15
Era tarde cuando Erika volvió a la comisaría de Bromley. Le habían asignado una de las grandes oficinas diáfanas de la planta superior para montar el centro de coordinación. No lograba quitarse de la cabeza el comentario de Nancy al despedirse: «Ahora que usted ha encontrado el cuerpo de la pequeña, quizá ya solo quede una persona realmente desaparecida de la faz de la Tierra: la persona que se la llevó».
Cuando entró en el centro de coordinación, los técnicos estaban colocando las mesas y conectando los ordenadores al sistema informático Holmes con cables que discurrían por debajo del suelo. Varios agentes que todavía no conocía hablaban por teléfono. Otros se afanaban en juntar las pruebas del caso obtenidas hasta entonces en las pizarras blancas que abarcaban toda la pared del fondo.
En un rincón, había un mapa enorme del sur de Londres y de la zona limítrofe de Kent. Una agente delgada, de cabello corto y negro, estaba fijando fotografías al lado, incluyendo las de la cantera Hayes y del número siete de Avondale Road. Un agente con sobrepeso, de pelo rubio y dientes de conejo, se encargaba en la mesa contigua de seleccionar las fotos de un montón. Eran fotografías de Jessica Collins con su vestido de fiesta, así como del esqueleto en la mesa de la morgue. Otra foto mostraba los restos parduzcos y andrajosos de sus ropas a consecuencia de haber estado tantos años bajo el agua.
—Hola, soy la inspectora jefe Foster —se presentó Erika.
—Yo soy la agente Knight —dijo la mujer y le dio la mano—. Y este es el agente Crawford.
—Ya sé hablar por mí mismo —le espetó el agente, y le estrechó la mano a Erika: una mano fría y húmeda.
Knight prosiguió sin hacerle caso.
—Estamos estableciendo una secuencia: todos los movimientos de Jessica en los días anteriores al siete de agosto, cuando salió del número siete de Avondale Road. Me baso en el informe original sobre personas desaparecidas y en todas las declaraciones, pero las notas del caso en el sistema Holmes son bastante limitadas.
El sistema informático Holmes era un programa utilizado por los cuerpos policiales de todo el país para ordenar y clasificar los expedientes de los casos. Se había introducido en 1985, pero habían sido necesarios varios años para que algunos departamentos lo adoptaran totalmente.
Knight prosiguió:
—El agente McGorry ha ido a recoger las copias físicas de los archivos. Estará de vuelta enseguida. Creo que ha aprovechado para comprar algo de comer.
—¿Quién es este? —preguntó Erika cogiendo una fotografía amarillenta. Era una foto policial de un hombre de treinta y cinco años, de ojos azules, pelo rubio grasiento y cara rechoncha.
—Es Trevor Marksman —dijo Crawford, que se coló entre ambas para cogerla—. Un toca-niños de aire repulsivo, ¿no? Aunque ahora tiene otro aspecto. Mire.
Buscó entre el montón y sacó la fotografía de un hombre con espantosas quemaduras en la cara y el cuello. Miraba directamente a la cámara y tenía la piel enrojecida y reluciente. La única semejanza con la primera imagen estaba en los fríos ojos azules que asomaban entre el amasijo de injertos de piel. No tenía pelo, ni pestañas ni cejas.
—Ahora vive en Vietnam —dijo Erika, y cogió la fotografía por los bordes. No quería tocar la cara.
—Sí, tenemos una dirección de Hanói, pero no sé si está actualizada —aportó Knight—. Estoy haciendo averiguaciones.
—Yo también lo estoy investigando; trabajamos juntos —terció Crawford. Había algo infantil en su modo de decirlo, como si quisiera demostrarle a Erika que él estaba haciendo el mismo esfuerzo.
Ella le tendió la fotografía y le advirtió:
—No diga «toca-niños». Es un modo chistoso de definir algo horrendo. Diga «delincuente sexual» o «pedófilo», ¿vale?
Ruborizado, Crawford cogió la foto y asintió.
—¿Creen que lo tendrán todo listo mañana por la mañana?
