51
La lluvia seguía cayendo y acribillando el techo del coche, donde Erika se hallaba con Marsh y con Amanda Baker. Entre el caos y el aguacero, no había ningún taxi, y por ello, se había ofrecido a llevar a la exinspectora también. Habían hecho una parada en el aparcamiento de un McDonald’s para comer algo y ahora estaban los tres tomándose el café en silencio.
—Dios Santo. Para que hablen de humor negro —dijo Amanda, que estaba en el asiento trasero. Marsh se volvió y le lanzó una mirada—. Bueno, qué quiere que le diga. La mujer se cae en la fosa y el sacerdote la saca cubierta de barro y pegando gritos. Ha sido como una película de terror… ¡Se ha pasado la vida tratando de subir al cielo y termina a dos metros bajo tierra! —exclamó sofocando la risa.
Erika observó a Marsh, que se mantenía impertérrito.
—Joder, lo siento —dijo Amanda mientras se sacudía las migas de la chaqueta—. Son muchos años de desesperanza y frustración contenidas. —Al ver la expresión de Marsh, le vino la risa otra vez. Erika miró para otro lado, mordiéndose los labios.
Al desatarse el caos, los presentes se habían agolpado alrededor de la tumba bajo la lluvia torrencial. En cuanto sacaron a Marianne, el sacerdote y la familia la habían llevado a la iglesia. Los demás se habían dispersado precipitadamente en todas direcciones.
Más tarde, cuando ya estaba arrancando el coche, Erika había observado que Laura y Oscar se habían quedado fuera y que estaban enfrascados en una conversación bajo un árbol enorme situado a cierta distancia de la iglesia.
—Bueno, me alegro de que lo haya encontrado tan gracioso, exinspectora jefe Baker… Algunos aún seguimos trabajando en el caso y, desde mi punto de vista, no tiene nada de divertido.
—No, no, desde luego —dijo Amanda que, calmándose, se enjugó los ojos con una servilleta.
Marsh consultó su reloj.
—Bueno, Erika. Son las doce y media. Será mejor ponerse en marcha para… —Se interrumpió. Abrió la puerta y echó a correr hacia donde había dejado su coche.
—¿Dónde quiere que la deje? —le preguntó Erika a Amanda.
—En la estación de tren de Bromley está bien. Pero ¿puedo sentarme delante? Detesto que la gente saque una idea equivocada.
Una vez que se acomodó en el asiento del copiloto, Erika salió del aparcamiento a la calle principal.
—¿Y ustedes a dónde van? —preguntó Amanda—. ¿Qué andan tramando usted y Marsh? ¿Un par de horitas en un hotel?
—No.
—La he visto cogiéndole la mano…
—No es lo que cree. Y no me importa lo que piense.
—A todo el mundo le importa lo que piensen los demás. ¿Va a detener a Marksman?
—No.
—¿A quién, pues? En mí puede confiar.
—No. No hablamos del caso con civiles.
—¡Ay! —exclamó Amanda mientras limpiaba el cristal empañado—. Yo aún comparto sus ideales, ¿sabe? Todavía quiero defender la ley y atrapar a los malvados… ¿Puede contarme al menos si cree que se está acercando? ¿Tiene algún sospechoso?
—¿Qué ha pensado usted al ver a Laura con Oscar Browne? —preguntó Erika cuando se detuvieron en un semáforo. Veía el coche de Marsh un poco más adelante.
—¿Son sospechosos?
—No. Solo pretendo conocer bien a la familia.
—Pues que tenga suerte. Yo nunca llegué a saber si Laura salía con Oscar para enojar a sus padres o porque realmente lo amaba… Aunque su relación se acabó en cuanto desapareció Jessica. Él la dejó plantada sin más, como quien suelta una patata caliente. Al menos según Nancy Greene.
—¿Oscar no despertó sospechas?
—No. Tenía una coartada con Laura; y a los Collins les gustaba ese chico. Un joven abogado con futuro. Estaba estudiando con una beca. Yo creo que fue su ambición lo que lo impulsó a dejar a Laura. Lo ocurrido era algo terrible, pero también implicaba un embrollo. El dolor de la familia, la exposición ante los medios… No quería verse metido en todo aquello.
Ya habían llegado a la estación de tren. Erika se detuvo en la parada de taxis.
—Gracias —dijo Amanda, y se desabrochó el cinturón—. Escuche, hay algo que recuerdo vagamente de esas cintas incautadas a Marksman. Si quiere, podría colaborar como asesora sin sueldo. Firmaré todo cuanto haya que firmar. Me gustaría ayudar a resolver el caso.
Erika la miró; parecía rebosante de entusiasmo.
—Hoy no es un buen día. Déjeme pensarlo.
—De acuerdo. Gracias. Y gracias por acompañarme. —Y cogiendo el bolso, se bajó del coche.
Mientras la miraba entrar en la estación, Erika se preguntó si sería una locura tomarle la palabra. Y si lograría convencer a Marsh, en caso de decidirse.
Salió de la parada de taxis y bajó al aparcamiento de la comisaría, tratando de fortalecerse para la tarde que le esperaba.