16

Un instante: la terraza de un café, familias y amigos desayunando. Un segundo después: una explosión se lo traga todo, hace que todo salte por los aires. La onda expansiva recorrió la acera y llegó a la carretera, derribando cuanto encontraba a su paso. Trozos de mesas, sillas y sombrillas lanzados al aire giraban y caían envueltos en llamas por todas partes. Los fragmentos de vidrio volaban a lo largo de la calle como una enorme tempestad. El impacto elevó la furgoneta y la volcó; las ventanillas reventaron.

Ben trataba de ponerse de pie, sin soltar al niño, cuando la tremenda fuerza de la explosión lo derribó. Rodó instintivamente encima de él para protegerlo. Llovían escombros.

Igual de repentino, y durante un momento sobrecogedor, fue el silencio absoluto. Después comenzaron los gritos.

A Ben le pitaban los oídos y la cabeza le daba vueltas. En lo primero que pensó fue en el niño. Se levantó despacio, arrodillándose sobre los trozos de vidrio. Se encontró con su mirada horrorizada, tenía los ojos como platos. Ben comprobó que no estuviera herido. No había sangre. El niño resultó ileso. Solo se ha quedado paralizado por el susto.

Después pensó en Charlie. Se levantó tambaleándose, y de repente notó un horrible dolor en el cuello y en el hombro. Se tocó el cuello con la mano y notó con los dedos que había algo que no debía estar ahí. Pero lo ignoró. Salió de detrás de la furgoneta en llamas y vio la total devastación que había provocado la explosión.

Aquello era una carnicería. Había cadáveres salpicados de sangre y partes de cuerpos ardiendo esparcidos donde antes estaba la terraza del café. La gente gritaba aterrorizada, otros gemían pidiendo ayuda, otros morían. Algunos de los heridos ya se habían puesto de pie y se tambaleaban mareados entre los escombros. El aire estaba impregnado de humo negro y el olor acre a quemado. La calle se encontraba repleta de pequeños incendios.

Ben llamó a Charlie a gritos. Entonces lo vio.

La mano de Charlie seguía asida al respaldo de la silla. La mano acababa en la muñeca. El resto de él estaba esparcido por la acera. Ben apartó la mirada y cerró los ojos.

No pasó mucho tiempo hasta que los aullidos de las sirenas empezaron a ahogar los gritos de los supervivientes y los insistentes chillidos de la gente que acudía en tropel para ayudarlos. A continuación, la actividad fue frenética. Los paramédicos se movían con rapidez y decisión, como soldados entre los escombros. En unos minutos, la calle estaba repleta de coches y equipos de emergencia. No dejaban de llegar policías, que se desgañitaban por las radios y trabajaban rápidamente para acordonar el lugar, alejando así a los cientos de espectadores que llegaban de las calles cercanas y se amontonaban para observar. La gente vociferaba y se abrazaba, con los rostros retorcidos por la angustia.

Mientras tanto, las ambulancias y el equipo del juzgado de instrucción se encargaban del trabajo sucio. Los muertos eran cubiertos con sábanas donde yacían, a la espera de que los metieran en una bolsa y se los llevaran. Los médicos hacían lo que podían para curar a los heridos antes de que se fueran en ambulancia. Uno a uno, los vehículos se iban marchando chirriando calle arriba mientras iban llegando los nuevos en un flujo constante.

Ben observaba lo que ocurría desde el otro lado de la calle. Junto a él, en el bordillo de la acera, el niño estaba sentado en silencio, con la pelota entre los pies, mirando fijamente la escena que tenía delante. Levantó la cabeza y miró a Ben con ojos interrogantes. Tenía un corte del que salía sangre sobre la ceja izquierda. Ben se pasó la mano por el hombro.

Entonces pareció que el chico veía algo. Se irguió, se levantó de un salto y echó a correr antes de que Ben pudiera detenerlo. Desapareció entre la multitud y luego lo perdió de vista entre el caos acordonado.

Al cabo de un minuto, un paramédico señaló a Ben para indicarle a su equipo que se acercara. Fueron corriendo hacia él y se acordó de que llevaba la camisa empapada de sangre por un lado. Ya casi no sentía el dolor. Tenía todo el cuerpo entumecido, y no podía oír bien. Intentó protestar cuando le pusieron una manta sobre los hombros y le curaron la herida. No entendía lo que le estaban diciendo, pero al parecer creían que la herida era grave. No tuvo fuerzas para resistirse cuando lo llevaron a una ambulancia.

Echó un vistazo a la terraza. Lo que quedaba de Charlie estaba tendido bajo una sábana ensangrentada. Habían quitado la mano del respaldo de la silla. Aturdido, Ben se preguntó dónde habrían puesto la mano, y si habrían encontrado todas sus partes. Luego los paramédicos lo metieron en la ambulancia y lo tumbaron en una camilla. Las puertas se cerraron de golpe, un motor giró y la sirena comenzó a sonar.

Notó que la ambulancia aceleraba calle arriba. Miró a su alrededor. Vio el equipo médico, tubos que colgaban y chocaban tintineando por el movimiento del vehículo. Un gotero colgado en un soporte oscilaba sobre él.

No estaba solo. Varias manos se movían por encima de su cuerpo, había caras que lo miraban desde arriba, escuchaba el sonido de unas voces mezclado con el constante zumbido de sus oídos. Las lejanas imágenes comenzaron a emborronarse. Y a continuación se dejó llevar, girando ingrávido hacia un espacio oscuro. Soñó con incendios y explosiones, vio la cara de Charlie sonriéndole. Luego la cara de su amigo se convirtió en la del niño, que lo miraba por última vez antes de salir corriendo hacia la multitud. Y luego se convirtió en la nada más absoluta.