16

Erika llegó adormilada a Bromley a la mañana siguiente. Se había quedado hasta muy tarde para comenzar a revisar los expedientes de Jessica Collins y terminar el informe de Jason Tyler; había dormido unas pocas horas.

Al salir del coche en el aparcamiento subterráneo, oyó un silbido y vio que se acercaban dos caras conocidas.

—¡Jefa! ¡Qué alegría verla, maldita sea! —exclamó la inspectora Moss que, abalanzándose sobre ella, le dio un gran abrazo. Era una mujer menuda y fornida, de pelo rojizo, que llevaba recogido detrás de las orejas, y de tez lechosa cubierta de pecas.

—Está excitadísima por el encuentro —dijo un agente negro de elevada estatura, acercándose. Era el inspector Peterson, muy elegante y apuesto con un impecable traje negro.

—¡Uf! No puedo respirar —dijo Erika riendo. Moss la soltó y retrocedió un paso.

—Creía que se había olvidado de nosotros.

—Ha sido todo una locura. Al principio, me destinaron aquí como agente de repuesto y, de repente, me cargaron con un montón de casos —dijo Erika, sintiéndose culpable por no haberse mantenido en contacto con sus antiguos colegas.

—Venga, Peterson. Dale un abrazo a la jefa —bromeó Moss.

Él puso los ojos en blanco.

—Me alegro de verla —dijo sonriente, y le dio una palmadita en el hombro.

Ella le devolvió la sonrisa. Hubo un silencio incómodo. Al fin preguntó:

—¿Necesitan pases para el aparcamiento?

—Solo uno. Hemos venido con mi coche; Peterson está esperando a que le asignen uno nuevo —dijo Moss.

—Se me paró la semana pasada en pleno día, en la rotonda de The Sands —explicó él—. Una auténtica pesadilla, justo a la hora punta. Había un montón de coches tocando la bocina furiosamente, y no cesaba de salir humo del capó.

—Imagínese la escena, jefa, y él con su mejor traje de diseño. Deberías habértelo puesto hoy…

—Que te jodan, Moss —soltó Peterson.

—Se hace el modesto, jefa. Incluso llevaba el sombrero que le da un aire de galán de culebrón…

Erika estalló en carcajadas.

—Perdón, Peterson —se disculpó.

—No importa —respondió él sonriendo de nuevo.

A Erika se le había olvidado lo mucho que disfrutaba trabajando con ambos, y cuánto los echaba de menos. Al llegar al ascensor del fondo del aparcamiento, pulsó el botón.

—Me alegro de tenerles aquí a los dos. Gracias. Aunque me temo que hoy no vamos a reírnos. Este caso va a ser duro.


El centro de coordinación estaba atestado de gente cuando llegaron a la última planta. Erika presentó a Moss y a Peterson, y observó complacida que le habían asignado seis agentes adicionales del Departamento de Investigación Criminal para revisar todos los archivos del caso.

Les observó la cara; aguardaban con expectación.

—Buenos días a todos. Gracias por ponerse a disposición del equipo tan rápidamente —dijo para empezar. A continuación, hizo un breve resumen del caso Jessica Collins y de las novedades que se habían producido—. Al reabrir este caso estamos abriendo la caja de Pandora; o tal vez debiera decir un montón de cajas —añadió, aludiendo a los archivadores del caso, ahora apilados en la pared del fondo hasta gran altura—. Lo que debemos hacer todos es centrarnos en los hechos de la desaparición de la niña. Dejemos de lado las especulaciones. No podemos prever cómo tratarán los medios el hallazgo de los restos de Jessica, pero nosotros hemos de anticiparnos e ir siempre por delante. El reto quizá sea incluso mayor que en los años noventa. Ahora tenemos canales de información continua, redes sociales, blogs y foros en línea, todo lo cual removerá las cosas y las regurgitará las veinticuatro horas del día. Por consiguiente, estos expedientes que están alineados en la pared deben ser revisados de arriba abajo, y deprisa. Necesito que se estudien y comprueben las declaraciones de los testigos. Quiero saber hasta el más mínimo detalle sobre la cantera Hayes: para qué se ha utilizado a lo largo de los años, cómo es que el cuerpo de Jessica nunca fue encontrado… Me voy directa desde aquí a reunirme con la familia Collins, que sin duda tendrá muchas preguntas que hacerme. Necesito que se pongan a trabajar a toda máquina.

