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Crawford se hallaba junto a una hilera de cubos de basura de la parte trasera de la comisaría, guarecido de la lluvia bajo un pequeño toldo de plástico. Se había escabullido del centro de coordinación y estaba manteniendo una acalorada conversación con Amanda Baker, aunque el tamborileo de la lluvia sobre el toldo le impedía oírla bien.

—¿No se te ha ocurrido que debías entrar más temprano? ¿O al menos tratar de interceptar las cintas? —dijo Amanda.

—He llegado temprano —contestó Crawford entre dientes.

—No lo bastante, obviamente. ¿Qué estuviste haciendo anoche?

—No es asunto tuyo —dijo él, indignado. Se había quedado bebiendo solo en el pub, y ahora tenía una terrible resaca.

—Sigo queriendo esas cintas, Crawford.

—Ahora será un poco más difícil conseguirlas. Se han convertido en la prueba más candente del caso. La inspectora Foster está revisándolas en una de las salas de proyección. Yo no puedo ni acercarme.

Oyó el chasquido del mechero de Amanda al encender un cigarrillo.

—Las deben de estar digitalizando al mismo tiempo que las miran. Cópialas en un USB. Así de fácil.

—Fácil para ti —masculló Crawford.

—En todo caso, creía que tú habías pedido las cintas. ¿Cómo es que no estás dentro viéndolas? Deberías estar ahí.

«Estoy harto de que todas estas mujeres de mierda me mangoneen», pensó.

El viento cambió de dirección e impulsó la lluvia horizontalmente, de modo que Crawford se estaba empapando incluso bajo el toldo.

—Yo tengo otras cosas que hacer —repuso recostándose contra los apestosos cubos de basura.

—¿Como qué?

Él no hizo caso de su pregunta y le explicó que el diente encontrado en el sótano no era de Jessica.

—Ese diente de niño descubierto en el sótano nos lleva a considerar sospechoso a Bob Jennings y a creer que podría haber sido él quien colaboraba con Trevor. Quizá secuestraron a otros niños de la zona antes que a Jessica.

La mujer guardó silencio. Crawford casi era capaz de percibir las maquinaciones de Amanda.

—Había algo en esos vídeos… —dijo ella al fin—. No sé, es una corazonada. Lo tengo en la punta de la lengua, pero se me escapa. Bueno, vuelve adentro y consígueme una copia de las cintas sin levantar sospechas.

Dicho lo cual, colgó.

—Sí, yo ya sé lo que tienes en la punta de la lengua. Tu tercera copa de vino —murmuró Crawford, malhumorado, mientras notaba que se le había pegado en la chaqueta algo grasiento del cubo de basura.


Gerry se hallaba en su pequeño piso de Morden, con las cortinas corridas. Afuera llovía y soplaba el viento.

Sentado frente al portátil, se quitó los auriculares y volvió a pasar un fragmento de la conversación. La bronca voz de Amanda resonó en la habitación.

«Había algo en esos vídeos… No sé, es una corazonada. Lo tengo en la punta de la lengua, pero se me escapa».

Hizo una llamada telefónica:

—Amanda Baker se está acercando. ¿Quieres que pasemos al siguiente nivel? —preguntó.

—No. Tú sigue escuchando —respondió la voz—. Para dar otro paso tenemos que estar seguros.