75
Peterson estaba esperando en el pasillo cuando Erika salió de la sala de interrogatorio. Pronto apareció Moss con Laura, a la que se llevaron esposada enseguida. Él esperó a que se hubieran alejado.
—Jefa, Gerry O’Reilly ha salido de Londres en el Eurostar antes del almuerzo.
—Mierda —exclamó Erika dando una palmada en la pared.
—Y Oscar Browne se ha ausentado sin previo aviso. Debía intervenir en el tribunal esta tarde, pero no se ha presentado. Su secretaria dice que nunca había hecho nada semejante. Estaba defendiendo a un cliente de alto nivel acusado de fraude. Ella no sabe dónde está, y su esposa tampoco…
La inspectora consultó la hora y ordenó:
—Averigüe si Gerry se ha bajado del tren en París o ha continuado hacia… hacia la jodida Disneylandia tal vez. Póngase en contacto con la Interpol. Quiero que se emita una orden internacional de detención ontra él.
—Sí, jefa.
—Y ponga una alerta en todos los aeropuertos y estaciones del Reino Unido por si Oscar Browne trata de salir del país.
—¿Cree que lo intentará?
—Mmmm… No sabemos nada, pero obviamente eso no lo diga. La que sí sabe algo es Laura Collins, y no saldrá de aquí hasta que consiga sacárselo. Aunque tenga que presentar una solicitud para mantenerla detenida más de cuatro días. Que se aguante en una celda de mierda.
—Una cosa más, jefa… El esposo y los niños de Laura acaban de presentarse. Él está en recepción y exige ver a un superior.
Ambos policías bajaron a toda prisa a recepción. Estaba todo tranquilo. La agente de guardia se encontraba trabajando en su escritorio y la larga hilera de sillas de plástico estaba vacía, aparte del marido de Laura, Todd, y a sus dos hijos. En torno a ellos había varias bolsas de los almacenes TK Maxx. Los niños estaban de rodillas en el suelo jugando con unos cochecitos.
Todd se levantó al ver que se acercaban.
—¿Qué significa esto? —preguntó, indignado, con un marcado acento nasal norteamericano—. He recibido una llamada de un vecino de Avondale Road. ¿Es verdad que ha habido una persecución en coche y que Laura ha estado implicada? Yo había salido de compras; la he llamado a su móvil, pero me ha respondido el agente de guardia… ¡y me ha dicho que han detenido a mi mujer!
—Es correcto.
—¿Y qué me dicen de su derecho a una llamada? Será mejor que no hablen con ella hasta que cuente con un buen abogado…
Los niños levantaron la vista y dejaron de jugar.
—¿Mami está detenida? —dijo uno de ellos. Todd no le hizo caso.
—Se le ha ofrecido hacer una llamada y también la posibilidad de recurrir a un representante legal, pero ha rechazado ambas cosas —explicó Peterson.
—No habla en serio, ¿verdad? —dijo él mesándose el pelo—. ¿Por qué la han detenido?
—Hace unas horas hemos ido a Avondale Road con la intención de hablar con ella, pero ha salido en coche a gran velocidad. No hemos tenido más remedio que arrestarla por huir de los agentes de policía —explicó Erika.
—¿Para qué quieren hablar con ella? ¿Están seguros de que era consciente de que ustedes querían hablar con ella?
—La hemos perseguido a lo largo de varios kilómetros habiendo activado las luces y las sirenas —dijo Peterson.
Todd negó con la cabeza. Había palidecido intensamente.
—Pero ella no tiene antecedentes —objetó el marido—. Ni siquiera le han puesto nunca una multa de aparcamiento.
—Papi, tengo miedo —dijo uno de los niños. Todd se agachó y los alzó a ambos, uno en cada brazo. Erika y Peterson se enfrentaron a tres pares de ojos castaños perplejos.
—Todd, ¿qué le ha contado Laura sobre Jessica? —preguntó Erika.
—Que su hermana desapareció. Conozco toda la historia; lo hemos hablado muchas veces…
Erika y Peterson se dijeron con la mirada: «No lo sabe».
—Voy a pedirle que espere aquí, señor —le dijo la inspectora jefe, y abandonó la recepción junto con su compañero.
—¡Eh! ¡No puede mantenerla encerrada por nada! ¡Tiene que formular una acusación! —gritó Todd a su espalda, todavía con los niños en brazos.
—¿Qué hacemos? —preguntó Peterson mientras pasaban sus tarjetas de identificación por el lector y cruzaban la puerta de seguridad de la parte principal de la comisaría.
—Quiero ver si ella está dispuesta a hablar —respondió Erika.
Bajaron a las celdas situadas en el sótano, al que se accedía por un grueso portón de acero. Cuando se acercaban, sonó una alarma. Se miraron el uno al otro y corrieron hacia las celdas. Recorrieron el pasillo iluminado por fluorescentes y flanqueado por puertas metálicas verdes, arañadas y roñosas, y advirtieron que la del fondo estaba abierta. Había dos agentes acuclillados. Al llegar, vieron a Laura tendida en el suelo y a uno de los agentes tratando frenéticamente de quitarle el cordón que tenía alrededor del cuello: un largo cordón negro, sin duda extraído de una de sus botas, que llegaba hasta la trampilla de la puerta, en cuya manija de metal estaba enrollado.
Laura soltó un repentino jadeo y el color regresó a su rostro mientras tosía y expectoraba. Erika corrió a agacharse a su lado y le cogió la mano.
—Tranquila, Laura. Se pondrá bien —dijo.
Ella tragó, tosió varias veces y susurró con voz ronca:
—Está bien. Hablaré. Se lo explicaré todo…