La agente Knight se dispuso a explicar a los agentes la secuencia de los hechos que llevó a la desaparición de la pequeña.

—¿Hasta qué punto quiere que me extienda sobre la zona de la desaparición, jefa?

—Suponga que no sabemos nada. Que no vivimos cerca de Hayes. Que nunca hemos oído hablar de Jessica Collins. Estamos escuchando esto por primera vez… Y recuerden —añadió—, no existen las preguntas estúpidas. Si no entienden algo, díganlo en voz alta.

Se apoyó en una mesa para cederle la palabra a Knight, que se situó frente al gigantesco mapa de cuatro metros por cuatro de la pared del fondo.

—Este mapa cubre de arriba abajo un área de unos treinta kilómetros. En medio está el centro de Londres; en la base, al sur, los límites de Kent; y aquí nos encontramos nosotros —dijo señalando una cruz roja—. Estamos a cuatro kilómetros de Hayes. Es un pueblo de la periferia habitado por gente que se desplaza todos los días a Londres para trabajar. En tren, se tarda media hora en llegar al centro. Hayes tiene un porcentaje de jubilados superior a la media; los precios de la propiedad son elevados y es una zona demográfica de predominio blanco.

Knight le hizo una seña a Crawford, que se sentó a una mesa frente a un portátil y activó un proyector. En un recuadro vacío de la pizarra apareció otro mapa. Ella se situó al lado y continuó explicando:

—Esto es un mapa a mayor escala del parque Hayes y del pueblo. Aquí ven la calle principal y la estación de tren. Esta extensa zona verde es el parque natural, un área de bosques y páramos recorrida por caminos y senderos y por varias carreteras. Con sus noventa hectáreas, es una de las mayores zonas de terreno comunal del Gran Londres. Hay múltiples puntos de acceso al parque: Prestons Road, West Common Road, Five Elms Road, Croydon Road, Baston Road, Baston Manor Road y Commonside. La cantera Hayes, en cuyo embalse se encontraron los restos de Jessica, está situada aquí.

Señaló la zona sudeste del parque, donde Croydon Road, Baston Road y Commonside atravesaban la zona verde formando un gran triángulo invertido.

—La cantera se creó entre 1906 y 1914 para extraer grava y arena. A lo largo del tiempo, se ha inundado y vaciado en dos ocasiones. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo una base del ejército y cañones antiaéreos en el parque Hayes. En 1980, la cantera se vació por segunda vez en el marco de una gran excavación arqueológica para buscar utensilios de la Edad del Bronce. Tras esa operación, se dejó que volviera a llenarse de agua. El Ayuntamiento de Bromley presentó dos veces una solicitud para dedicar el embalse a la pesca comercial, pero se rechazó la propuesta en ambas ocasiones porque el parque es una reserva natural protegida.

La agente hizo una breve pausa y se desplazó por delante del mapa hacia el otro extremo. La proyección de las líneas de las carreteras jugueteaba sobre su cansado rostro como grandes arterias.

—Ahora paso a la secuencia de hechos que condujo a la desaparición de Jessica Collins. Ella vivía con su familia aquí, en el número siete de Avondale Road, que queda a poco más de un kilómetro de la cantera Hayes; la entrada más cercana está en este punto, en Baston Road. Ya ven que todas las casas de Avondale Road son independientes, con grandes jardines. Es una zona adinerada. El sábado siete de agosto de 1990, a las dos menos cuarto de la tarde, Jessica salió de su casa para asistir al cumpleaños de su amiga de la escuela, Kelly Morrison, que vivía en el número veintisiete de la misma calle. Era un paseo de unos quinientos metros, pero ella no llegó a la fiesta. La alarma no cundió hasta las tres y media de la tarde, cuando la madre de Kelly llamó a Marianne para preguntar dónde estaba Jessica.

Knight le hizo una seña a Crawford, que volvió a sentarse ante el portátil y pinchó un enlace. Apareció proyectada en la pizarra la página «Perez Hilton» de cotilleos, exhibiendo una fotografía de Kim Kardashian saliendo de un Starbucks.

