40
Jones recorrió a toda prisa el pasillo, sujetando el revólver firmemente delante de él, apuntando a todos los rincones y puertas. La mayoría de las bombillas parpadeaban o estaban rotas y proyectaban largos focos de oscuridad por todas partes. Se tropezó, sin dejar de maldecir, con un montón de viejas cajas de cartón y latas de pintura. Cogió su radio.
—Kimble. Informa.
Silencio.
—Mierda —dijo Jones—. Jorgensen. ¿Sigues ahí?
—Recibido. Seguimos aquí arriba. Todavía no hay señales de él. ¿Y vosotros?
—Nada. El cabrón es como un fantasma. Vale. Corto.
Jones giró una esquina. El cobrizo olor acre a sangre fresca flotaba en el aire, mezclándose con el hedor a humedad y putrefacción. Vio tres siluetas oscuras tumbadas en la oscuridad delante de él. Les indicó a Bender y a Simmons, que iban detrás de él, que se detuvieran. Se quedaron mirando a los tres agentes muertos en el suelo.
—Con ellos, ya se ha cargado a cinco de los nuestros sin más —dijo Bender—. Está jugando con nosotros.
—No creo que dividirnos fuera una gran idea —murmuró Simmons por encima de su hombro.
Jones apretó los dientes y casi grita del dolor. Se secó el sudor de los ojos.
—Necesitamos más gente. Mucha más gente.
—No tenemos más gente —dijo Bender.
—Puedo conseguir que vengan cien hombres y cojan a ese hijo de puta —espetó Jones—. Solo tengo que hacer una llamada.
Se quedó pensando un momento. Tardaría unas horas en conseguir refuerzos. Primero tendría que pedir que le devolvieran varios favores, y el tipo de personal en el que estaba pensando requería tiempo para organizarse.
Se le ocurrió otra idea.
—Está bien, escuchadme. A la mierda. Vamos a subir al último piso y a reunirnos con los demás allí. Seremos siete. Me da igual lo bueno que sea ese tío, no hay manera de que pueda con siete de nosotros. —Sonrió abiertamente—. Y antes vamos a clavarle la jeringuilla a esa zorra de Bradbury. Ahora mismo. Ya estoy cansado de tanto esperar. Veamos lo que sabe.
—A Slater no le va a gustar.
—A la mierda ese cabrón cobarde. Si quiere ser el jefe, debería haberse quedado aquí.
Pasaron por encima de los cadáveres y avanzaron corriendo por el pasillo. Jones llegó el primero al ascensor y aporreó el botón del primer piso. Se quedaron en silencio, con gesto abatido, mientras el ascensor subía rápidamente. A continuación, las puertas se abrieron deslizándose y Jones se dirigió como una flecha hacia la puerta de su despacho.
No estaba cerrada; estaba ligeramente entreabierta, un par de centímetros.
Se esforzó por recordar. No, no la había dejado abierta. La había cerrado con llave.
Sacó la pistola. El miedo comenzó a anudarse en su estómago, y la pistola temblaba en su mano. Contrólate. Sostuvo la pistola delante de él y, vacilante, empujó un poco la puerta con la mano izquierda. Crujió. La abrió un poco más. Entró a la habitación, el corazón le palpitaba.
El despacho estaba vacío.
Y también lo estaba el escritorio. Y la bolsa de lona había desaparecido.
—Hope —dijo en voz baja—. Hope ha estado aquí.
Simmons estaba detrás de él, mirando fijamente con los ojos muy abiertos.
—La ha cogido —dijo Jones con voz entrecortada—. Joder, ha cogido la botella.