20

Esa misma tarde, Erika y Moss entraron en la reducida sala de identificación de la morgue y se situaron en la parte trasera. Frente al cristal, esperando que se abriera la cortina, se hallaban Marianne Collins con Laura, Martin y Toby.

Se habían vestido con elegancia para la ocasión, todos de negro riguroso. La única nota de color la daba la rosa roja que Marianne sostenía en la mano. Moss miró a su jefa y frunció el entrecejo. Los segundos parecían ralentizarse, aunque les habían dicho que ya estaba todo listo. La sala se hallaba en completo silencio, y se oía el zumbido de las intensas luces del otro lado del cristal. Cuando Erika iba a decir algo para romper el silencio, la cortina se abrió lentamente. Se enganchó un instante en el raíl, pero se acabó de abrir, y quedaron a la vista los restos de Jessica Collins.

Marianne sollozó y se acercó más al cristal, pegando contra él todo el cuerpo. El esqueleto de la niña estaba pulcramente dispuesto encima de la mesa sobre una sábana azul. Isaac le había dijo a Erika que el azul era mejor. Una sábana blanca habría evidenciado la decoloración de los huesos.

—Hola, cariño. Hemos venido a buscarte. Ahora nos vamos a ocupar de ti —dijo Marianne poniendo la mano en el cristal—. Papá y Toby están aquí; Laura también; y yo estoy aquí, a tu lado… tu mami. —Se volvió hacia Martin—. La estoy viendo, está ahí. Mira, Martin. Ese es su pelo. El pelo de mi niña.

Isaac había apoyado el pequeño cráneo en un delgado cojín blanco, y los apelmazados mechones de pelo se desparramaban sobre la mesa. Aunque estuviera a trozos, el esqueleto en conjunto les confería a los restos el aspecto de un todo, como si Jessica yaciera allí en paz.

Laura salió bruscamente de la sala sollozando. Toby y Martin se volvieron para mirar adónde iba, pero se situaron junto a Marianne, que musitaba una oración. Su aliento formaba un cerco de condensación en el cristal. Erika le indicó a Moss con una seña que se quedara con ellos y salió afuera.

El marido de Laura, Todd, estaba esperando en uno de los asientos del pasillo con sus dos hijos pequeños. Era un hombre de aspecto agradable, pelo oscuro y ojos castaño claro. Laura, de espaldas a la inspectora jefe, se había agachado y abrazaba a los niños, a uno con cada brazo. Llorando y dándoles besos, decía: «Vosotros estáis a salvo. Sois míos. No permitiré que os pase nada. Lo prometo». Los críos miraron a Erika, confusos, mientras su madre los abrumaba de afecto.

La pareja de Toby, Tanvir, llegó con unas tazas de café de la máquina y le pasó una a Todd, que la cogió sonriendo.

—Nunca permitiré que os alejéis de mi vista. Sois demasiado preciosos —dijo Laura, y estrechó a los niños con más fuerza.

—Laura —dijo Todd inclinándose para liberarlos de su tenaza—, ten cuidado. Los vas a asustar.

Erika dedujo por su acento que era norteamericano. Laura soltó a los niños y advirtió que la inspectora jefe estaba en el pasillo.

—¿Qué había ahí dentro, mami? —dijo uno de los críos. Erika observó que eran gemelos.

—La policía ha encontrado a Jessica…

—Laura, dijimos que nada de detalles —la interrumpió su marido.

—¿Nada de detalles, Todd? ¿Detalles? ¡Jessica no es un puñado de detalles! ¡Y no vamos a recubrirla de pintura hasta hacerla desaparecer! —gritó Laura incorporándose.

—No quería decir eso, cariño —dijo él. Se levantó y la estrechó entre sus brazos; ella enterró la cara en su pecho y gimió una y otra vez. Los dos niños miraron a la inspectora jefe con los ojos muy abiertos y asustados.

Ella se acuclilló a su lado y les sonrió.

—Hola, soy Erika. ¿Cómo os llamáis?