—¡Uf! —dijo, y sofocó la risa—. Vaya pifia. ¡Aunque seguro que no soy el único que sigue a las Kardashian!

Se hizo un gran silencio en el centro de coordinación. Algunos agentes intercambiaron sonrisitas burlonas. Moss miró a Erika enarcando una ceja.

—Aquí lo tenemos —dijo Crawford, ruborizado.

La proyección mostró una imagen de Google Street View. Knight lo fulminó con una mirada y continuó:

—Aquí es donde Baston Road deja el parque y se convierte en Avondale Road. —La borrosa imagen de Google avanzó a sacudidas y recorrió las casas de esa calle—. Ya ven que todas estas casas son grandes, de dos o tres pisos, y que están apartadas de la calle y muchas de ellas, protegidas por altos setos o hileras de árboles… Ahora estamos pasando frente al número siete, la casa de los Collins, y nos dirigimos hacia el número veintisiete. Estoy intentando conseguir imágenes de la calle de hace veintiséis años.

La imagen de Google Street View siguió desplazándose entre una serie de casas de mejor aspecto. Un cartero aparecía inmóvil a mitad de su recorrido; la cara estaba borrosa y la mano, hundida en su saca de correos. Más adelante, en un sendero de acceso, se veía por detrás a una mujer con un perrito; era rubia y tenía el pelo corto y ensortijado.

—Ahora estamos pasando frente al número veintisiete, la casa de la amiga de Jessica, Kelly Morrison. Ya ven que Avondale Road tuerce bruscamente a la izquierda, donde se convierte en Marsden Road. —La imagen de Google discurrió borrosa, pero volvió a enfocarse frente a una gran mansión pintada de un color amarillento que recordaba la mantequilla; disponía de una gran entrada con columnas—. Esto es el Swann Retirement Village, una residencia de ancianos, pero hace veintiséis años se empleó como centro de reinserción de delincuentes sexuales condenados. Su existencia no se conocía públicamente; salió a la luz tras la desaparición de Jessica. Uno de los residentes, Trevor Marksman, constituyó el centro de la primera investigación. En su habitación del último piso se encontraron fotos y una filmación en vídeo de la niña. Un vecino declaró haberlo visto merodeando frente a la casa de los Collins durante la tarde del cinco de agosto; también el seis hacia la misma hora y el siete por la mañana. Fue arrestado dos semanas más tarde y retenido para ser sometido a interrogatorio; pero no se hallaron pruebas, aparte de las fotos y el vídeo, que lo relacionaran con la desaparición.

—Pero ese centro de reinserción estaba lleno de delincuentes sexuales convictos. Tendría que haber habido más sospechosos aparte del tal Marksman, ¿no? —preguntó Moss.

—Sí, pero las medidas de seguridad en el centro eran estrictas, y a la una y media del siete de agosto se convocó la reunión semanal de los residentes y de los supervisores de la condicional. Se hizo un recuento al empezar, y estaban todos presentes. La reunión se prolongó dos horas, justo hasta pasadas las tres y media. Nadie la abandonó. La madre de Kelly Morrison llamó a Marianne Collins a las tres y media para preguntar dónde estaba Jessica. Poco después iniciaron la búsqueda.

—Pero ahora tenemos el cuerpo —aportó Moss.

—Tenemos los restos de la niña, pero no queda prácticamente ningún indicio forense; son veintiséis años bajo el agua —puntualizó Erika.

Knight prosiguió:

—Todos los miembros de la familia más inmediata de Jessica tienen coartada. Marianne y Martin estaban en casa con Toby. Unos ancianos del vecindario, los señores O’Shea, ya fallecidos, se presentaron de visita a las dos menos veinte. Se encontraban allí cuando Jessica salió, y se quedaron hasta que se disparó la alarma. La hija mayor, Laura, estaba de camping con su novio, Oscar Browne, a cuatrocientos kilómetros, en la península Gower de Gales. Habían salido a primera hora del día anterior.

La agente recorrió la sala con la vista, y continuó:

—Las entrevistas puerta a puerta no arrojaron resultados; la mayoría de los vecinos habían salido, y los que estaban en casa tenían sólidas coartadas. Como han podido apreciar en Google Street Maps, desde la mayor parte de las casas no resulta visible la calle. Tenemos un período de casi dos horas en el que habría podido suceder cualquier cosa. Había muy pocos tenderos trabajando y el cartero no pasa el sábado por la tarde. En 1990 solo una pequeña parte de la zona estaba cubierta por cámaras de vigilancia. Y tampoco circulan autobuses por Avondale Road.

