.
—¿Y eso en qué punto nos deja?
Ninguno respondió.
A Ben le entraron náuseas, como si tuviera fiebre. Notó que algo le goteaba en el pie y miró hacia abajo. Tenía la mano izquierda llena de sangre que se escurría entre los dedos manchando la tierra. Alex también lo vio y en su mirada se reflejó la preocupación.
Y entonces se escuchó el fuerte ruido de las palas de un rotor a lo lejos. Ben miró hacia arriba. El helicóptero era simplemente un punto en el cielo, pero se hacía cada vez más grande.
—Tenemos compañía —murmuró Alex.
—A cubierto —dijo Ben—. Ya. —Cogió a Zoë del brazo y la arrastró bruscamente, luego la lanzó entre unos arbustos. Alex se agachó y se colocó detrás de ella, y Ben se puso en cuclillas a su lado. Podía oler el pelo de Alex, su piel caliente. A pesar del dolor, sentía un extraño hormigueo por la sensación de proximidad.
El helicóptero se acercaba, el rugido sordo se escuchaba por todas partes. Luego pasó por encima del valle arbolado, sacudiendo los árboles, y se marchó.
Alex soltó el aire que había estado conteniendo.
—¿Crees que han encontrado el coche?
Ben negó con la cabeza.
—Están inspeccionando toda la zona. Eso es lo que yo haría. Jones debe de haber pedido todos los recursos que haya podido reunir. —Se puso de pie mientras se oía el zumbido del helicóptero al alejarse—. Es hora de irse.