—Sí, señora —afirmó Knight.
—Llámeme jefa, por favor.
—Sí, jefa.
John entró con una caja de comida para llevar y una lata de Coca-Cola, y se acercó a Erika, mientras se metía unas patatas fritas en la boca.
—John, me dicen que tenemos las copias físicas de los expedientes del caso, ¿es así?
Él se tapó la boca con la mano.
—Ay, perdón, están quemando —dijo, todavía masticando, y las engulló con un trago de Coca-Cola—. Disculpe, jefa. No he comido en todo el día. Sí. También hemos recibido del doctor Strong el informe oficial de la autopsia. Lo he dejado en su mesa.
—¿Dónde está mi mesa?
—En su despacho.
—¿Tengo un despacho?
—Allí detrás. —Y se lo señaló con una patata frita.
Erika se giró y vio un compartimiento con paredes de vidrio en la parte trasera del centro de coordinación. Estaba lleno hasta media altura de archivadores blancos. Se acercó a la puerta. John la siguió. Entre los montones de archivadores, atisbó una mesa.
—¿De quién ha sido la idea de ponerlos ahí dentro? ¿Cómo se supone que voy a entrar? —le soltó Erika.
—No sabía que eran tantos. Yo solo dije que los dejaran en su despacho…
—¿Y esto es absolutamente todo?
—Sí. El Grupo de Investigación Especial nos ha enviado cuanto tenía almacenado. Algunos archivadores están rotulados por la fecha, desde 1991 hasta 1995; otros, con los nombres de los lugares; y además, hay un montón sin etiqueta en los que han metido las carpetas sin ningún criterio…
El teléfono sonó en el despacho. John la ayudó a apartar una pila de archivadores para que pudiera abrirse paso y descolgar. Era Marsh.
—¿Qué ha sacado de los expedientes históricos? —preguntó él sin preámbulos.
—Acabo de recibirlos, señor.
—¿Está confeccionando una lista de sospechosos? Me gustaría verla cuanto antes.
—He estado hablando con la agente Greene, que actuó como Enlace Familiar en el caso. Ella me ha dado una visión general, pero necesitaré más efectivos para revisar todo el material —dijo Erika mirando consternada los archivadores.
—Bien. Veré qué puedo hacer. ¿Ha visto los periódicos?
Mientras hablaban, John le pasó un ejemplar del Evening Standard, algo mojado por la lluvia, y ella vio que la noticia del hallazgo de los restos de Jessica Collins aparecía en portada en la edición vespertina.
—Sí, tengo el Evening Standard delante.
—Por algún motivo, han olvidado incluir el número de teléfono del centro de coordinación. Pero Colleen Scanlan y el equipo de prensa se van a encargar de que lo introduzcan de inmediato en la edición digital. Martin Collins llegará en avión esta noche con la familia restante. Ha solicitado reunirse con la jefa de investigación y la jefa de prensa mañana a primera hora.
—Yo tengo una reunión informativa a primera hora, señor —respondió Erika, irritada—. Pensaba reunirme después con la familia…
—Bueno, Martin Collins quiere tener garantías de que el caso se llevará como es debido, después del fiasco de la investigación anterior. Necesitamos resultados, Erika.
—Estoy desenredando una telaraña, señor. Hablo en serio cuando digo que necesito más efectivos. Hemos de revisar deprisa estos expedientes. De ese modo estaré en condiciones de confeccionar una lista de sospechosos.
—De acuerdo, déjelo de mi cuenta —dijo Marsh. Y cortó.
Ella se inclinó entre las cajas y colgó. John se mordía los labios, nervioso, viendo lo enfadada que estaba.
—Ha llamado el comisario Yale. Aún está esperando el informe de Jason Tyler. Dice que usted prometió entregárselo ayer.
—¡Maldita sea!
—¿Seguro que no quiere una patata? —dijo John ofreciéndole la bolsa. Ella cogió una y se la metió en la boca; luego abrió un archivador con una fecha rotulada: «7 de agosto de 1990».
—Empecemos por el principio —dijo, intimidada.