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Cuando llegó, Jakub y Karolina jugaban a perseguirse, dando gritos y corriendo por todo el piso.
—¡Hola, tía Erika! —gritaron al pasar por su lado. Eva estaba llorando y al mismo tiempo se oía el ruido de la lavadora y el de la tele, que estaba puesta a todo volumen en el canal de la MTV. Lenka bailoteaba de aquí para allá con el bebé en brazos, tratando de aplacarlo.
A Erika se le cayó el alma a los pies. Tras un día tan terrible, lo único que quería era un poco de calma y tranquilidad.
—Zlatko! ¡Hoy has vuelto más pronto! —exclamó Lenka—. Por una vez me has hecho caso.
Erika fue a la nevera y abrió el congelador. Los niños llegaron corriendo y se dedicaron a dar vueltas a su alrededor, intentando pillarse el uno al otro.
—¿Dónde está mi vodka? —preguntó.
—Lo he sacado para que hubiera sitio para las verduras congeladas. Temía que se fuera a romper la botella —respondió Lenka, y se colocó sobre el otro hombro a la pequeña Eva, que no cesaba de llorar. Mientras la MTV empezaba a pasar el vídeo de «Spice Up Your Life», los niños se subieron al sofá cama.
—¡A ver si os calmáis un poco, por favor! —dijo Erika.
—Tú eres su tía y nunca paras aquí —le soltó Lenka—. Podrías hablar un poco con ellos, ¿sabes?
—¡Estaba trabajando! ¿Y por qué tienen que subirse encima de los muebles?
—Es una cama, ¿no? Es normal que los niños salten encima de una cama…
—Es un sofá cama, Lenka, no una cama.
—Cuando se abre es una cama.
Los niños siguieron saltando, enloquecidos con la música.
—¿Por qué has sacado también el hielo? —inquirió Erika, al ver que la bandeja de cubitos estaba tirada en el fregadero.
—Estamos a mediados de noviembre. ¿Para qué quieres el hielo? —replicó Lenka, que cambió de hombro a Eva otra vez.
—Yo quería una copa fría. ¡Al menos una! —Erika inspiró hondo y entró en el dormitorio. Estaba hecho un desbarajuste: las sábanas amontonadas en un gurruño, juguetes por el suelo y una bolsa de pañales sucios que había quedado junto al radiador caliente y desprendía un tufo apestoso.
Pasó como pudo junto al cochecito, dejado al lado de la puerta, y vio que la foto de Mark estaba tumbada sobre el tocador y que tenía encima un frasco de aceite para bebé. Cogió el marco y sacó la tapa posterior. El aceite había entrado y manchado la parte superior de la foto, justo sobre la cabeza y el pelo de su esposo.
Volvió airada a la sala de estar, esgrimiendo la fotografía y casi chocando con los niños, que pasaron corriendo.
—¿Quién demonios te has creído que eres? —gritó.
Lenka se volvió con Eva a cuestas y miró la foto.
—¿Qué pasa?
—Has dejado el frasco de aceite sobre la foto de Mark…
—Perdona. Te haré otra copia. ¿La tienes en un USB?
—No tengo ninguna copia de esta foto… La saqué con una cámara antigua. —La voz le falló.
—¡Resulta que echas de menos a tu marido más que nada en el mundo y tienes una foto suya sin ninguna copia! ¿Por qué no pediste que te la escanearan?
La pregunta la dejó paralizada. Su hermana tenía razón. ¿Por qué no la había escaneado?
—¡Eres un desastre y no tienes cuidado de nada! —gritó.
—¡Y tú te las das todo el día de gran detective, y no tienes una copia de la foto más preciosa del mundo! ¡Yo la quité del tocador y tú volviste a ponérmela allí cuando sabías que lo usaba para cambiar los pañales! ¡Primero me dices que puedo quedarme y luego no paras de poner pegas!
—¿Poner pegas porque me quejo de que me has manchado la foto? ¡Y mira cómo está todo el piso! ¡Seguro que es así como tienes tu casa!
Lenka se giró hacia la televisión. Eva había dejado de llorar y la miró con sus enormes ojos.
—¿Cuánto tiempo más piensas quedarte? ¿O todo depende del idiota de tu marido?
—¡Al menos yo voy a recuperarlo!
Planeó un terrible silencio.
—¿Qué has dicho?
—No pretendía decir eso —gimió Lenka, y se dio la vuelta de nuevo, con cara contrita.
—Vale. Quiero que te vayas y te lleves todas tus cosas mañana por la mañana. ¡Ya me has oído! —gritó Erika. Giró sobre sus talones, todavía con la foto de Mark en la mano, cogió las llaves del coche y salió del piso.
Estaba lloviendo a cántaros cuando llegó al vehículo. Arrancó el motor y se alejó, sin saber a dónde ir.