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Después del allanamiento, el apartamento de la inspectora Foster se había convertido en la escena de un delito, de modo que se fueron a un hotel de las afueras de Bromley, donde ella ya había estado anteriormente.
Aunque estuviera en las afueras, quedaba cerca del centro de la ciudad, pero se hallaba situado entre campos y frente a una pista de golf. Lenka reservó una suite para ella y los niños, y la habitación contigua para su hermana, pese a sus protestas.
—Nada, nada, corre de mi cuenta —dijo—. Tengo restringida la tarjeta de crédito de Marek, pero él bien puede sufragar unas cuantas noches de lujo. ¿Te he dicho que lo he llamado desde el baño cuando ese loco ha entrado en el piso, y que no me ha devuelto la llamada hasta esta mañana?
—Era en plena noche —observó Erika.
—Yo he dormido todos los días con el teléfono encendido por si me necesitaba. Creía que él haría lo mismo; si no por mí, al menos para saber si los niños están bien…
—¿Le has contado lo ocurrido?
—Sí. Estaba preocupado, pero no se ha ofrecido a tomar un vuelo de inmediato. Está demasiado atareado con sus abogados, tratando de esquivar las balas. Metafóricas y reales.
—La suite comprende un servicio opcional de mayordomo —informó la recepcionista. Erika se lo tradujo a su hermana.
—Sí, lo aceptaremos. ¿Y cuál es el programa de spa más caro? —preguntó Lenka.
—Dice que la irrigación de colon —tradujo Erika.
—Bien, pues resérveme una diaria durante toda la semana.
—Utilizará solo el servicio de mayordomo —le dijo Erika a la recepcionista. Cogieron las llaves y subieron a ver las habitaciones, que eran preciosas.
Erika logró dormir un poco, pero no podía sentir la misma excitación que Lenka y los niños. Aún estaba pendiente del caso, y se alegró de volver al trabajo el lunes por la mañana.
Cuando entró en el centro de coordinación, sus agentes acababan de llegar y estaban quitándose los abrigos y comentando el fin de semana. Todos se interrumpieron al verla aparecer por la puerta.
—Quizá ya se han enterado de que he tenido un fin de semana bastante ajetreado. Nadie ha resultado herido, salvo el intruso que mi hermana se encargó de ahuyentar con destreza. Es cosa de familia…
Miró en derredor a sus agentes: John, Moss, Knight… Ellos la saludaron con un gesto y una sonrisa, y asimismo vio a Peterson, que se limitó a mirarla.
—Pero nosotros seguimos igual. Tenemos un caso que resolver, así pues… manos a la obra.
Entró en su despacho. Moss la siguió.
—Jefa, los forenses ya nos han devuelto su iPhone, así como su placa y su portátil. No han encontrado nada; tampoco huellas. Ah, Sparks le manda saludos.
Erika la taladró con la mirada.
—Es broma, jefa.
—Muy graciosa. Suponía que el comisario Sparks ya estaría trabajando en algún caso de alto nivel en Lewisham…
—Ese es el problema, que él siempre está buscando casos de alto nivel, que es como si un actor únicamente quisiera aparecer en las películas premiadas…
—¿Todavía se las arregla para sacudirse los casos que no le interesan?
—En efecto. Me parece que esperaba encontrarse algo más suculento cuando recibieron la llamada de emergencia…
—Y se encontró con mi hermana —dijo Erika—. Lo cual me recuerda otra cosa… ¿Podría enviarle a Lenka un dibujante de retratos robot y un traductor? Hay algo que me escama en ese allanamiento.
—Sí, jefa.
Cuando Moss se retiró, Erika abrió la bolsa de pruebas donde estaban sus pertenencias. Sacó su placa y se la guardó en el bolsillo. Como la batería del iPhone estaba agotada, la conectó al cargador que guardaba en la oficina. Entró una avalancha de mensajes y llamadas perdidas. Muchas eran de Lenka, pero se llevó una sorpresa al ver que el primer mensaje de voz era de Amanda Baker: un mensaje diciendo que tenía una información importante sobre el caso Jessica Collins, y le pedía que la llamara con urgencia.
Amanda lo había intentado cinco veces más, dejando otros tantos mensajes. Erika pulsó «Llamar», pero saltó directamente el buzón de voz. Abrió el ordenador, buscó la guía telefónica e introdujo la dirección. Probó en el teléfono fijo, pero sonó y sonó sin que hubiera respuesta.
Abriendo la puerta, llamó a John.
—¿Puede seguir probando con estos dos números? Son de Amanda Baker. Cuando responda, pásemela de inmediato.
—Sí, jefa —dijo él cogiendo el papel donde ella los había anotado.
Erika volvió a su escritorio y trató de concentrarse en el caso. Examinó las notas que había tomado en los últimos días, hasta el arresto de Joel Michaels.
Llamaron a la cristalera de su puerta, y Peterson abrió. Traía una bandeja de cartón con dos cafés del Starbucks de la calle principal. Se acercó y la depositó frente a ella.
—¿Qué es esto?
—Le he traído un café.
—Yo no he pedido nada.
—Daba la impresión de que no le vendría mal uno…
Erika apartó la bandeja hacia él.
—Peterson, ¿se puede saber qué está haciendo?
—¿No puedo traerle un café?
Ella bajó la voz:
—¿Le trae café a su jefa o a su… a su amante de una noche?
—Eso no es justo. Le traigo un café, interprételo como quiera. Y para que conste, la otra noche fue algo especial.
—¡No vamos a hablar de eso en el centro de coordinación!
Moss reapareció en la puerta, dando unos golpecitos.
—Salgo a por café, ¿quieren…? —Se calló bruscamente—. ¡Ah! ¿Me he perdido una ronda?
—Acabo de salir a comprar —dijo Peterson.
—¿Has ido hasta el Starbucks? —dijo mirando los dos vasos. Observó a su jefa y a él y sonrió con picardía—. Ah… ya veo. ¿Es que los dos…?
—Moss, ¿puede entrar y cerrar la puerta? —pidió Erika.
Aguardó a que estuviera cerrada antes de proseguir.
—No sé qué le habrá contado Peterson, pero esto no es un juego de citas. No quiero oír hablar aquí de mi vida privada ni de la de Peterson. No hay romance de oficina que comentar…
Silencio.
—Él no me ha contado nada, pero ahora veo que ha ocurrido algo entre los dos.
—No ha ocurrido nada —aseguró Peterson.
—¿De veras? Mira ese café de Starbucks. Hasta te has tomado la molestia de traer azúcar moreno y una servilleta. Incluso uno de esos palitos para remover. Qué detalle.
—Vete a la mierda, Moss —dijo Peterson.
—Su secreto está a salvo conmigo… Pero, para que lo sepan, no podría parecerme mejor.
—Hagan el favor de volver al trabajo los dos —ordenó Erika.
Cuando salieron del despacho, miró el café y, finalmente, acabó cediendo y dio un sorbo.
Volvieron a llamar a la puerta. Era John.
—¿Qué? ¿Ha localizado a Amanda Baker?
—No, jefa. Pero ha habido una llamada de emergencia para que vayamos a su casa. Es del cartero. Ha llamado al nueve, nueve, nueve porque le parece haber visto algo por la ventana…
—¿Qué?
John estaba muy nervioso.
—Dice que cree haber visto los pies de la mujer colgando a cierta distancia del suelo en el pasillo.