—Thomas y Michael —dijo uno de ellos—. Yo, Thomas, y él, Michael. Es tímido. —Ambos se volvieron a mirar a su padre. Vestían idénticos: vaqueros y jerséis verdes.

—No pasa nada, chicos —dijo el padre acariciándole la cabeza a Laura—. Mamá está muy triste, pero no pasa nada.

—¿Os gusta el chocolate, niños? Hay una máquina ahí a la vuelta —dijo Erika. Todd le dio las gracias con una seña por encima del hombro de su mujer.

—Sí, vamos, yo sé dónde está la máquina. Hay montones de chocolatinas deliciosas —dijo Tanvir.

Cruzaron los cuatro el estrecho pasillo y doblaron la esquina del fondo. Allí había otra hilera de asientos y una máquina expendedora. Los gemelos corrieron hacia ella y, a través del cristal, escogieron lo que querían.

—Yo una barra de Mars, que es el número BE cuatro —dijo Thomas.

—Yo igual —dijo Michael.

Tanvir introdujo las monedas y pulsó los botones.

—Menuda situación para conocer a la familia política —comentó él.

—¿No conocía a la familia de Toby?

—Bueno, en parte. A Martin, Kelly, Laura y los niños los conocí en España…

—¿Kelly es la mujer de Martin?

—Sí, la novia de Martin… Es muy simpática. Les encantaría casarse, pero Marianne… bueno, ya la conoce, es una católica muy estricta.

—¿Qué le ha contado Toby de Jessica, si me permite que se lo pregunte?

Él se agachó para coger las barritas Mars de la bandeja de la máquina, y se las dio a los niños.

—Se siente culpable.

—Él tenía cuatro años cuando ella desapareció, ¿no?

—Se siente culpable porque apenas la recuerda. Y en cambio, recuerda las peleas entre Laura y su madre. A veces eran peleas violentas, físicas.

—¿Quién se ponía violenta?

—Las dos. ¿Ha visto la cocina de la casa?

—De pasada.

—Hay una gran despensa al fondo. Antes tenía una unidad de refrigeración que la convertía en una enorme cámara frigorífica. Toby dice que una noche bajó a beber y oyó ruidos. Al abrir la puerta, encontró a Laura en ese frigorífico. Marianne la había encerrado allí dentro.

—¿Está seguro?

—Me lo explicó una noche, hará como un año. Habíamos tomado unas copas y se sinceró sobre sus padres.

—¿Tiene él buena relación con su padre?

—Sí. Muy buena. No lo dirías de entrada, porque Martin parece a primera vista un futbolero homófobo, pero se ha portado de un modo genial conmigo, y también con su hijo. Y su novia es encantadora.

—¿Por qué me cuenta todo esto?

—No lo sé. Quizá estoy harto de que mi modo… nuestro modo de vida sea cuestionado por Marianne según los principios de su religión; y de que ella sea, en teoría, la mejor persona.

—¿Marianne trató a Toby con crueldad?

—¡No, por Dios! Él era, todavía es, su hijito…

—¿Qué es esto? —dijo una voz. Toby se asomó por la esquina y observó con suspicacia a Tanvir y Erika. Los niños estaban sentados en un banco del pasillo, a cierta distancia, comiéndose sus barritas Mars y haciendo un estropicio con el chocolate.

—La inspectora Foster me estaba preguntando por tu madre… si va a lograr reponerse. La policía teme que pueda sufrir una crisis nerviosa.

A Erika le sorprendió que Tanvir mintiera, pero no lo demostró y le siguió la corriente.

—Hay un montón de grupos de ayuda a los que podría recurrir. Puedo pasarles los datos —dijo ella.

—Mamá tiene la Iglesia; dice que con eso le basta… Tan, ¿vas a entrar para ver a Jessica? Me gustaría que lo hicieras.

—De acuerdo. ¿A tu madre también le gustaría?

—Todos perdimos a Jessica, no solo ella —respondió Toby.

Se alejaron los dos; Todd y Laura, que tenía los ojos enrojecidos e hinchados, llegaron para recoger a los niños.

«Cada vez aparecen más secretos a medida que profundizo en el caso», pensó Erika.