Se guardó silencio antes de que Crawford volviera a encender las luces. Erika se situó junto al mapa, ahora menos visible bajo los fluorescentes.

—Gracias. Y quizá, Crawford, debería reservar el portátil para asuntos de trabajo.

—Sí, lo siento mucho. No volverá a suceder —tartamudeó él.

La inspectora jefe prosiguió:

—Necesito a todo el mundo concentrado en el caso; y si alguno llega a perder la concentración, que mire esta foto. —Señaló la fotografía tomada durante la autopsia del esqueleto de Jessica, extendido sobre una sábana azul como un rompecabezas completado—. Tenemos que ponernos a trabajar a tope con una cantidad enorme de expedientes antiguos. Pero hay que tomárselo por el lado positivo. Esos expedientes podrían dar mucho más de sí. Contamos, además, con las ventajas de la visión retrospectiva. Quiero que se repartan los archivadores. La inspectora Moss se encargará de la distribución. Quiero que revisen todas las pruebas sobre Trevor Marksman, y también que presten atención al papel jugado por la jefa de la primera investigación, la inspectora jefe Amanda Baker…

—Yo conozco a Amanda —la interrumpió Crawford—. Fui uno de los agentes que trabajó en el caso en 1990.

—¿Por qué no lo ha dicho antes? —preguntó Erika. Todos los presentes se volvieron hacia el agente, que estaba de pie junto a la puerta. Él soltó un resoplido.

—Eh, bueno. Pensaba hacerlo cuando hubiera un descanso. Ha sido todo tan frenético…

—Ayer hablé con usted y con la agente Knigth cuando estaban preparando esta sesión. ¿No le pareció que fuera algo relevante, o que podría habernos aportado algunas ideas?

Todos lo miraban. Él volvió a resoplar con las mejillas infladas, un hábito que estaba sacando de quicio a Erika.

—Se han dicho muchas cosas de la inspectora jefe Baker… —murmuró—. Yo siempre pensé que ella estaba entre la espada y la pared. Por un lado, tenía que aguantar las críticas de la familia Collins y, por el otro, las instrucciones de un montón de jefazos de la época. No era justo.

—Eso ya lo sabemos. ¿Puede contarnos algo más?

—Mmm… Yo participé en las operaciones de rastreo del parque Hayes y de la cantera en agosto y septiembre de 1990. La unidad de submarinismo también rastreó el fondo del embalse. Pero no conseguimos… No encontraron nada.

—Quizá sea posible que hubieran mantenido a Jessica viva, o que la hubieran matado en otro lugar y arrojado el cuerpo más adelante —insinuó Erika.

—Yo no tenía acceso a nada de lo que sucedía en el centro de coordinación. Era un simple agente uniformado lleno de entusiasmo… Aún tenía que pulirme mucho —dijo con una risita incómoda.

Todos guardaron silencio mientras él se desplazaba torpemente junto a la puerta. Todavía estaba ruborizado. Erika tomó buena nota para examinar su expediente. Calculaba que debía de tener cuarenta años largos. En los tres meses que llevaba trabajando en la comisaría de Bromley, no lo había visto nunca.

—Bien. Quiero que todo el mundo dé prioridad a la revisión de las pruebas físicas. Una vez que sepamos lo que hay en esos archivadores, podremos tirar adelante. Volveremos a reunirnos mañana por la mañana para ver los progresos realizados.

La sala se puso en movimiento de nuevo. Erika se acercó a Moss y a Peterson, que estaban sentados junto a su despacho.

—Peterson, usted viene conmigo. Vamos a hablar con la familia Collins. Moss, mantenga las cosas controladas… —Hizo un gesto con la cabeza señalando a Crawford, que estaba intentando desenredar el cable de la batería del portátil.

—¿Quiere que mire su expediente? —le preguntó Moss en voz baja.

—Sí, pero sea discreta.

La inspectora asintió y Erika salió del ajetreado centro de coordinación en compañía de Peterson.